«Color café con leche tenían las aguas que bajaban bordeando la calzada del paseo; se arrastraban las casetas de madera, las mercancías, los carros y barriles: todo lo que encontraban a su paso; calabazas, naranjas, mesas y bancos salieron navegando; incluso un carro desenganchado, cargado de porcelana, fue arrastrado por la corriente… Nunca había comprobado la magnitud del poder de las aguas, era espantoso! Avanzaban ya por encima del paseo: la gente huía, clamaba, gritaba». Así describía en su libro In Spain (1864) el escritor Hans Christian Andersen el episodio que vivió en Barcelona el 15 de septiembre de 1862, donde pasaba sus vacaciones con un amigo. De hecho, hay una placa en Barcelona que recuerda que el escritor vivió la inundación desde el Hotel Oriente, en la Rambla, 45. Una inundación que se considera la catástrofe natural más extrema de la historia de la ciudad, donde un millar de barceloneses perdieron la vida. Apenas han pasado 200 años y la ciudad espera, desesperada, la tan necesaria lluvia…

Placa que recuerda que Hans Christian Andersen presenció la inundación en Barcelona desde un hotel

La Rambla, epicentro de la tragedia

Aquel septiembre de ahora hace dos siglos, la ciudad se encontraba inmersa en una transformación urbana profunda. Las murallas habían empezado a ser derribadas en 1854, y cinco años después, Madrid aprobaba el Plan Cerdà para transformar el Eixample. Justamente esta transformación acabó desencadenando una tragedia que, probablemente, no habría sido tan brutal sólo con una lluvia torrencial. Y es que la ciudad había quedado desprotegida sin las murallas y los fosos que habían actuado durante siglos como dique de contención y canal de evacuación del agua extramuros.

Los chubascos y las tormentas habían empezado a principios de septiembre, pero fue a partir del 11 de septiembre cuando las lluvias fueron más intensas, hasta que el día 15 cayeron más de 200 litros por m² en muchos puntos de la ciudad, y la inundación, considerado un episodio de gota fría -ahora DANA- acabó con la vida de un millar de ciudadanos de todos los barrios y provocó graves destrozos materiales por todas partes, con especial virulencia en la Rambla. De hecho, el Teatro del Liceo, que había sufrido un gran incendio un año antes, veía, como si de una maldición se tratara, que la inundación destrozaba las obras de reconstrucción. Además, las tiendas de la Boqueria, el quiosco de Canaletas y muchos establecimientos de la Rambla quedaron totalmente arrasados y el pavimento de las aceras incluso se levantó. Entonces se cifraron en 7 millones de reales las pérdidas ocasionadas.

El Teatro del Liceo, incendiado el 1861. Un año después, la riada destrozó las obras de reconstrucción.

Barcelona venía de un verano de sequía

Como hoy, la Barcelona de hace dos siglos había pasado un verano especialmente seco y cálido, unas condiciones que meteorològicameente abonaron el terreno para el gran diluvio, con una temperatura de mar muy alta y depresiones de aire frío en altura, hecho que facilitó la formación de grandes nubes de tormenta. Las tormentas habían empezado de madrugada, pero conn una intensidad que no hacía prever la tragedia de ese día. Hasta que los ríos Llobregat y Besòs, que flanqueaban Barcelona, empezaron a desbordarse.

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