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El barcelonés que hizo (y rehizo) las Américas

«En la mesa de Bernat, quien no está, no es contado». La Graciela Roger (Buenos Aires, 1942) tiene grabado en la memoria este refrán catalán. Era una de las frases estrella de su abuelo, José Roger i Balet (Barcelona, 1889 – Buenos Aires, 1973), que solía usarla para pedir puntualidad a sus familiares. «Nos reuníamos todos los domingos en su casa, alrededor de una mesa larga. Si llegabas tarde y te habías perdido un plato, ya no te lo servían. Después, mientras los niños jugaban, los mayores tomaban té», explica en una conversación con el TOT Barcelona esta mujer argentina de 83 años, rememorando la escena cotidiana. Roger es la veterana de seis nietos, dos de los cuales ya fallecidos, y una de las guardianas del legado de su abuelo, que dejó la capital catalana con solo 17 años para ir a hacer las Américas como tantos otros catalanes a principios del siglo XX. De la nada, montó un verdadero imperio comercial a través de su marca Bazar Dos Mundos, que llegó a tener una veintena de sucursales y cerca de 800 empleados entre Argentina y Uruguay.

La historia de este barcelonés es ampliamente conocida al otro lado del Atlántico. Su recuerdo -o al menos el de su compañía, que emulaba las galerías como Harrods (Londres) o Lafayette (París)- sigue presente en la memoria de muchos ciudadanos, sobre todo los de cierta edad. Ahora bien, en nuestra tierra, Roger Balet es prácticamente un desconocido. Más allá de una breve entrada en la enciclopedia catalana y de una pequeña placa de homenaje colocada en la fachada del número 3 de la calle de Lluís el Pietós, el edificio del Born donde se crió, no hay prácticamente ninguna referencia más. Tampoco a su faceta más filantrópica, que lo llevó a ser conocido al otro lado del océano como el «sembrador de escuelas«. Se calcula que hasta su muerte en 1973 llegó a construir alrededor de cincuenta centros educativos, principalmente en las zonas más desfavorecidas de Argentina y Uruguay, pero también en las grandes ciudades e incluso uno en Chile. Lo hizo a modo de gratitud, en un intento de devolver a los países que lo acogieron cuando no tenía nada una parte del gran éxito conseguido gracias a su popular cadena comercial.

Retrato del comerciante barcelonés José Roger i Balet, conocido en Sudamérica por haber montado el imperio comercial del Bazar Dos Mundos y por donar escuelas / Cedida
Retrato del comerciante barcelonés José Roger i Balet, conocido en Sudamérica por haber montado el imperio comercial del Bazar Dos Mundos y por donar escuelas / Cedida

21 días en el mar, once noches en la calle

La trayectoria de Roger Balet la conocemos hoy en día en buena parte gracias a la biografía que publicó la escritora argentina Yderla Anzoátegui en 1961. La autora plasmó en papel las anécdotas e historias que la familia había escuchado durante años de la voz del propio protagonista. Conseguir el visto bueno del empresario para sacar adelante el libro no fue fácil. «Al principio él no quería, pero parece que lo convenció», apunta su nieta, que remarca que tanto su abuelo entonces como sus descendientes ahora siempre han abogado por mantener un «perfil bajo». Los inicios de nuestro protagonista, pues, los situamos en el barrio barcelonés del Born en una familia de clase trabajadora. Su padre, Pablo Roger Villarrubla, era un comerciante de Lleida que trabajaba para un almacén de papel, mientras que su madre, Dolors Balet i Nadal, había nacido en la capital catalana y era hija de una saga de empresarios de origen manresano vinculados al sector textil. La mujer era hermana de Domènec Balet i Nadal, un importante maestro de obras que diseñó varios edificios icónicos de la ciudad.

Desde muy pequeño, el mediano de tres hermanos mostró interés por el mundo comercial en el que se movía su progenitor. Una de las anécdotas que han quedado para la posteridad dice que su padre le entregó tres cajas de velas para que intentara venderlas. El niño volvió al poco tiempo sin el material después de conseguir colocarlas todas en un velatorio. A pesar de contar con un delicado estado de salud, comenzó a trabajar de muy joven, primero en unos grandes almacenes y más tarde con su padre. Logró ahorrar algo de dinero con un objetivo claro: dar el salto a las Américas. Su gran oportunidad llegaría con 17 años, cuando intentó embarcarse en el barco Sirio, que debía hacer escala a principios de marzo de 1906 en el puerto de Barcelona. No pudo hacerlo porque iba lleno y el capitán se negó a subirlo. El buque naufragaba el 4 de marzo frente al Cabo de Palos (Murcia), muriendo la mitad de los más de 500 pasajeros. Roger Balet sí embarcaría el 3 de septiembre de ese mismo año en el Patricio de Zatrústegui, que después de una travesía de 21 días a vapor llegaría a Montevideo el 24 de septiembre.

