Una pancarta pequeña, crítica con la Copa América, augura un ambiente hostil con la masificación turística en el barrio de la Salut. El cartel, colgado de un edificio también pequeño, despide a los visitantes que se marchan del Park Güell por la avenida del Santuario de Sant Josep, a unos cien metros del mítico dragón que engalana la entrada del parque más famoso de Barcelona. La mayoría de visitantes está de retirada, subiendo calle abajo en busca de cómo volver al centro. A primera hora de la tarde, una treintena de jóvenes turistas llevan tiempo en las afueras de la única tienda de la calle, obviamente de souvenirs. La mayoría no saben cómo volverán, están «chill» y esperan indicaciones. Los mayores sí detallan la hoja de ruta, caminar hasta Lesseps y tomar el metro.
Pocos metros adelante, una pareja adulta de japonesas sube el mismo camino. Ella recupera fuerzas sentada en un banco, después de horas de caminata en el Park Güell; él fotografía la puerta de un particular. Saben que el taxi es una opción de vuelta, pero la decisión, dicen, la tomarán «cuando lleguen a la calle principal». Y en el interior del parque, cinco jóvenes británicos de unos treinta años sí han subido en taxi porque es la «opción segura», comentan. Cogen Free Now, una plataforma al alza. La reorganización de los taxis en la zona –ahora paran en la carretera del Carmel y no en la rambla de Mercedes– ha aliviado los problemas, dicen los vecinos, pero no los ha erradicado. El vecindario se queja del caos circulatorio que generan los taxis y los buses turísticos, y los taxistas –sobre todo del sindicato mayoritario Élite Taxi– amenazan con boicotear el servicio a los vecinos. Los taxistas lo vienen como un aviso, pero dicen tener soluciones a aportar. Y los vecinos, que descartan «polemizar», mantienen que su interlocutor es el Ayuntamiento. Pero la polémica está ahí, y pone de manifiesto la deriva del Park Güell y sus alrededores, que no logran remontar el tsunami turístico de la última década.

Con el turismo más que consolidado en el Park Güell, la prioridad de los vecinos es ahora el entorno del parque. «Lo que queremos es seguridad y que se mejore la movilidad. Hay cinco escuelas primarias a pocos metros del Park Güell, muchos centros sociosanitarios, un hospital, un CUAP y un CAP. Y debemos tener en cuenta que la calle de Larrard es de los más transitados, solo por detrás de la Rambla y el paseo de Gràcia. Los turistas deberían tener algo de respeto porque están viniendo a una zona segura y agradable», detalla Maria Solanes, vecina y miembro de la plataforma ‘Recuperem la Salut ‘. Recuerda que el barrio que alberga el Park Güell tiene pocas calles con entrada y salida, que la mayoría son callejones sin salida. Sin embargo, avisa de que existe una «sobrecarga de vehículos motorizados» en la zona, únicamente fruto de la «influencia» del parque. Este hecho agrava «las externalidades negativas» del «turismo masivo» en una zona históricamente residencial.
A remolque del turismo
El Park Güell cerró el 2023 con 4,5 millones de visitantes, de los que solo un 15% eran de Barcelona. La Clara podría ser de ese 15%. Lleva un mes disfrutando del pase especial para vecinos porque su hija ha comenzado la etapa infantil en la escuela Reina Elisenda Virolai, que hace frontera con el parque. Van y vuelven con el bus 116, que ya no aparece en Google Maps. «Lo utilizamos porque es de los pocos que va bien». Lo que el Ayuntamiento debería hacer es instalar «un bus lanzadera para turistas y no cargar los buses del barrio», dice la madre, rodeada de un grupo de familias locales en casi la única zona infantil del Park Güell.
Raquel también tiene a su hijo en una escuela de la Salud. En este caso, el Turó del Cargol, ubicada un par de calles más allá del parque. «¡Has ido a parar con la persona indicada!», exclama a las puertas de la escuela, preparada con munición para cargar contra la gestión municipal. No solo avala la propuesta de Clara, sino que cuestiona las políticas de movilidad. «El cambio de la parada de taxis tiene sentido y que no aparezca el 116 en el Maps también, pero el 24 y el V19 son horribles. Pero atravesar el parque tampoco es agradable. Por tanto, refiero hacer más vuelta en transporte público», comenta.
Raquel explica que ha presentado dos reclamaciones en el parque, una para recibir insultos y la otra para dificultarle la entrada pese a tener pase de vecina. «Yo no soy de toda la vida, pero mi marido sí. Y él nos cuenta que todo esto hace 20 años no era sí. Es triste. Podríamos pasear por nuestro parque con el niño, pero no nos apetece. Un día nos multaron por ir en bici, cuando íbamos a la escuela, antes de que abriera el parque a los turistas», detalla.

El boom turístico del Park Güell no tiene un encaje fácil con el día a día del barrio. Las asociaciones admiten que será más fácil aplicar buenas medidas de movilidad que incidir en el decrecimiento turístico. La gente seguirá yendo «aunque se reduzca el aforo», apunta Maria Solanes. De hecho, dice que ya ocurre con los visitantes de los cruceros. «Evitar que la gente venga aunque no tenga entrada es complicado. Supongo que debe aprenderse a vivir con estas externalidades negativas», se resigna.
El Park Güell olvida el objetivo original
La deriva del Park Güell resuena entre los más veteranos, que aún recuerdan cuando el turismo no centraba las prioridades del parque. Nada más lejos de la realidad actual. El Ayuntamiento de Barcelona remarca que las visitas han caído un 50% en tres años: de los 9 millones de tiques vendidos en el 2020 –el año en que se aplicó por primera vez un límite de aforo– a los 4,5 millones del 2023 . Ahora bien, las cifras actuales superan con creces los 2,9 millones de visitantes registrados en 2014, el primer año con el acceso regulado. En una década, los turistas que rondan por el barrio de la Salut se han duplicado, prácticamente.
«La familia Güell cedió el parque al Ayuntamiento para uso comunitario, ciudadano. Se vendió para que los barceloneses pudiéramos disfrutarlo», recuerda Solanes. La vecina insiste en que es necesario encontrar el «equilibrio» entre la atracción turística y el parque vecinal «sin pervertir su origen». Un ejemplo reciente a evitar, comenta, es la exhibición de Louis Vuitton, quien reservó el parque para un acto privado.
En esta línea va el Plan Estratégico del Park Güell 2019-2022, que el Ayuntamiento prorrogó hasta el 2026. Un plan con 178 medidas enfocadas «al retorno social» del parque. El mismo documento apunta, en la parte de diagnóstico, que «buena parte [de los vecinos] ha dejado de sentirlo como un elemento primordial de la vida del barrio» y que se han reducido las actividades vecinales «aunque es el parque que abre más horas de la ciudad». Y concluye: «La masificación de los últimos años del Park Güell es el efecto de un aumento continuado de turistas fruto de una comercialización icónica de la ciudad enfocada al consumo turístico de masas. Este impacto ha generado, principalmente, la pérdida progresiva del carácter simbólico para los vecinos y habitantes de la ciudad». Dice Solanes que seis años más tarde «se podría escribir lo mismo».