La Ferretería Llanza abrió las puertas el 1928 en el número 61 del paseo de Sant Joan. Esto lo ha hecho ser testigo de épocas de gloria y otras muy oscuras. Tal como explica al
Fue entonces, cuando, por casualidad, se cambiaron de lugar, y su padre ya no estaba en el punto más próximo a la puerta. Estaba su amigo. Cuando estalló una bomba del ejército franquista, un trozo de metralla entró por la puerta y lo mató. “Si no se hubieran cambiado las posiciones, mi padre habría muerto. Son cosas del destino de cada persona”, reflexiona Llanza mientras señala el punto de la puerta por el cual entró la metralla. Todavía se ven las marcas.
Una ferretería con más de 4.000 artículos
Esta tienda se encuentra junto a dos más que resisten desde hace décadas en este punto de la Dreta de l’Eixample, la Carpintería Ribas y la Fontanería Sáez, del 1939 y el 1940, respectivamente. Entrar en la Ferretería Llanza es como hacer un viaje al pasado. Está llena de pequeñas cajas en las cuales se indica con letra cursiva los diferentes artículos que vende en la tienda. Dice que hay alrededor de 4.000 y que las cajas son las de siempre, de cuando su padre y su abuelo abrieron el negocio. Jaume entró a trabajar con 14 años y ahora tiene 81. Es evidente que él también ha sido testigo de como el paso del tiempo ha cambiado el distrito del Eixample y Barcelona.

“Antes estaba lleno de fábricas y talleres y ahora todo son bares y restaurantes. El único taller que queda es la carpintería que hay aquí al lado”, señala. A continuación, detalla con casos concretos estos cambios: en el local de la heladería DeLaCrem, había antes un negocio de construcción; en la Bella Estambul, había un almacén de rollos papel; donde se encuentra el bar Snack 55 había otro bar y en los locales que lo siguen había una casa de camisas, una farmacia y una perfumería. Nada que ver con el paseo Sant Joan de hoy.
En la tienda del lado, la Carpintería Ribes, también se conoce la historia de la bomba. Ribes señala desde la puerta que cayó justo ante la Granja PetitBò. También habla de la complicada situación que vive el comercio tradicional en Barcelona. “Muchos están cerrando por el alto precio de los alquileres. Es preocupante. Mira qué era la Boqueria y qué es ahora. De este modo las ciudades pierden personalidad”, lamenta.
«Nadie querrá coger el relevo»
En medio de trozos de madera que está trabajando y otras que están pendiente de tener algún destino, reconoce que hace años tuvo la suerte de poder comprar el local. “Si no estaría temblando”. Al mismo tiempo está seguro de que el futuro del negocio no se continuará escribiendo cuando él marche. “Los comercios tradicionales que quedan en la ciudad irán cerrando cuando quienes los llevan se jubilen. Nadie querrá coger el relevo”, pronostica.
Por su parte, a Llanza también le tranquiliza que el local sea de propiedad. En caso contrario ahora no estaría dando esta entrevista. Por una parte, por el precio de los alquileres. Por la otra, porque ahora “cuesta mucho” competir con las grandes superficies que lo venden todo “mucho más barato”. “Si el local no fuera de propiedad, ya habría cerrado”. Tampoco puede evitar hablar de como el encarecimiento de la vida, desde el cambio de la peseta al euro hasta la actual crisis inflacionaria, hace el panorama todavía más difícil. “Hoy decían en la radio que una persona cobraba 1.100 euros y pagaba 1.040 de alquiler. ¿De que vive? ¿Come del aire?”, indica.

Quienes no tienen el local de propiedad son los hermanos Antonio y Paco Sáez, que están al frente de la Ferretería Sáez. Tal como admiten al
Antonio y Paco tienen, 58 y 63 años, respectivamente, y han pasado toda su vida aquí. Primero de todo porque cuando eran pequeños, su familia vivía y trabajaba en el establecimiento. También porque con 14 años empezaron a trabajar, compaginando con los estudios este trabajo que continuarían haciendo a lo largo de las décadas.
Una foto en blanco y negro
Prueba de la antigüedad del establecimiento es una foto en blanco y negro que enseña Antonio. Aparecen los nombres de la Fontanería Sáez y la Ferretería Llanza escritos exactamente como en la actualidad. También se ve un coche de caballos circulando por el paseo Sant Joan. Otra muestra de aquel pasado son algunos objetos que tienen en el escaparate, como unos interruptores antiguos que solo se ven a las películas. En el otro extremo de la tienda se encuentra el azulejo, que es exactamente el mismo que ha estado en la tienda durante todo su tiempo de vida. En aquellos tiempos anteriores, recuerda Antonio, el trato con el cliente era diferente: la gente se quedaba un rato hablando con sus padres. “Ahora la gente va con prisa en todas partes”, añade Paco.
Al volver a la Ferretería Llanza, es imposible no pensar cómo Llanza continúa trabajando con 81 años y es capaz de subirse a una escalera de casi 5 metros cuando los clientes le piden ciertos artículos que solo puede encontrar en las alturas. “Si no pudiera subir, ya habría cerrado. De este modo hago ejercicio”, bromea mientras observa la escalera desde el mostrador del establecimiento. El trabajo lo hace, además, sentirse vivo. “Es una obligación para levantarme y hacer algo. Sé de gente que se ha jubilado y en cuatro días se ha ido a hacer puñetas”, dice.

La situación de Ribes es diferente. A pesar de que el trabajo es una distracción, continúa trabajando con 73 años porque no tiene otra opción, puesto que jubilado no podría pagar la hipoteca y tener suficiente dinero para vivir. «Trabajaré hasta que el cuerpo aguante o me toque la primitiva. Si me toca, que me busquen», dice sabiendo que el final de la vida de la carpintería llegará cuando él baje la persiana. Su hijo estuvo un tiempo trabajando con él, pero con al final optó por otro trabajo. «Mientras él esté contento con su decisión, todo está bien», concluye.