Dos personas desayunan solas en la Granja Bruselas. Todavía no ha llegado la avalancha de clientes que suele llenar el establecimiento todos los mediodías. Está bastante vacío y también gobernado por el silencio que lo caracteriza siempre, haya mucha o poca gente. Una clienta explica a Carles Huguet, responsable del negocio desde el 2001, que ella y una amiga quieren comer en la cafetería por última vez. “Mucha gente está viniendo a despedirse”, asegura Huguet al TOT Barcelona.
El motivo por el cual este negocio originario del 1940 es noticia supone una pérdida para Barcelona. Después de 83 años sirviendo desayunos, comidas y meriendas, ahora ha bajado para siempre la persiana. Huguet afirma que hay diferentes causas detrás de este cierre, pero el detonante tiene nombre propio: Ebralia Trade. Se trata de un fondo buitre que el 2021 compró toda la finca donde se encuentra la granja, el número 67 de la calle de Roger de Llúria, y exigió a Huguet y a todos los vecinos que se marcharan cuando se les acabara el contrato para hacer pisos de lujo. «Han echado a todos los inquilinos de la finca», denuncia.
Una finca con servicios
La hora de Huguet llegó este viernes 30 de junio, cuando se marchó del lugar que conoce desde hace 41 años. “Los que tienen un alto poder adquisitivo lo hicieron antes, porque han hecho obras durante 15 meses y hemos tenido que convivir con ruido, suciedad y polvo”, señala. La razón que hay detrás de estas obras es que el fondo buitre quiere ofrecer a los futuros inquilinos, además de los pisos de lujo, diferentes servicios como si se tratara de un hotel: gimnasio, jacuzzi, sauna y un espacio

La realidad que vive la finca del número 67 de la calle de Roger de Llúria la confirman al TOT desde la Asociación de Vecinos de la Dreta de l’Eixample. Tal como han podido ver a través de datos facilitados por el Ayuntamiento, el fondo buitre no tiene licencia para hacer obras mayores, cuando según Huguet se están reformando pisos enteros y zonas comunes. El caso de esta finca no es aislado. Integrantes de la entidad vecinal denuncian desde hace tiempo que diferentes fondos inversores están comprando fincas enteras para expulsar a los vecinos y hacer pisos de lujo o de alquiler de temporada. Además, se trata de una realidad que va en aumento. Desde la entidad vecinal avisan que mientras el pasado mes de febrero tenían localizadas 63 fincas, ahora tienen 70. Es decir, en los últimos meses se ha producido un aumento del 10%. “Todo esto lo hemos denunciado al Distrito y nadie nos hace caso”, alertan.
Hay que reconocer, pero, que si Ebralia Trade no hubiera irrumpido en este punto de la Dreta de l’Eixample, Huguet quizás se habría visto obligado a bajar la persiana de todos modos. Aunque tiene mucho trabajo, “se forman colas a la puerta” entre las 12 y las 16 horas, no es suficiente. “Con los beneficios que genero no habría podido pagar al personal y mantener el local durante mucho tiempo”, dice con un tono de voz que denota la dificultad de despedirse de un negocio que su familia compró a los años ochenta a la mujer belga que lo había fundado el 1940: Maddeleine Devise.
Los primeros carteles de Frigo
Una señal de su larga trayectoria son los carteles de una época lejana de la casa de helados Frigo que presiden el local. Se pueden ver helados de hielo, de tarrina y de bola; diferentes nombres de helados como “Perfecto” o “Arleguin”, también diferentes tipos de flanes y la cara del Pato Donald. “La Frigo tenía mucha relación con la Granja Bruselas de Devise. La leyenda dice que estos carteles son los primeros que se expusieron fuera de las instalaciones de Frigo y que esta fue la primera granja donde se vendieron sus helados. Durante la posguerra, Devise decía que eran suyos”, recuerda.

El primer recuerdo que Huguet conserva de este emblemático espacio es, precisamente, de Devise, ya que antes de los años ochenta iba como cliente. Después, cuando su familia ya había comprado el negocio, empezó con 12 años a trabajar puntualmente. A partir de los 21 se comprometió de pleno y con los años fue aprendiendo todo el que necesitaría para llevar el negocio y hacer los platos estrella que lo caracterizan: Pastel de limón, Flan de huevo, Butifarra al vino y los Espaguetis diablo, hechos con trompetas de la muerte. “Yo no soy cocinero. De mi madre y mi abuela aprendí a cocinar con gracia y tratar a la gente”, admite con añoranza.
Todos los años que ha pasado entre estas paredes también lo han hecho ser un “observador de calle”, testigo de los diferentes cambios sociales que ha vivido este barrio y todo Barcelona. Cuando él empezó en el oficio, indica, los clientes eran de clase burguesa. Había servido a familias “muy franquistas”, había observado como la viuda de un burgués removía la basura con un abrigo de piel y había presenciado como un hombre pasaba el rato con su secretaria mientras la mujer paseaba con su hijo por la calle. “Agradezco que situaciones como esta hayan desaparecido con el paso del tiempo”, celebra.
Pervivir al paso del tiempo
Una manera de asegurarse que la historia de la Granja Bruselas sobreviva al paso del tiempo es dar los carteles de la Frigo a un museo para que los exponga. Todavía desconoce cuál será, pero está convencido de que servirá de algo. “Sería una manera de conseguir que el recuerdo de la granja no acabe en un almacén y la gente pueda conocerla”. El final de este negocio puede ser difícil, pero Huguet asegura que marcharse no le genera tristeza. Lo ve como una oportunidad, como una manera de cambiar de etapa y ganarse la vida con una profesión menos “sacrificada”. “Ahora quiero pasar más tiempo con los míos”, dice.

