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El icónico cine del Eixample reducido a cenizas que pervive en Vallvidrera

Los espectadores que el 6 de abril del 1991 acudieron al cine Fémina lo hicieron sin saber que estaban viviendo una experiencia irrepetible. La película que entonces se proyectaba en esta emblemática sala ubicada en la calle de la Diputació, entre el paseo de Gracia y la rambla de Cataluña, era Three Men and a Little Lady, una comedia familiar americana sin demasiadas florituras. Este film protagonizado por Tom Selleck pasaría a los anales de la historia como el último que se pudo ver a las instalaciones, que solo unas horas después de esta proyección sufrían un grave incendio que las calcinaba completamente, precipitando posteriormente el derribo.

El trágico suceso -afortunadamente solo resultaron heridos dos bomberos durante las tareas de extinción de las llamas- tuvo una gran repercusión mediática en la época. La desaparición del Fémina suponía la pérdida uno de los cines históricos de la ciudad y ponía punto final a una trayectoria de más de 60 años iniciada con motivo de la Exposición Internacional del 1929 que le había convertido prácticamente en un emblema del Eixample. A pesar de la marcada decadencia que había caracterizado los últimos tiempos, sobre todo a causa de una disputa legal entre locatarios y propietarios, la icónica sala conservaba intacto su buen nombre y todavía coleaba la fama de vanguardista labrada durante buena parte del siglo XX. Esto, precisamente, explica que centenares de barceloneses se reunieran después del incendio en los espacios delimitados por los cordones policiales para comprobar la magnitud del desastre y que también quisieran estar presentes muchas autoridades como el entonces alcalde, Pasqual Maragall.

La noticia publicada en La Vanguardia el lunes 8 de abril del 1991 sobre el incendio del cine Fémina / Hemeroteca de La Vanguardia
La noticia publicada en La Vanguardia el lunes 8 de abril del 1991 sobre el incendio del cine Fémina / Hemeroteca de La Vanguardia

Más allá de pervivir en el recuerdo de muchos espectadores, el cine ha conseguido mantener viva su estrella hasta la actualidad de una forma bastante peculiar. Un vecino de Vallvidrera conserva en su casa uno de los últimos vestigios de la antigua sala: un entramado de casi medio centenar de las escaleras donde iba anclada la característica alfombra roja. Muchos de los escalones todavía tienen visible sobre la piedra las marcas de las pequeñas piezas que, situadas a ambos lados, servían para sujetar la vara de hierro horizontal con la cual se mantenía ceñida la estera, tal y como todavía se hace actualmente en algunos edificios emblemáticos de la capital catalana como el Parlament o el Liceo.

Fachada exterior del cine Fémina en una fotografía del 1929-1935 / AFB (Ayuntamiento de Barcelona)
Fachada exterior del cine Fémina en una fotografía del 1929-1935 / AFB (Ayuntamiento de Barcelona)

La historia del guardián accidental

Este hallazgo excepcional, sin embargo, viene acompañado de muchas preguntas. ¿Cómo llegaron las escaleras del Fémina a uno de los barrios más remotos de la ciudad? ¿Quién las llevó y por qué? ¿Se pudieron salvar del incendio y del posterior derribo? Las respuestas a algunas de estas cuestiones solo las puede dar Jordi Prada, actual propietario de la finca donde están ubicadas y el guardián durante el último medio siglo de este particular tesoro. El primer contacto que este cámara de televisión jubilado de 74 años tuvo con las escaleras fue cuando era solo un adolescente. Uno de sus amigos de infancia invitó a toda la pandilla del grupo de minyons de montaña a pasar la noche en la nueva casa de veraneo familiar.

«La Vallvidrera de entonces no tenía nada que ver con la actual. Era un lugar de segundas residencias donde las familias acomodadas veraneaban. Había casi una docena de hoteles como el Buenos Aires«, recuerda. Prada no lo sabía entonces, pero en aquella escapada a Collserola acababa de cruzar por primera vez la puerta de su futura casa. Las circunstancias de la vida le volvieron a llevar años más tarde a este barrio a las alturas, esta vez para trabajar en una cadena de radio de música ambiente. «Tenía que salir cada día de casa a las cinco de la mañana para coger el funicular. Veía incluso como regaban la plaza de Cataluña», asegura el hombre, que pasaba muchas veces por delante de la finca de su amigo.

