Cuando las postales eran una vía de comunicación fundamental en la sociedad, el Park Güell aún era un gran desconocido para muchos barceloneses. El fotógrafo de origen suizo Adolf Zerkowitz lo retrató en numerosas ocasiones y, con la llegada de las instantáneas en color, lo siguió haciendo su hijo Alfredo. Hacia los años sesenta, el heredero de la empresa fotográfica capturó una escena cotidiana en este recinto modernista, que comenzaba a despuntar internacionalmente. En esta imagen, se puede ver la entrada principal de la obra proyectada por Antoni Gaudí -todavía con las puertas originales de madera- y un grupo de personas que miran hacia la escalinata, entre las cuales un guardia de seguridad. A la derecha de la foto, aparece una mujer que tiene los ojos fijos en otro punto y que lleva un cochecito donde hay un niño con chupete que parece observar la escena con curiosidad.

Aquel niño era Gabriel Picart y la persona que llevaba su cochecito era su tía, una de las hijas de Filomena Aguilà, la mujer que fue portera del Park Güell durante más de cuatro décadas. La postal en cuestión puede presumir de ser una de las primeras hechas en color en la capital catalana y también una de las más reproducidas de la trayectoria centenaria del recinto gaudiniano. Aquella especie de salto a la fama prematuro, pero anónimo marcaría de alguna manera la trayectoria del nieto de la guardiana del conjunto modernista, un camino que prácticamente desde el momento de nacer estaría ligado de una manera u otra al parque. Allí dio sus primeros pasos y pasó gran parte de su infancia. Como portera, Aguilà residía en una de las dos edificaciones que aún hoy día flanquean la entrada principal, de manera que esta casa se convirtió en la residencia familiar prácticamente hasta los ochenta. Además, como no podía ser de otra manera, Picart también iba a clase a la escuela que hay en el interior de las instalaciones, que antes de llamarse Baldiri i Reixac respondía al nombre de Primo de Rivera.

Postal antigua donde se ve a Gabriel Picart con su abuela, Filomena Aguilà, la antigua portera del Park Güell / Cedida por Gabriel Picart
Postal antigua donde se ve a Gabriel Picart con su abuela, Filomena Aguilà, la antigua portera del Park Güell / Cedida por Gabriel Picart

Más allá de estos vínculos familiares, la relación del nieto de la portera con el recinto es única porque en uno de sus espacios es donde tuvo su primer taller de pintura. Con solo 17 años, Picart se instaló en una de las habitaciones del piso superior de la Casa de la Creu, la otra gran construcción que flanquea la entrada del conjunto, que entonces se alquilaba en precario a funcionarios municipales para evitar que se deteriorara. Sus padres pagaban unas 800 pesetas al mes y lo utilizaban principalmente para guardar el material del bar que regentaban en el mismo parque. Él aprovechó la oportunidad para ubicar allí su espacio de creación. Pero no lo hizo en cualquier estancia: eligió la misma en la cual Gaudí proyectó durante un tiempo sus creaciones. «Empecé bien alto y después todo ha ido cuesta abajo [ríe]», señala Picart en una conversación con el TOT Barcelona. Casi 60 años han pasado desde la instantánea ahora recogida como parte del Archivo Zerkowitz. Lejos del ostracismo que parece predicar con sus palabras, este artista barcelonés ha conseguido hacerse un nombre -sobre todo fuera del Estado- como pintor figurativo y realista y continúa vinculado de alguna manera al Park Güell. De hecho, vive actualmente en uno de los edificios de la calle Olot ubicados justo frente a la puerta principal del conjunto, donde también tiene su taller de pintura.

La Casa de la Creu del Park Güell donde vivió un tiempo la familia de Gabriel Picart / A.R.
La Casa de la Creu del Park Güell donde vivió un tiempo la familia de Gabriel Picart / A.R.

El alumno privilegiado y el sueño americano

Para poder entender la trayectoria de Picart, debemos situarnos en aquellos primeros años con el estudio en el recinto modernista. De aquella etapa artística inicial, que se alargó hasta los veinte, el pintor conserva algunas instantáneas en blanco y negro, siempre pincel en mano. Poco se imaginaba entonces que su descubrimiento profesional sería a través de otra disciplina también pictórica. «El ilustrador Enric Torres era vecino de mi tía y un buen amigo de la familia. Él tenía un apartamento en la calle de València donde tenía el estudio y me propuso que me quedara allí una temporada. Trabajaba en una mesa de cocina y ayudaba a revelar fotos, pero tenía al lado dos de los tres mejores ilustradores del momento«, recuerda Picart dibujando un punto de nostalgia en la mirada. La tercera pata a la que se refiere el artista criado en el Park Güell es Pepe González. Esta icónica figura mundial del mundo del cómic es conocida principalmente por ser uno de los cuatro autores que dieron vida al personaje de Vampirella, una vampiresa superheroína impulsada por la editorial estadounidense Warren. «Era el mejor dibujante que he conocido nunca», se apresura a precisar nuestro protagonista.

