El local de la asociación de vecinos del Carmel, un espacio frío, con las mesas arrinconadas y un historial de fotos en el pasillo de entrada, augura el final de una etapa histórica en el barrio. Antes se celebraban asambleas, fiestas, actividades vecinales. Ahora reuniones para abordar la liquidación, porque la entidad desaparecerá. Ha perdido músculo, personal y financiero, y no puede seguir adelante. No hay un motivo claro que explique este final, opina Montserrat Montero, que afronta con tristeza –y también crispación– la tarea de cerrar la paradita. La falta de voluntarios, la aparición de nuevas organizaciones vecinales, quizás las disputas internas o el escaso apoyo del Ayuntamiento pueden ser las causas. “Todo el mundo nos llama y pregunta qué ha pasado; yo les digo, la pregunta es qué pasará ahora que ya no estaremos”, comenta Montero.
La presidenta de la entidad, que ha abierto el local para atender al Tot Barcelona, no sabe concretar cuál de todas las causas que enumera ha tenido más impacto, pero tiene claro que interesa que la entidad caiga. “Créeme, ya les va bien”, recalca la activista sin grandes concreciones. Montero, que a ratos mide las respuestas y a ratos se deja llevar, critica el distrito. “¿Quién les reclamará ahora las cosas?”, se pregunta irónicamente. La entidad ha tenido que devolver la subvención que recibía del Ayuntamiento, porque no ha generado suficiente actividad para justificar el gasto. En la última asamblea solo eran 12 vecinos y que paguen la cuota, apenas una veintena. Es decir, que no hay suficientes manos para sacar adelante las actividades. Ahora, la Federación de Asociaciones Vecinales de Barcelona (Favb) les ayuda en el proceso de liquidación.

“Ve al mercado y pregunta; la gente sabe que la asociación desaparecerá, pero hace muchos años que no hay un compromiso claro de implicarse con nosotros”, lamenta. Los vecinos, insinúa Montero, se han distanciado de la entidad. “He tenido enfrentamientos. Últimamente, con una vecina, que tenía un problema muy concreto en su calle y me preguntaba qué hacía la asociación. Perdona, hace lo que puede. Yo no he venido aquí a salvar el mundo, pero intento luchar por el barrio, e incluso lucho por simples tonterías, pero que molestan a vecinos”, detalla enérgicamente.
La lucha en el barrio, ciertamente, se ha diversificado, con nuevas plataformas sectoriales que luchan a su manera. «Años atrás, la asociación de vecinos éramos Dios”, dice Montero; todo el mundo la buscaba y se encomendaba a ella. “Las asociaciones de vecinos siempre hemos sido transversales, pero ahora ya no funciona así”, añade. “Muchas plataformas nuevas son la república independiente de su casa”, suelta. En la zona, la lucha por el monocultivo turístico instalado en los búnkeres del Carmel ahora la lidera el Consejo Vecinal del Turó de la Rovira y Montero añade que “también nos han quitado la lucha del Parque Güell, que siempre había sido del Carmel”. La activista también lamenta una actitud más pasiva del vecindario y con toques de individualismo que “ponen las cosas fáciles a quien nos quiere desactivados”. Este último reproche también va dirigido al Ayuntamiento, a quien Montero critica que haya “privatizado” muchos espacios asociativos y culturales del barrio como el centro cívico, la Barraca o el Espai Jove Boca Nord. Así explica Montero que la gestión de todos ellos esté en manos del consistorio y no de las entidades.

El socavón, el inicio de la caída
La lucha vecinal más reciente en el barrio del Carmel y también en el seno de la entidad estará siempre marcada por el hundimiento provocado por las obras de la línea 5 del metro en 2005. El famoso socavón obligó a desalojar a 1.300 personas de sus casas, destapó el caso de corrupción del 3% y movilizó a todo el vecindario en busca de alternativas de vivienda “dignas”. Todo un “pesadilla” que también vivió la asociación vecinal. Montero no guarda un buen recuerdo, al contrario, recuerda una lucha de egos y liderazgos que, dos décadas más tarde, describe como “el momento en que la asociación perdió su poder”.
“Aparecieron líderes y líderes de debajo de las piedras. Y en toda batalla, si hay 25 interlocutores es más difícil que si hay solo uno o dos”, comenta la vecina, que en aquel momento aún no lideraba –ni se imaginaba que algún día lo haría– la principal entidad del barrio de entonces. “Es una opinión muy personal, pero creo que es lo que pasó. Siempre pasa, a mí ahora también, tienes ideas y una visión, pero siempre hay quien te va en contra”, desglosa la vecina, que ve paralelismos entre el socavón y la actualidad. La entidad ahora no está unida y le han aparecido “haters”, algunos de ellos muy críticos e “interesados”, vuelve a decir Montero. “Pero no se les debe dar más protagonismo que el que tienen: les pasa como al asesino de John Lennon, que lo mató para hacerse famoso, eso buscan”, concluye.

Una lista de temas pendientes
La asociación de vecinos se va sin terminar el trabajo. Porque, en el fondo, las reformas nunca se acaban. En la entrada del local, en el único mostrador visible, aún hay un bloque de papeles contrarios al traslado del CUAP Sant Rafael. El folleto, que firman una decena de entidades, es claro: “Lo queremos en la Clota-Horta”. Es una reivindicación compartida entre los barrios de la zona, pero quizás no la que más resuena entre la decena de activistas que aún participan de la asociación. Montserrat Montero, después de pensárselo, apunta a la reforma del Túnel de la Rovira y de la rambla del Carmel.
“Lo que hay que hacer allí, en la rambla, es darle continuidad, que no esté partida. Lo que da pena es que el tramo final de la rambla, que lo utiliza Horta, es mejor. Toda la economía va hacia allí, el Carmel está abandonado”, comenta Montero, que, con los ojos vidriosos y dos tonos más de voz, suelta: “Pero mira, empiezo a pensar que nos lo merecemos. Antes ibas a cualquier bar, avisabas y al momento salía todo el mundo. Y así conseguías parar una obra o lo que fuera. La gente no lo sabe, pero estamos en un barrio que los vecinos allanaron durante una noche una plaza porque el Ayuntamiento no quería hacerlo. ¡Eso ya no pasa!”. Este desinterés vecinal es posiblemente la gran queja del vecindario histórico, una gran lamentación que llena la despedida de emoción. «Dejémoslo aquí, que si no acabaré llorando», dice Montero antes de cerrar.
