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El oasis del catalán en les Corts se llevará a la tumba el secreto de la mejor tortilla

David Gil no quería saber nada del negocio familiar. Cuando sus padres dejaron su Tarragona natal para regentar el bar ubicado en los bajos del edificio de la calle de Ecuador de les Corts donde habían vivido de jóvenes él tenía solo 14 años. «Ayudé a mis padres muchas veces, pero yo no lo quería heredar ni en pintura«, asegura en una conversación con el TOT Barcelona. Sin embargo, la llegada de la crisis económica hizo que este hombre tuviera que renunciar al que había sido su trabajo hasta entonces y que no le quedara más remedio que ponerse detrás los fogones del Nino (calle de Ecuador, 36).

De esto hace ahora 12 años. En este tiempo, Gil ha visto como el barrio perdía un instituto y como la pandemia del coronavirus hacía estragos en muchos de los establecimientos de la zona, incluido el suyo. «Antes de la covid tenía unas 500 personas más cada día. Este es un barrio donde hay muchas empresas tecnológicas que ahora han pasado a hacer teletrabajo y viene cada 15 días. Tenía dos personas trabajando conmigo y las tuve que eliminar», lamenta. A pesar de las difíciles circunstancias, el bar Nino ha conseguido salir adelante, convirtiéndose en un lugar prácticamente de culto por sus tortillas de patatas, bautizadas por muchos como las mejores de les Cortes y de las cuales solo se nos permite revelar que no llevan cebolla.

La trayectoria de este establecimiento, sin embargo, podría tener los días contados. El responsable del bar se está planteando traspasarlo, poniendo punto final al periplo iniciado en los ochenta por sus padres, que a la vez cogieron el relevo del primer propietario, un hombre italiano que más de medio siglo después todavía da nombre al negocio. Las razones detrás esta despedida? El desgaste personal que arrastra Gil y una transformación de barrio que hace que cada vez sea más difícil sobrevivir para los pequeños comercios. «La mentalidad del barcelonés ha cambiado mucho. Hace 30 años, esto se llenaba de vecinos que bajaban a hacer el quinto o un cubata. Ahora el pequeño comercio está totalmente abandonado. Aquí lo tengo que hacer todo yo porque estoy solo y llega un momento que no puedes más», señala.

Una de las famosas tortillas del bar Nino de las Cortes / Cedida
Una de las famosas tortillas del bar Nino de les Corts / Cedida

Un refugio de la lengua con bocadillos sin apellido

Más allá del furor por las tortillas, el Nino es un establecimiento peculiar porque se ha convertido en una especie de oasis del catalán en un barrio donde cada vez es más difícil encontrar negocios donde el trato sea completamente en catalán, sobre todo en cuanto a la restauración. «El 100% de mis clientes interactúan conmigo en catalán. Esto lo he conseguido haciéndome mi espacio y estoy bastante orgulloso. Si uno quiere, en Barcelona se puede hacer que se hable el catalán», insiste Gil, que considera que no habría podido resistir tanto de tiempo sin un tipo de clientela tan fiel.

Las rarezas de este negocio, sin embargo, no se acaban aquí. «Los bocadillos aquí los servimos sin apellido. Qué quiere decir esto? Que mis clientes me piden uno y yo se lo hago de lo que quiero: un día de fuet, otro de bull blanco o negro… y así funcionamos», remarca. Además, desde el estallido de la pandemia del coronavirus, el responsable del establecimiento se ha tenido que organizar para poder continuar dando el servicio de comida a su clientela sin las cuatro manos que le ayudaban antes. Lo ha hecho manteniendo una cartera fija de comensales de entre 15 y 20 cada día a los cuales avisa por WhatsApp sobre cuál será el menú y les pide qué horario prefieren. «Muy pocos bares funcionan así. Sé que puedo perder algunos clientes, pero si no lo hiciera de este modo sería imposible y así me aseguro que puedo dar un buen servicio», afirma Gil, que es plenamente consciente de los hándicaps de este sistema.

De la alfombra de la familia Franco al retiro en la Costa Brava

Gil rememora su vida antes del bar con cierto punto nostálgico. «Trabajaba en una empresa dedicada a la venta de alfombras persas. Teníamos la tienda en la calle París con Muntaner y también estuve un año en la de Madrid, en pleno barrio de Salamanca», explica. De aquella época, el actual responsable del Nino todavía recuerda vívidamente como entre sus clientes había el expresidente del Palau de la Música condenado por fraude, Fèlix Millet, o Carmen Franco, la única hija del dictador español. «La atendí en la tienda sin saber que era ella y después me llamó varias veces a la tienda presentándose como la duquesa de Franco. Al principio no me lo creía, pero acabé llevándole las alfombras a su casa», relata.

En cuanto a su vida una vez traspase el establecimiento, el hombre tiene claro que se marchará de Barcelona para acabar sus días hasta la jubilación lejos de la ciudad y de su trasiego constante. «Me quiero ir a la Costa Brava. Tengo un pequeño apartamento en Palafrugell e iría a buscarme la vida allí. Aquí hay demasiadas restricciones para trabajar a gusto ejerciendo de propietario de un negocio. Más bien es un lastre y yo quiero tener mis últimos años de nóminas tranquilos», sentencia.

David Gil, propietario del bar Nino de las Cortes, que está en proceso bisiesto desprendido de cuatro décadas en manos de esta familia / A.R.
David Gil, propietario del bar Nino de les Corts, que está en proceso de traspaso después de cuatro décadas en manos de esta familia / A.R.

Segunda víctima entre los históricos del barrio en pocos meses

De confirmarse el cierre del Nino, les Corts y, en concreto, el antiguo barrio obrero del Camp de la Creu habrán perdido en los últimos meses dos de sus establecimientos históricos. Este pequeño reducto industrial -bautizado así por una antigua cruz de término que se levantaba a finales del siglo XIX entre la actual calle de Entença y el edificio Atalaya- ya vio como el pasado noviembre bajaba la persiana el bar Cal Bonete, un negocio inaugurado el 14 de noviembre del año 1973 que se convirtió durante las últimas décadas del siglo XX en un punto de referencia para los trabajadores de las fábricas ya desaparecidas que poblaron esta zona de la capital catalana.

La clausura de negocios como el Nino o Cal Bonete desvirtúan un barrio ahora ya invadido por edificios de oficinas y grandes bloques de pisos que poco tiene que ver con su pasado industrial. El quinto con los vecinos o la Barreja barrecha, la clásica bebida que los obreros barceloneses se tomaban a primera hora de la mañana antes de ir a trabajar, son algunos ejemplos de tradiciones ya completamente desterradas que con la muerte de establecimientos como estos ya solo perviven en el recuerdo.

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