Su llegada a Uruguay no fue fácil. Tuvo que dormir once noches en la calle hasta que finalmente encontró un trabajo en un almacén de comestibles. De aquellas noches al raso, ha perdurado otra anécdota que él mismo se encargaba de repetir «a todo el que quisiera escucharla», reconoce su nieta dibujando una sonrisa. Cuando estaba a punto de quedarse sin ahorros, un profesor de escuela se acercó al lugar donde descansaba el joven y se interesó por su situación. Antes de marcharse, le dio dos pesos de oro. El comerciante barcelonés siempre se mostró muy agradecido de este gesto, que lo animaría a continuar buscándose la vida sin desistir. Con este primer trabajo pudo pagarse el billete de barco hasta Buenos Aires, donde tenía un sobrino de su padre que trabajaba en uno de los mercados de la capital argentina. El familiar lo acogió unas semanas hasta que fue contratado como cadete en un comercio, durmiendo en el sótano del local. Desde este punto, su ascenso fue fulgurante. Consiguió trabajo en una de las grandes cadenas comerciales de la ciudad, donde llegó a ser subdirector de uno de los departamentos antes de ser despedido fulminantemente, una decisión que nunca llegó a entender.

Auge y ocaso de un imperio comercial

A pesar del revés del despido, Roger Balet decidió aprovechar la oportunidad para comprar con sus ahorros un comercio céntrico para montar su propio negocio. Tenía 24 años y hacía poco que se había casado con Dresda Rossi, una joven hija de emigrantes italianos que conoció en una pista de patinaje y con quien tendría cuatro hijos. A modo de curiosidad, la nieta de ambos precisa que el nombre de su abuela se lo pusieron después de un viaje que sus padres hicieron a la ciudad alemana de Dresden, de la cual volvieron fascinados. Este primer negocio en solitario fue todo un éxito y sería el preludio del gran despegue comercial de nuestro protagonista, que llegaría solo dos años después con la apertura del primer Bazar Dos Mundos, una referencia a los orígenes catalanes del comerciante y su presente al otro lado del planeta. El 13 de marzo de 1915 se inauguraba la primera sede de la compañía en un local ubicado entre las calles de Corrientes y Bermejo. Ese mismo año, el barcelonés llevaría a Buenos Aires a su madre, que ya hacía un tiempo que había enviudado. La nieta llegaría a conocer a su bisabuela, que moriría en Argentina el 27 de julio de 1952.

Una de las sedes de la cadena Bazar Dos Mundos en el centro de Buenos Aires en una fotografía del finales del siglo XX / Cedida
Una de las sedes de la cadena Bazar Dos Mundos en el centro de Buenos Aires en una fotografía del finales del siglo XX / Cedida

Hasta 1919, el empresario consiguió abrir una sucursal por año. La calidad y selección en la oferta de los establecimientos de la cadena atraía la atención sobre todo de los muchos emigrantes europeos que en esa época habían emigrado a Argentina, que encontraban en estos grandes almacenes productos de sus países de origen que importaba Roger Balet. En 1928, el número de sedes ya alcanzaba la quincena y, solo un lustro más tarde, se superó la cifra de las veinte sucursales. El negocio había elevado su categoría hasta la de imperio comercial, haciéndose con un gran edificio en la calle Florida, en el corazón de la capital argentina, que ha quedado en el recuerdo como uno de los emblemas del poder que llegó a tener la compañía. La nieta del comerciante recuerda con especial nostalgia las tardes de sábado que pasaba en el cuarto piso de esta tienda, jugando entre la sección de juguetes. «Todo me deslumbraba… La vida era muy fácil«, reflexiona en perspectiva.

