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Emanciparse en Barcelona, entrar en los «juegos del hambre»

María y Pedro ya no cogen el ordenador para buscar piso. «Hemos dejado de buscar hasta el verano», explican, resignados, después de un año buscando una vivienda «asequible» donde independizarse. Tienen 24 y 25 años, respectivamente, son pareja y viven en casa de sus padres, uno en el Clot, el otro en la Pau. El optimismo es escaso. No han conseguido pasar ni siquiera los primeros filtros de las inmobiliarias –a pesar de ser mileuristas los dos, reiteran– y ahora se resignan a encontrar a un «conocido» que tenga piso y les haga un favor. En una situación parecida están Irene y Sara, dos hermanas de 26 y 31 años que han pasado por estas situaciones. Irene todavía vive a casa, en Sant Andreu. Sara, la más grande, es de las jóvenes que ha tenido suerte. Hace dos semanas que vive en Sant Martí, lejos de casa, pero en un piso «a buen precio» que le cede una amiga «temporalmente».

Estos casos ejemplifican, en diferentes formatos, la dificultad que tienen los jóvenes para independizarse. Esta es otra de las realidades que esconde la crisis de la vivienda y que el TOT Barcelona analiza a la serie El drama del alquiler. Los cuatro testigos tienen en mente la nueva regulación que en Cataluña entra en vigor el 13 de marzo. Lo observan con cierto escepticismo, a la espera de saber si funciona y baja unos precios que, hoy por hoy, les aleja de sus expectativas. Según el informe Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España presentado en enero, solo 2 de cada 10 catalanes entre 16 y 29 años pueden emanciparse. La cifra más alta desde 2020, pero igualmente inferior a la del 2008 –antes del primer boom inmobiliario de la década– cuando la emancipación juvenil superaba el 25%. Según este estudio, además, este segmento de población tendría que destinar todo su salario al alquiler si quisiera vivir sol. Cataluña se encuentra en la cola de Europa, donde la tasa de independizados todavía ronda el 32%.

Los precios del alquiler hacen casi imposible independizarse sin compartir piso | Jordi Play

Requisitos imposibles de lograr

Pedro relata una retahíla de requisitos que los «bloquea». «Nos piden, entre las dos nóminas, triplicar el alquiler del piso, tener una antigüedad de contrato laboral superior al año y medio. No hemos conseguido ni hablar con ellas [las inmobiliarias]. No pasamos el filtro de la máquina, un robot que ni siquiera te puede orientar. Y quizás puedes mentir en alguna pregunta, pero no en todas», explica. Dice que este hecho les ha impedido «entrar a la rueda»: «Primero tenías la barrera del precio, y una vez asumes como está el mercado y estás dispuesto a pagar más, te das cuenta de que las condiciones que te ponen hace imposible que visites un piso».

Guillem Domingo, técnico de Vivienda y Ciudad en el Observatorio DESC, atribuye esta situación a un mercado de la vivienda «desbocado». El precio del alquiler en Barcelona es de 1.171 euros mensuales de media, según los datos del tercer trimestre del 2023 publicados por la Incasol; un máximo histórico que ha generado «barreras clarísimas» con que los jóvenes topan. «Buscar un piso es un tipo de ‘juegos del hambre’, ya ni siquiera es una carrera de obstáculos, es una misión imposible, es muy complicado. Que la tasa de emancipación sea de las más bajas de Europa no es casualidad», apunta el técnico.

Irene querría vivir suela, pero los precios actuales hace que ni se lo plantee | Jordi Play

Desde el Sindicado de Locatarias, Enric Aragonès critica la situación «de indefensión» que viven muchos jóvenes. «Cada semana llegan al sindicado decenas de personas, gente de todas edades, pero, evidentemente, también mucha gente joven, con la sensación que todo el mundo te intenta tomar el pelo», explica Aragonès. El activista detalla que la sensación de estar pasando un casting genera «mucha frustración» porque en juego hay «una cosa tan básica como tener una vivienda». Además, añade que hay bastante jóvenes, con sueldos bajos, que viven con el temor de una subida de precio. «La garantía de tener un piso, no solo tiene que ver con la posibilidad de tener un techo, sino también con el hecho de vivir tranquilo», concluye.

Pocas alternativas para su ritmo vital

Pedro y María viven con resignación la saturación que hay Barcelona. Han buscado y han encontrado piso fuera de la ciudad, pero prefieren que la primera vez lejos de casa sea cerca de familia y amigos. «Además, nuestro día a día no nos lo permite», argumenta Pedro para justificar la decisión: los dos trabajan y estudian un máster, con lo cual, si vivieran en el Vallès, la otra zona que han mirado, tendrían que salir a las 7 h de casa y volver casi a la medianoche. Irene tiene impresiones similares. Cree que marcharse del barrio no supondría «un problema vital muy grande», pero que le sería difícil. «En Sant Andreu he crecido, tengo los amigos y un ambiente cómodo para mí», explica, añadiendo que trabaja media jornada y estudia la otra media.

Las cuatro voces aseguran tener un buen ambiente familiar a casa y que, en caso contrario, quizás sí que habrían rebajado sus expectativas. A pesar de todo, a pesar de estar bien, llega un momento en que uno se quiere marchar de casa. «Vivir con la familia tiene el inconveniente que no tenso el espacio y la intimidad que tendrías en casa tuya. Quizás quieres ir al lavabo y está ocupado, vas a la cocina y todo el mundo está adentro… Evidentemente, se puede convivir, pero a veces es un poco difícil, sobre todo si ya has estado viviendo sola o en pareja», explica Sara, la más grande de los cuatro.

Cambio de mentalidad

Según una encuesta del CIS de 2019, el 64,4% de los jóvenes considera que «siempre es mejor comprar un piso» que no vivir de alquiler. En todo caso, los colectivos defienden que los jóvenes han cambiado de mentalidad. Es el caso de Pedro, por citar un ejemplo, que asegura que no le importaría vivir de alquiler toda la vida, pero que este tendría que ser «muy asequible». Guillem Domingo recuerda que la pregunta del CIS hacía referencia a las condiciones actuales y detalla que los resultados son diferentes –hace mención a las conclusiones de la Radiografía Locataria del CNJC– cuando la pregunta se hace dibujando un horizonte de precios asequibles. «Cada cual puede tener sus preferencias. Hay quién preferirá tener algo que pase a sus hijos, seguramente sí, pero lo que es seguro es que toda persona necesita tener un techo para poder construir un proyecto de vida estable. Y si esta estabilidad te la da el alquiler, la percepción quizás cambia», argumenta.

Enric Aragonès también hace mención al camino que han hecho las hipotecas. «Gran parte de las generaciones anteriores podían acceder a una propiedad, con unas hipotecas que duraban menos años. Ahora, tener una propiedad requiere más inversión y más ahorro», comenta. Por este y otros motivos, el activista remarca que «nos tenemos que sacar de la cabeza» la idea que el problema del alquiler es un problema exclusivamente de los jóvenes. Cree que este segmento poblacional tiene condiciones laborales «más inestables» y que la problemática «se refleja más» en ellos, pero mantiene que cada vez hay más personas que alargan el alquiler. «La gente joven que vive de alquiler se hace grande sin comprarse un piso. Cada vez hay más locatarios y a la vez más arrendadores». Todo ello, concluyen desde los colectivos, favorece a una «concentración de la propiedad de la vivienda» que ensancha diferencias. Que los padres tengan un segundo piso, a veces es la única salida.

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