Barcelona, 21 de mayo de 1932. El vapor Uruguay llega a la ciudad con 355 pasajeros a bordo tras un viaje de 18 días desde Buenos Aires. La embarcación tenía otra salida programada para el 5 de junio de ese mismo año, pero nunca la realizaría. Después de dos décadas cruzando el Atlántico una vez al mes cubriendo la línea marítima que unía Mar del Plata con la capital catalana, el buque quedaba amarrado permanentemente al muelle del Morrot, donde quedaría inutilizado durante más de un año y medio. El esperado nuevo uso del barco llegaría el 13 de noviembre de 1933, cuando las autoridades lo requisaron para utilizarlo como calabozo para los detenidos en aplicación de la ley republicana de Vagos y maleantes.
Este momento marca un punto y aparte en la trayectoria de la embarcación, bautizada originalmente con el nombre de Infanta Isabel de Borbón en los astilleros escoceses de Dumbarton en septiembre de 1912. Hace una semana os contábamos en TOT Barcelona la otra vida de este barco antes de su reconversión en prisión, cuando fue uno de los estandartes de la compañía naviera Trasatlántica. Retomamos el relato desde este noviembre de 1933 para adentrarnos ahora en la leyenda negra del Uruguay a través de algunos de sus protagonistas y hasta su desaparición definitiva, cuando fue desguazado en Valencia en 1942.
Los Hechos de Octubre, Companys y Fabra
La que podríamos considerar su primera etapa como prisión flotante no llegó al año. De estos meses, no se conserva demasiada información ni menciones en las principales cabeceras de la época. Ahora bien, todo cambiaría el 6 de octubre de 1934. El triunfo de las candidaturas de derechas en las elecciones generales españolas celebradas justo hacía un año había llevado a la Segunda República a adoptar un rumbo conservador que parecía abocado a un régimen fascista. Ante este escenario, el entonces presidente de la Generalitat, Lluís Companys, optó por proclamar el Estado Catalán dentro de la República Federal Española desde la plaza de Sant Jaume, en un intento de «preservar la democracia y la autonomía política de Cataluña», tal como recoge la historiadora Gemma Rubí en la biografía oficial del dirigente republicano. Se declaró el estado de guerra y durante la noche hubo enfrentamientos en las calles que dejaron 252 heridos y 74 muertos, entre ellos los dirigentes independentistas Jaume Compte y Manuel González Alba.
Companys y sus consejeros, que habían resistido atrincherados en el Palau de la Generalitat, se rindieron de madrugada. El Gobierno al completo acabó detenido y encarcelado en el Uruguay, donde también fue a parar el presidente del Parlamento, Joan Casanovas i Maristany, así como otras 2.500 personas, la mayoría de ellos funcionarios y personalidades liberales y catalanistas como el lingüista y filólogo Pompeu Fabra. El fotógrafo Josep Maria Sagarra i Plana capturó aquel mismo octubre unas instantáneas de algunos de los detenidos desde dentro del buque, que aún estaba relativamente en buenas condiciones. Fabra estaría retenido durante seis semanas, durante las cuales sería retratado acompañado, entre otros, por el entonces alcalde del Prat de Llobregat, Josep Gibert.

Companys y los consejeros de la Generalitat no abandonarían el barco-prisión hasta el 7 de enero de 1935, tres meses después de los llamados Hechos de Octubre, cuando fueron trasladados a Madrid para ser juzgados por el Tribunal de Garantías. Acabarían condenados a 30 años de prisión y el presidente confinado desde el 22 de junio de 1935 en el Penal de Santa María, en Cádiz. Hasta su retorno a Cataluña el 1 de marzo de 1936, tras el triunfo abrumador de las candidaturas del Frente de Izquierdas en las elecciones generales españolas celebradas unas semanas antes, el Estatuto de Autonomía permaneció suspendido y la Generalitat dirigida e intervenida desde el gobierno central.

Bajo control estalinista durante la guerra
Si consideramos la de Companys como la segunda etapa como prisión de la embarcación, la tercera podríamos decir que arranca con el golpe de estado del 18 de julio de 1936. En Barcelona, el levantamiento militar liderado por los generales Manuel Goded Llopis y Álvaro Fernández Burriel fracasó en primera instancia y los dos sublevados fueron algunos de los primeros detenidos desde el estallido de la Guerra Civil que acabaron encarcelados en el Uruguay. Permanecieron allí hasta el 11 de agosto, cuando después de un consejo de guerra celebrado a bordo, fueron condenados a muerte por un delito de conspiración militar y ejecutados en el foso de Montjuïc.

