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Claves para entender por qué nos paralizamos ante agresiones LGTBI-fóbicas

‘Nos propinan palizas y la gente no hace nada. Parece que no les importe que haya odio contra nosotros’. Esto es el que pueden pensar algunas de las personas que han sufrido agresiones LGTBI-fóbicas mientras los testigos no han hecho nada más que quedarse paralizados. Ha pasado unas cuántas veces en Barcelona. Un ejemplo es la agresión que un hombre perpetró a principios de junio contra una mujer trans al metro de Barcelona, donde la mayoría de pasajeros optaron para apartarse o contemplar la escena sin intervenir. Solo un par de personas hicieron el gesto de intentar frenar el agresor. Esta agresión es una de las 83 incidencias LGTBI-fóbicas que, según el Observatorio Contra la Homofobia (OCH), se han producido en Barcelona este 2023, y en algunas de ellas se han dado situaciones en las cuales el inmovilismo se ha impuesto al intento de auxiliar a la víctima.

Tener una actitud de este estilo no quiere decir que no nos importe o no nos afecte presenciar estos ataques. Pero es una respuesta que choca y, es por ello que en el marco del Orgullo LGTBI hay que intentar entenderla mejor. El psicólogo social y coordinador técnico del OCH Cristian Carrer explica al TOT Barcelona que la reacción más frecuente de los testigos es no hacer nada porque la mayoría no han vivido situaciones de violencia “de alta intensidad” y, por lo tanto, no saben qué hacer. “Les indigna la situación, pero no tienen suficientes herramientas para saber cómo actuar y se quedan paralizados”, añade Carrer, que insiste que la mejor respuesta no es ni quedarse sin hacer nada ni ponerse en medio de la agresión, sino pedir ayuda. “Como sociedad tenemos que ayudarnos y tener respuestas colectivas. Pero cuesta, porque todavía acostumbramos a pensar con lógicas individualistas”, insiste. 

La potencia del ataque

En la misma línea se mueve Rodrigo Araneda, presidente de la Asociación de Personas Migrantes y Refugiadas LGTBI+ (ACATHI), que recuerda que, del mismo modo que pasa en agresiones machistas o racistas, muchas personas temen por su integridad física. Desconocer, por ejemplo, cuál es la potencia del ataque o como acabará, provoca que en algunos casos la única opción sea quedarse quieto. “Tiene que ver también el hecho de desconocer si el autor lleva cualquier arma, si va acompañado o si la cosa puede ir a peor”, insiste. 

Captura de imagen del video donde aparece la agresión LGTBI-fóbica al Metro / Twitter
Captura de imagen del video donde aparece la agresión LGTBI-fóbica al Metro / Twitter

Hay otro factor que también juega un papel clave: la cantidad de testigos que hay al escenario de los hechos. El psicólogo del OCH señala que mientras hay la creencia de que cuanto más sean, más posibilidades habrá de que ayuden a la víctima, la realidad es justo lo contrario. ¿La razón? En un espacio lleno de gente como el metro o la vía pública, la responsabilidad de ayudar se dispersa. “Los presentes piensan que alguna persona intervendrá porque son 20. Cuando hay poca gente, en cambio, es más fácil que uno o más lo hagan, ya que piensen que si no lo hacen ellos no lo hará nadie”, señala. 

Carrer no es el único que habla de la existencia de este fenómeno. El catedrático de psicología de la Universitat de Barcelona (UB) Antonio Andrés Pueyo detalla al TOT que el mundo de la psicología lo empezó a estudiar a raíz del caso de Kitty Genovese, una mujer neoyorquina que en sesenta fue asesinada a puñaladas cuando una madrugada llegaba a su casa. Unos cuarenta vecinos vieron o escucharon este ataque, y ninguno de ellos fue capaz de llamar a la policía o ayudarla. Su trágica historia retrata a la perfección como la responsabilidad se difumina dentro de los grupos, y es por eso que hizo que se catalogara el fenómeno como el efecto del espectador. “En estos casos, la mayoría de personas se sienten atemorizadas y piensan que otra lo hará mejor”, subraya. 

Frustración

Es evidente que la falta de respuesta por parte de los testigos repercute en las víctimas y en como queden después de las agresiones, y esto lo han vivido de primera mano estos expertos a la hora de acompañarlas. Carrer dice que algunas hablan de un fuerte sentimiento de frustración. Araneda va más allá e insiste que esto es como un dardo envenenado que va directo a socavar su autoestima. “Creen que quizás no son suficiente para que las defiendan. También se sienten deshumanizadas, como si no se las reconociera como parte de la comunidad”, avisa. 

Dos personas con una bandera LGTBI / Europa Press
Dos personas con una bandera LGTBI / Europa Press

En la lucha contra la LGTBI-fobia no solo es determinante el trato que se presta a la víctima durante y después de la agresión, también el que los medios de comunicación y las redes sociales hacen sobre el agresor. A veces se intenta, de alguna manera, explicar que haya cometido la agresión trasladando rasgos que, en principio, tendrían que ayudar a entender mejor su actuación, como por ejemplo, “es religioso” o “es de un país donde hay más LGTBI-fobia que aquí”. Esto, pero, no aporta nada en la lucha ni tiene por qué corresponder a la realidad. “Se intentan encontrar explicaciones a hechos que directamente no tendrían que pasar”, insiste Araneda. 

Lo que sí que puede ayudar a hacer de Barcelona y del mundo un lugar más libre, donde todo el mundo tenga un espacio, es conseguir instalar en el imaginario colectivo que parar el LGTBI-fobia es competencia de todos. Así lo manifiesta Carrer, que pone de ejemplo dos lacras contra las cuales se ha avanzado mucho y contra las cuales todavía hay mucho para hacer: el machismo y el racismo. Sin la implicación de los hombres y la población caucásica, las respectivas luchas contra estas no habrían llegado tan lejos. El LGTBI-fobia no es diferente. El colectivo LGTBI necesita a todo el resto de la población porque una identidad o forma de sentir no convencional deje de ser extraña a los ojos de cualquiera.

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