Escalas del antiguo cine Fèmina en una casa particular de Vallvidrera.
Las escaleras del antiguo cine Fèmina en una casa particular de Vallvidrera / Jordi Play

Fue en estos viajes de ida y vuelta cuando el cámara barcelonés se empezó a interesar por la casa, que en aquellos momentos estaba alquilada. Hacia finales de los sesenta, Vallvidrera ya había empezado la larga metamorfosis de lugar de veraneo a núcleo residencial y el inmueble volvía a estar disponible. Prada no se lo pensó dos veces: habló con el padre de su amigo y se instaló de alquiler con su pareja y unos colegas. Después de unos años con contrato, el hombre consiguió finalmente comprar la casa para convertirla en su hogar hasta la actualidad.

Salvadas in extremis por un pequeño empresario

La primera vez que Prada oyó hablar de las escaleras fue cuando negociaba para instalarse de alquiler con el padre de su amigo. Josep Foix era un pequeño empresario que se dedicaba al mundo de la construcción y las reparaciones. «Tenía unos cuantos empleados en plantilla, pero cuando necesitaba más mano de obra iba a primera hora a la plaza de Urquinaona. Allí los contratabas por jornadas», explica el cámara jubilado. Una de las actuaciones en las cuales participó el empresario fue en la profunda reforma del cine Fémina del año 1949. Aquellos trabajos sirvieron para actualizar tanto el exterior como el interior de la sala, incorporando tecnología más avanzada y renovando aquellos elementos que habían quedado anticuados, entre los cuales las escaleras protagonistas de esta historia.

Escalas del antiguo cine Fèmina en una casa particular de Vallvidrera.
Las escalas del antiguo cine Fèmina en una casa particular de Vallvidrera / Jordi Play

«Ahora tenemos tendencia a tirarlo todo, pero antes si se podra se aprovechaba. Había otra mentalidad», asegura Prada. Así pues, Foix decidió llevarse prácticamente al completo la vieja escalinata del cine y se la instaló en su segunda residencia en la calle del Mont d’Orsà de Vallvidrera. El traslado, sin embargo, no debía de ser pan comido. Cada escalón tenía un peso considerable y fue transportado montaña arriba íntegramente, sin hacer ningún corte para acortar su longitud, en un momento donde los vehículos de motor todavía no se utilizaban habitualmente para el transporte de objetos de gran envergadura.

En todo caso, el empresario era plenamente consciente que con el traslado de las escaleras había conseguido preservar un pequeño tesoro que de otra forma hubiera acabado destruido. «Él siempre remarcaba que se las había llevado del cine Fémina», rememora Prada, que ha heredado en cierto modo esta buena obsesión por presumir del origen de los escalones. Las escaleras, pues, no sobrevivieron al incendio y al posterior derribo, sino que ya habían sido sustituidas mucho antes de la desaparición de la sala en 1991.

Interior del cine Fémina en una fotografía del 1929-1935 / AFB (Ayuntamiento de Barcelona)
Interior del cine Fémina en una fotografía del 1929-1935 / AFB (Ayuntamiento de Barcelona)

El historiador aficionado Jesús Fraiz es una de las personas que se ha zambullido de pleno en la historia del Fémina. Este hombre de 81 años pudo acudir en varias ocasiones al emblemático cine del Eixample y ahora hace un año publicó en La Vanguardia un artículo repasando la trayectoria de la sala. De las instalaciones destaca principalmente su diseño, de un estilo vienés más moderno poco frecuente en la época, y su constante apuesta por la innovación tecnológica. Esta voluntad les llevó precisamente a convertirse en el primer cine de Barcelona que proyectó una película rodada con el sistema cinemascope en 1954.

En sus orígenes también destacó por querer atraer a un público más femenino mediante varias estrategias como concursos mensuales donde se ofrecían regalos como monederos de lujo, servicios de infusiones o abanicos. Al final de su trayectoria, el Fémina se vio inmerso en una disputa legal entre los propietarios, que querían vender el recinto a unos empresarios franceses para que construyeran unas galerías comerciales, y los entonces locatarios, que consideraban que el contrato que tenían firmado era renovable automáticamente y que, por lo tanto, no les podían echar y podían continuar con la actividad. En el marco de este conflicto, se produjo el devastador incendio que redujo a cenizas la sala.

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