Una de las sedes de la cadena Bazar Dos Mundos en el centro de Buenos Aires en una fotografía del 1978 / Cedida
Una de las sedes de la cadena Bazar Dos Mundos en el centro de Buenos Aires en una fotografía del 1978 / Cedida

El Bazar Dos Mundos superó la crisis provocada por el Crac de 1929 y Roger Balet siguió comandando la empresa hasta los cincuenta, cuando cedió a sus hijos el control y gestión del día a día. La segunda generación de la familia mantuvo las mismas premisas de éxito y mantuvo el imperio hasta los ochenta. «El abuelo era corrección, puntualidad y respeto. En mi casa, todo fue siempre muy estricto y riguroso», rememora la nieta. El negocio llegó a manos de la tercera generación, pero acabó sucumbiendo a un escenario político y social marcado por la inflación y poco propicio para empresas de este tipo. «La parte política no nos favoreció demasiado. Era difícil la comercialización y adquisición de mercancías y las leyes tampoco ayudaban«, admite la mujer. Con la apertura comercial y el cambio de tendencias comerciales, con nuevos actores en el sector que ofrecían productos más económicos, la cadena fue reduciendo poco a poco sus sedes hasta su desaparición definitiva en 1985. De los grandes almacenes ya no queda ni un cartel, solo el recuerdo, sea en forma de fotografía o en las generaciones que compraron allí. «Es una pena que sea así, la verdad», dice la nieta.

Graciela Roger, nieta del comerciante barcelonés José Roger i Balet, conocido en Sudamérica por haber montado el imperio comercial del Bazar Dos Mundos y por las donaciones de escuelas | Jordi Play

El gran benefactor

Si la vida de Roger Balet no tenía ya suficientes alicientes para hacer una película, su faceta filantrópica merece un capítulo aparte. Uno de los primeros gestos lo encontramos a principios de los años treinta, cuando debido a la crisis económica que sufría el país decidió sufragar la repatriación de casi 300 ciudadanos españoles que no habían tenido tanta suerte como él en los negocios. Durante la Guerra Civil Española, envió a la península barcos cargados de trigo y otros productos para paliar el hambre derivada del conflicto. Conocidas también son sus donaciones en forma de aparatos médicos y tecnología para los hospitales argentinos. Ahora bien, si en algo destacó especialmente fue en su compromiso con la educación. Todo comienza en los cuarenta, cuando decide construir catorce escuelas, una por cada demarcación argentina. Lo hace de la mano del arquitecto Grey Rock, seudónimo del profesional Arturo Dubourg, motivo por el cual todos los edificios se asemejan entre sí. Por petición expresa suya, ninguno de los centros educativos lleva su nombre. Eso sí, muchos aún conservan en sus fachadas un recordatorio que indica que el inmueble fue una donación del comerciante barcelonés.

Su proyecto educativo se fue expandiendo a lo largo de los años y llegó a Uruguay y Chile. De hecho, como muestra de gratitud por estas obras, el embajador uruguayo en Barcelona lo invitó en 1965 al descubrimiento de la placa que aún luce en la que había sido su residencia en la capital catalana. Regresaría a la ciudad en varias ocasiones para tratarse una maculopatía que lo dejó ciego en los últimos años de vida. En una de estas visitas lo acompañó su nieta, quien conoció entonces una rama de la familia que aún residía en Cataluña con la cual aún mantiene relación. Este vínculo establecido entonces sería clave para que la mujer argentina conociera el año pasado a otros parientes, los descendientes del hermano de su bisabuela, Domènec Balet i Nadal. Uno de los tataranietos del maestro de obras, Roger Tarrats, se interesó por la historia de Roger Balet y quiso encontrarse en persona con su nieta, quien en una comida familiar celebrada el año pasado le entregó un ejemplar de la biografía del abuelo, buena parte de la información de la cual está recogida en esta página web.

Graciela Roger, nieta del comerciante barcelonés José Roger i Balet, acompañada de Roger Tarrats / Jordi Play

Gracias a este primer reencuentro, las dos partes de la familia Balet i Nadal han establecido una relación que ha llevado a la descendiente del comerciante a la ciudad en varias ocasiones, la última este mismo octubre, cuando varias generaciones de la saga realizaron una ruta por la ciudad que culminó colocando unas flores en la fachada de la residencia barcelonesa de Roger Balet. Preguntada sobre el legado de su abuelo y cómo quiere que se le recuerde en su tierra natal, la nieta lo tiene muy claro: «Me gustaría que se conociera su obra y la intención que había detrás. Valorarlo como persona, por su humanidad«.

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