El pasado 13 de abril no hubo banderas ondeando a media asta en Sarrià. Tampoco hubo homenajes ni ningún acto de recuerdo. Solo silencio y, como mucho, alguna tertulia improvisada en un portal. Mientras la mayoría de los diarios abrían con la muerte a los 89 años de Mario Vargas Llosa, el barrio barcelonés que acogió durante cuatro años al galardonado escritor peruano permanecía como hasta ahora, atento, como si la presencia de dos premios Nobel de Literatura a principios de los setenta en este lugar -a solo unos metros de distancia- hubiera sido un mero espejismo. El primero en llegar al corazón sarrianense fue Gabriel García Márquez. Lo hizo en febrero de 1969 para instalarse en los bajos del edificio que se erige en el número 6 de la calle Caponata. Permaneció allí hasta 1975, coincidiendo con la muerte del dictador Francisco Franco.
En el caso de Vargas Llosa, el autor aterrizó en la capital catalana en 1970 para instalarse en uno de los pisos del número 50 de la calle Osi, en la misma esquina sarrianense que Gabo. El escritor peruano llegaba en un contexto más distendido que su homólogo colombiano, que hacía solo dos años había sacudido el panorama literario latinoamericano con Cien años de soledad. Tenía 34 años y ya había publicado tres novelas de renombre como La ciudad y los perros (1963), La Casa Verde (1965) y Conversación en La Catedral (1969). La fiebre por su literatura vivía instalada en un suflé que no haría más que ir en aumento durante su estancia en Barcelona, que en su caso se alargó hasta 1974.

Durante este tiempo, Vargas Llosa aprovecharía para concentrarse en su escritura, que combinaba con las clases en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Fruto de ello, nacería su tesis doctoral García Márquez: historia de un deicidio, considerado el mejor ensayo sobre la obra e impacto de su primer amigo y después rival. Antes de que se rompiera la relación, ambos escritores participaron en el movimiento de intelectuales de izquierda de la gauche divine, estableciendo vínculos con muchos de los referentes políticos y artísticos de la época, sobre todo gracias a la mano de la superagente literaria Carmen Balcells. Era la época dorada del boom latinoamericano y Barcelona era uno de los grandes epicentros.
La paradoja de la mayoría y las alternativas
Si la idea de homenajear a una figura que genera bastante consenso como Gabo con una placa en lo que había sido su domicilio en la ciudad ya no fructificó, en el caso de una personalidad considerablemente más polémica como el autor peruano aún menos. Los vecinos del número 6 de la calle Caponata llegaron a celebrar incluso una consulta formal en 2021, que terminó con una mayoría simple a favor de la colocación. Sin embargo, para poder hacer una intervención de estas características, se debe contar con el visto bueno de todos los inquilinos del edificio. Solo una negativa ya es capaz de bloquear la iniciativa, así que la iniciativa se quedó en papel mojado. Los inquilinos del número 50 de la calle Osi nunca llegaron tan lejos y la propuesta no se concretó nunca sobre el papel.
Desde la Asociación de Vecinos de Sarrià mantienen que, si los actuales vecinos no quieren colocar la placa en cuestión, hay alternativas viables que se pueden impulsar desde las administraciones competentes, como podría ser la instalación de un homenaje en la vía pública como se ha hecho en otros puntos de la ciudad. De hecho, esta opción permitiría destacar, más allá de las viviendas, la esquina sarrianense que se convirtió en uno de los epicentros literarios de la ciudad más importantes de finales del siglo XX, gracias a la presencia de estos dos premios Nobel. Veremos si la muerte de este último exponente del boom latinoamericano despierta conciencias y acelera este reconocimiento o si el paso de estos dos gigantes de la literatura universal por la ciudad acaba desvaneciéndose con el paso del tiempo.