Su camino junto a estos dos gigantes de la ilustración lo llevó a embarcarse en el año 1985 en su primer viaje a Nueva York. Fue como acompañante de Torres y allí coincidió con otro monstruo del sector como Manuel Pérez Sanjulián. Su dominio del inglés hizo que se acabara convirtiendo en el traductor de este nuevo trío de artistas durante su periplo por tierras estadounidenses, durante el cual conoció a quien se convertiría en su representante y amigo Herb Spiers. Los otros dos dibujantes regresaron a trabajar al Estado para la agencia Selecciones Ilustradas, pero Picart decidió quedarse y explorar sus opciones en el mercado al otro lado del Atlántico. «No me faltaba trabajo. Es verdad que hay un punto de estar en el lugar y el momento adecuados, pero también cuando el tren pasa tienes que cogerlo. Yo siempre me la he jugado», reconoce el artista, que comenzó a trabajar para agencias de publicidad y firmas de diseño gráfico. De aquella época recuerda especialmente el encargo que recibió de parte de P.L. Travers, la autora de Mary Poppins. Tras una primera entrega, la escritora le pidió unos retoques y le volvió a hacer el encargo, pagándole como si fuera un diseño completamente independiente. «Es el trabajo que mejor me han pagado», asegura sonriendo.

El redescubrimiento pictórico en el ‘refugio’

A pesar del evidente éxito profesional en el mundo de la ilustración, Picart comenzó alrededor de los noventa a volver a interesarse por la pintura, su primer amor en el plano artístico. Entre encargo y encargo, creaba sus propias obras de estilo figurativo. Este camino paralelo terminó desembocando con su debut como pintor en una exposición individual en la Wolfwalker Gallery de la localidad de Sedona, en el estado de Arizona. Esto supuso un punto de inflexión definitivo, ya que la atención que acaparó su trabajo lo llevó a dejar las peticiones comerciales para centrarse en el desarrollo de su propio arte. Nunca volvería atrás. «Yo trabajé y aprendí de los mejores dibujantes. En cierta manera, me considero el último de esta saga de ilustradores», apunta.

Para poder desarrollar su trabajo como pintor, Picart necesitaba un estudio. La opción de volver a la Casa de la Creu no estaba sobre la mesa, ya que su familia ya había entregado al Ayuntamiento el edificio a mediados de los ochenta. Entonces, sin embargo, surgió la oportunidad de instalarse al otro lado de la entrada del Park Güell, en la casa del vigilante. Y así lo hizo. El nieto de la portera fue el último inquilino del inmueble antes de que el consistorio lo reclamara para iniciar un proceso de restauración en el año 1996. Se instaló en una de las plantas superiores. «No se podía estar prácticamente porque la casa se caía», lamenta. Forzado a abandonar una vez más su estudio en el recinto modernista, el artista comenzó a buscar otro lugar donde trasladarse y la casualidad hizo que se liberara un piso en una de las casas ubicadas justo frente a la puerta del parque. La misma en cuya azotea su madre tendía la ropa cuando aún vivían en las construcciones que todavía flanquean la entrada del parque. «Cuando entré estaba prácticamente en ruinas, pero lo arreglé para poder vivir allí y tener mi estudio», apunta.

Gabriel Picart trabajando en una de las obras recientes / A.R.
Gabriel Picart trabajando en una de las obras recientes / A.R.

En este espacio -«un refugio pequeño un poco incómodo», en palabras del mismo pintor- es donde Picart ha hecho sus creaciones durante las últimas dos décadas, principalmente para clientes privados que le hacen encargos periódicos. Dentro del estudio, la sensación es de hermetismo total. El olor que emanan los pigmentos inunda toda la estancia, que en estos momentos está ocupada casi completamente por un lienzo inmenso en el cual trabaja el pintor. La habitación es oscura, pero está debidamente iluminada. No hay cobertura, pero sí que llegan de vez en cuando los gritos fugaces de los niños que juegan en el patio de una escuela próxima. Fuera de este oasis artístico, las riadas de turistas que esperan para acceder al Park Güell hacen la función de recordatorio constante de esta relación tan peculiar que Picart tiene con el recinto gaudiniano. «Es un vínculo muy extraño, mágico. Casi parece una condena. Durante unos años fue fantástico, pero ahora es un infierno. No se puede vivir con esta masificación turística», admite con cierta resignación. Por ahora no se plantea marcharse, pero el desgaste cada vez es más patente. Mientras el conjunto modernista continúa recibiendo millones de visitantes cada año –4,4 millones para ser más exactos, según los datos del 2023-, el pintor del Park Güell resiste en su cueva, como si cumpliera una pena de cadena perpetua, quién sabe si dando las últimas pinceladas cerca del escenario que lo ha visto crecer hasta cumplir 62 años.

Recortes de la vida de la familia de Gabriel Picart, el nieto de la antigua portera del Park Güell / Cedida por Gabriel Picart
Recortes de la vida de la familia de Gabriel Picart, el nieto de la antigua portera del Park Güell / Cedida por Gabriel Picart

Nou comentari

Comparteix

Icona de pantalla completa