A lo largo del conflicto, el barco-prisión quedó bajo el control del Servicio de Información Militar (SIM), la agencia de inteligencia y servicio de seguridad creada por el gobierno de la Segunda República en 1937. Los responsables del SIM seguían las doctrinas comunistas estalinistas, lo que provocó que en las celdas del buque coincidieran falangistas, simpatizantes de los golpistas como religiosos o monárquicos y otros comunistas contrarios a la URSS de Stalin, principalmente trotskistas y miembros del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Los presos de esta tercera etapa malvivían en unas condiciones deplorables, entre suciedad, ratas y amontonados en cabinas y almacenes, sufriendo hambre y con «una letrina por cada 400 personas», según relata Eduardo Carballo, uno de los arrestados que sobrevivió, en su libro Prisión Flotante. Bajo las órdenes del teniente Anastasio Sánchez Monroy, a menudo se sacaban detenidos para ejecutarlos extrajudicialmente en Montjuïc.
Historias a bordo de una prisión flotante
Una de las personas que estuvo encarcelada en el barco durante esta tercera etapa como calabozo fue Lope F. Martínez de Ribera, una figura relevante en el panorama periodístico y cinematográfico barcelonés de la primera mitad del siglo XX. Este escritor y periodista liberal fue a parar allí después del estallido de la Guerra Civil, condenado por un delito de alta traición contra la Segunda República Española. Estuvo una temporada -coincidiendo con personajes del calibre de Rafael Sánchez Mazas, ideólogo de la Falange Española- antes de pasar a la prisión de la Modelo en algún momento del año 1939. Quedaban pocos meses antes del fin del conflicto y el hombre fue llamado con otros presos para trasladarlos a un campo de fusilamiento, donde serían ejecutados y enterrados después en una fosa común. Como el protagonista de Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas, el escritor lograría esquivar la muerte en el último momento.
Cuando ya había subido a un camión y se disponía a abandonar el centro penitenciario barcelonés con el resto de detenidos, un oficial amigo suyo del bando republicano lo reconoció y, en el último momento, confiscó el vehículo en el que iba el periodista alegando que lo necesitaban por motivos militares. La intervención de este conocido fue crucial y le dio a Martínez de Ribera suficiente tiempo para acabar siendo liberado unos días después con la confirmación de la caída de Barcelona en manos de las tropas fascistas. Una vez libre, fue condecorado por el gobierno franquista -que después lo sentenciaría a doce años de prisión, como a muchos otros intelectuales de la época, por masonería– y volvió a residir con su familia en el antiguo casino de las Tres Torres. El escritor alquilaba desde noviembre de 1935 los bajos de este enigmático edificio modernista conocido como Casa Urrutia y ubicado en el número 44 de la calle del Rosari de esta zona del distrito de Sarrià – Sant Gervasi.

De esta época también se conservan aún algunas de las cartas que las familias enviaron a los prisioneros. Es el caso de la siguiente, que iba dirigida a Rafael Corbella Amat y que está a la venta a través de la página web de Colectalia, un negocio del mundo filatélico especializado en material de la Guerra Civil. El texto dice esto:
«Querido Rafael,
Seguimos bien. ¿Quieres ropa? Dime cuál. Tengo toda la de Pins. Hoy haré diligencias para ti. Recuerdos.
Tuya,
Rosario»
La carta se envió el 31 de agosto de 1938 desde el barrio de Can Rull de Sabadell. Hay tres personas con el mismo nombre y apellidos que podrían haber sido su destinatario: un juez barcelonés, un músico vigatano residente en la capital catalana o el vicepresidente del Partido Republicano de Orden de Cataluña, una formación fundada en julio de 1931 que en noviembre de 1933 se integró en la Lliga Catalana, antigua Lliga Regionalista.
Hundido y reflotado para un último viaje
El periplo del Uruguay como prisión terminó abruptamente el 16 de enero de 1939, diez días antes de la caída definitiva de la ciudad en manos de las tropas franquistas. Durante el bombardeo de los golpistas contra el Puerto de Barcelona, que terminó con 25 barcos hundidos, el vapor fue alcanzado por la artillería, incendiándose y quedando a medio flotar junto al muelle. Algunos de los presos que sobrevivieron el ataque fascista aprovecharon el momento para huir, mientras que otros fueron retenidos y ejecutados. La embarcación quedó medio hundida hasta la finalización del conflicto. El 26 de julio de 1939 fue reflotada por la Comisión de la Armada para el Salvamento de Buques con el objetivo de liberar el muelle, hasta entonces completamente inutilizado. Su estructura, sin embargo, había quedado muy dañada por el efecto de las llamas, de modo que el barco era inservible, tal como se recoge en un libro sobre la Trasatlántica del autor Lino J. Pazos que conservan en la biblioteca del Museu Marítim de Barcelona.

Tres años después de ser reflotado, el vapor hizo un último viaje hasta Valencia. Se desconoce si lo hizo dividido por piezas en un vehículo por tierra o si fue por mar remolcado o sobre otro buque. Sí sabemos que, una vez allí, fue desguazado definitivamente y convertido en chatarra en 1942. El Uruguay, pues, puso punto final a su trayectoria justo tres décadas después de su bautizo, pasando a la historia como uno de los barcos más infames de nuestra historia.


