Estamos en el año 2025 después de Cristo. Todos los distritos de Barcelona son de mayoría castellanohablante. ¿Todos? ¡No! Una aldea del norte habitada por vecinos de Gràcia resiste. Rechazan, una y otra vez, ferozmente, perder la lengua. Como en las aventuras de Astérix, el distrito de Gràcia se erige como el único de la ciudad donde el catalán todavía es la lengua mayoritaria entre los vecinos. Por poco, pero lo es. Según la última encuesta municipal sobre el uso del catalán, un 52,9% lo tiene como primera opción comunicativa. Gràcia, además, está bastante por encima en la tasa de supervivencia del catalán en todo el país, donde solo el 32,6% de los habitantes tienen el catalán como primer idioma. La Vila de Gràcia, Camp d’en Gassot y Gràcia Nova, la Salut, el Coll y Vallcarca y Penitents son los cinco barrios de un distrito que, todavía, resiste a la masificación turística y su impacto en la vida de los vecinos. Un paseo al mediodía por las calles y tiendas de buena parte de Gràcia permite identificar una militancia lingüística que se ha vuelto exótica en gran parte de Barcelona.
Militancia lingüística, por cierto, que no es exclusiva de los apellidos catalanes. En la primera incursión en el corazón de la Vila de Gràcia por la calle de l’Oreneta, nos encontramos con una cadena de panaderías. Prueba de fuego en un sector que ocupa mayoritariamente trabajadores extranjeros y donde a menudo resulta una odisea hacer el pedido en catalán. Domenica -protagonista de la imagen que encabeza este reportaje- nos responde con un excelente catalán. Llegó de Ecuador con su familia cuando tenía cuatro años. «Todavía mucha gente se sorprende, pero he estudiado aquí. Para mí es normal hablar en catalán porque muchos clientes son catalanes. Es una cuestión de educación y respeto. La gente mayor mantiene el catalán aunque puedan pensar que no los entenderé y, en cambio, los jóvenes son los que se dirigen con más frecuencia en castellano». A pesar de este cambio de lengua, cada vez más habitual entre la juventud, Gràcia es el segundo distrito de Barcelona con más jóvenes que tienen como primera opción comunicativa el catalán, un 43,5%, solo superado por Sarrià-Sant Gervasi (44,9%). Domenica añade que recibe muchas felicitaciones por su nivel de catalán por parte de los clientes y está orgullosa: «Mi círculo de amistades y de familia es totalmente en castellano, pero cuando trabajo o cuando sé que la otra persona habla catalán, yo también lo hago».

Motivación para aprender catalán
En los puestos exteriores del mercado de la Llibertat trabajaba hasta hace poco Rupinder, un joven llegado de la India. De inmediato tuvo interés por el catalán. Su clientela -vendía menaje del hogar- es casi exclusivamente catalanohablante. «Tenía que entender a mis clientes y respetar su lengua, y sabía que hablar catalán me abriría puertas para seguir creciendo aquí», explica al TOT este joven a través del teléfono de Maria Eugènia Ramos, propietaria de Calçats Ramos, un establecimiento fundado en 1885 por su abuelo. Ella fue una de las personas que más ayudó a Rupinder a aprender catalán: «Cada día me decía, háblame en catalán. Por la mañana, cuando abríamos las tiendas, nos decíamos: ¿Cómo vamos? Y comenzaba la conversación».
De hecho, las tiendas son otro termómetro muy claro de la salud del catalán más allá de la rotulación. «Aquí en Gràcia la mayoría de las tiendas todavía las llevan vecinos de Gràcia, y eso se nota lingüísticamente», dice Maria Eugènia, que con todo, reconoce que cambia al castellano si un cliente se le dirige en esta lengua. Ahora bien, a menudo hay sorpresas: «Me he encontrado con que el cliente o la clienta me habla en castellano, le voy a buscar un zapato y cuando vuelvo los escucho hablando por teléfono en catalán. Entonces yo vuelvo al catalán». Reconoce que «los catalanohablantes nos equivocamos al no mantener la lengua, porque es muy improbable que el cliente no nos entienda». También dice constatar que los jóvenes cada vez hablan más castellano.

