A lo largo de la calle Pallars, que atraviesa el barrio del Poblenou, sobrevive un pequeño refugio a la expansión del 22@. Es el Jardí de les Papallones, una pequeña Galia entre oficinas y rascacielos impulsada por los vecinos de la zona. Es un espacio autogestionado que ocupa el pequeño pasaje de Trullas, perpendicular a Pallars. El Ayuntamiento lo cedió a la Taula Eix Pere IV, una asociación vecinal del Poblenou, y ahora lo ocupan un grupo de voluntarias. La mayoría personas mayores, jubilados que hacen de jardineros y de personal de mantenimiento. También de monitores y de conserjes. Lo que haga falta. Al principio tenían pocos visitantes: por la mañana un grupito de madres, por la tarde los niños. Ahora también van los trabajadores de las oficinas del 22@ a almorzar y es epicentro de muchas fiestas de cumpleaños.
Los gestores tienen claro que es un éxito, pero los cambios urbanísticos avanzan hacia la zona y temen que el jardín esté afectado. Es lo que están intentando averiguar con el Ayuntamiento. El portavoz de la Taula Eix Pere IV, Jordi Callejón, detalla al TOT Barcelona que la expansión del 22@ en la zona es «inminente» y que la entidad ha abierto conversaciones con el distrito para negociar «cómo debe ser el futuro del pasaje». Desde el jardín, las voluntarias citan el jardín como un ejemplo de «corresponsabilidad ciudadana» en un área de expansión empresarial y reclaman un «proceso participativo». Gaby Guaimare, una de las voluntarias, recuerda que «hace nueve años esto era un aparcamiento de coches abandonados» y que han sido ellas quienes lo han levantado.

Faltan manos
El espacio abre todos los días entre semana, entre las ocho de la mañana y las ocho de la tarde, ahora que ya casi es verano. El horario es aproximado, porque son los mismos voluntarios quienes abren y cierran el recinto y, por lo tanto, a veces se necesita flexibilidad. Guaimare insiste en que son pocos; muchos jubilados y algún adulto que se encarga más de tareas comunicativas y de la gestión de eventos. Se agrupan los martes y miércoles por la tarde para perfilar necesidades, pero faltan manos. «El voluntariado es costoso, quita tiempo y no siempre todos están dispuestos. Algunos vienen, pero falta continuidad», lamenta la voluntaria, que pide comprensión al Ayuntamiento. Una opción que facilitaría las cosas, asegura, es que la administración los ayudara con las aperturas y cierres del recinto, por horarios, la gestión más pesada.

El otro aspecto complicado es la gestión de la basura. Es un espacio autogestionado, pero que actúa como comedor de decenas de trabajadores que bajan con el táper los días soleados. Las voluntarias reconocen que ha habido una mejora, que ahora la colaboración con Parcs i Jardins es más estrecha. «Hemos conseguido que se pongan unas papeleras y nos recojan la basura, pero no siempre, porque a veces no coincide por horarios», comenta. Este hecho provoca que muchos residuos no puedan recogerse hasta el día siguiente.
A pesar de los problemas, Guaimare califica de «éxito» el proyecto. «Se ha convertido en un referente porque las voluntarias hacemos una labor social», remarca contundente. En la caseta -donde el mes pasado entraron a robar- tenían material que había aportado el vecindario en un intento de fortalecer el proyecto. «Cerramos un mes después del robo, en señal de protesta, pero hemos vuelto y el proyecto sigue adelante», explica Guaimare. Más allá de trabajadores almorzando, el jardín acoge fiestas de cumpleaños infantiles y prepara actividades para personas mayores. Y es un punto de red y comunión vecinal. «El simple mantenimiento del jardín ayuda a crear vínculos», resume la vecina.