El mercado, una inmersión total en el catalán
En el Mercat de la Llibertat hay otro oasis de la lengua nada fácil de replicar en Barcelona. Lo confirma Esther, con treinta y ocho años de experiencia al frente de su pescadería. «Os diré que cada vez se habla más catalán en el mercado. También hay gente joven que compra en el mercado y también habla catalán. La situación del catalán es alarmante en muchos puntos de Barcelona, es cierto, pero yo en Gràcia no veo ese peligro de minorización». Lo afirma después de preguntarle si la juventud se le dirige en castellano y si ha notado que entre su clientela aumenta el uso del castellano. Esther siempre inicia la conversación en catalán, y reconoce que ha habido «un cambio de actitud positivo» en algunos clientes castellanohablantes que hace unos años -a raíz del proceso y de la beligerancia política contra el catalán-: «Antes, si les hablabas en catalán, se molestaban, ahora responden en castellano y sin malas caras».
Edu, propietario del Bar de Peix Hermós, dentro del mercado, también constata que su clientela joven mantiene el catalán. «Aquí casi todo el mundo habla catalán, no escuchar esta lengua es totalmente excepcional, porque es también la esencia del barrio, esta catalanidad», apunta en conversación con el TOT. También insiste en que la composición socioeconómica de la Vila de Gràcia y el resto de barrios del distrito son parte esencial para entender cómo el catalán todavía es la lengua de uso mayoritario. «Nunca ha sido un territorio con mucha gente de fuera, todavía hay muchos mayores propietarios, los hijos se quieren quedar a vivir aquí, y los precios de los alquileres tampoco son muy asequibles. Esto ya es una barrera a tener en cuenta para entender por qué el distrito aún preserva el catalán», dice Edu. Además, añade que entre sus clientes también hay extranjeros establecidos en la zona -el 23% de la población del distrito tiene nacionalidad extranjera-, pero que «hacen el esfuerzo de hablar catalán, o al menos, de respetar que yo lo hable».

Entre sus clientes, Anna Solà y Claret Serrahima toman unas tapas de pescado para almorzar. Son clientes habituales y vecinos de la Vila de Gràcia. No son tan optimistas sobre el futuro del catalán en el distrito, aunque resista heroicamente como lengua más utilizada. «El catalán era lengua de prestigio y ahora ya no lo es, los jóvenes lo percibimos. Por eso la inmersión lingüística en la escuela, que claramente se está perdiendo, era tan importante. Vayan a Gal·la Placídia a la salida de las escuelas y verán cómo los niños juegan en castellano», advierte Anna, profesora universitaria de catalán jubilada. Claret también señala esta pérdida de prestigio, y aunque constata que en el barrio la gente «de toda la vida» sigue hablando en catalán, alerta que ya hay algunos puntos que avisan que pierde fuelle: «Escuchar catalán en la calle de Verdi, donde hay mucha población extranjera y comienzan a llegar los turistas, es prácticamente imposible». En todo caso, el matrimonio es cliente de otros mercados, como el de Galvany (Sarrià-Sant Gervasi), donde aseguran que el retroceso del catalán es evidente. Ambos tienen clara su militancia lingüística y explican que nunca se pasan al castellano. «Si te hablan en castellano y respondes en catalán, te dicen maleducado, pero es que esa persona te entiende y probablemente no se molesta en hacer el esfuerzo de hablar catalán», sentencia Anna.

A la espera de los próximos datos sobre el uso del catalán en la ciudad, que podrían estar disponibles en verano, Gràcia sigue siendo un oasis lingüístico en Barcelona, la aldea catalana que resiste. Bastante lejos, les Corts (45,4 %), Sarrià-Sant Gervasi (44,2 %) y l’Eixample (43,8 %). Después están Horta-Guinardó (38,1 %), Sant Andreu (37,3 %) y Sants-Montjuïc (36,1 %). A la cola se encuentran Ciutat Vella, donde el catalán es la primera lengua solo para el 19,5 % de la población, y Nou Barris está en la cola con el 17,7 %.



