Barcelona se ha convertido en el epicentro de la revuelta campesina de Cataluña. Este martes, 4.000 campesinos cortaban las principales carreteras del país y debatían qué pasos seguir. Sobre la mesa, nuevas movilizaciones en la frontera con Francia, al Puerto de Tarragona o Mercabarna. Pero por ahora la protesta se ha centrado en llegar al centro de operaciones de la Generalitat de Cataluña. Miles de tractores han avanzado durante todo el día dirección a la capital, sin parar, invadiendo las principales entradas de la ciudad y con paso firme hacia Palau. Una protesta similar –aunque mucho más masiva– a la marcha campesina de 2017 en que se reivindicaba un «nuevo contrato con la sociedad». Los campesinos se siente que Barcelona es lejos, y no solo geográficamente.
Han salido en diferentes horas y desde diferentes puntos, pero todos en dirección Barcelona. Hasta seis columnas de campesinos han desfilado este miércoles por Cataluña con el objetivo de aparcar en el lugar «donde se toman las decisiones». Por la

Bajar a Barcelona para ser escuchados
Todas las columnas han bajado a la plaza Sant Jaume, algunas de ellas se han parado ante la sede del Departamento de Acción Climática, Alimentación y Agenda Rural, y otros han saludado a su paso la sede de la Comisión Europea, blindada como si llegaran los peores ultras de un equipo extranjero. A estas administraciones se dirigen la mayoría de críticas de un sector alejado de Barcelona, pero que ve como las grandes decisiones se toman en la capital. «Si no venimos, no nos escucha nadie», explican una pandilla de campesinos instalados en la Diagonal. Con más resignación que enojo, reclaman que las instituciones dejen de banda las excusas y escuchen unas reclamaciones «que vienen del año 1977». «Si no creyéramos que Barcelona es importante, no vendríamos. Aquí hay y se reparte el dinero de Cataluña y ahora toca estar», exponen.
Este grupito, una mezcla de hombres y mujeres, jóvenes y más grandes afilados a Unió de Pagesos, critican que la Generalitat, como tantas otras administraciones, solo se active cuando los problemas llegan a la cercanía de la capital. En el área metropolitana vive la mitad de la población de Cataluña, más allá «tan solo hay unos pocos votos». Pero muchos problemas, insisten, antes de llegar a Barcelona han pasado por las comarcas. «Cuando los de Barcelona no tengan agua del grifo sabrán que hay sequía«, ironiza uno de ellos, que lamenta la afectación que esta crisis provoca en la agricultura. Siguiendo con más ejemplos, critican que cuando todo el mundo se preocupó por los jabalíes que aparecían en el regazo de Collserola, a los agricultores ya les habían «arrasado todas las cosechas».

Más abajo, en el coro de la protesta, el TOT Barcelona habla con el Pere Berenguer, un ganadero del Berguedà que carga contra la burocracia y la lejanía de los políticos. «No pisan territorio», sentencia el campesino, que ve con ilusión una movilización «que sale de la gente y no de los sindicatos». Explica que el más próximo que tienen son las oficinas comarcales, un tipo de corresponsalías de la Generalitat con sede en Barcelona, la Catalunya Central, Girona, Lleida, Tarragona y las Tierras de l’Ebre. «No funcionan», resumen el ganadero. «No sé si es más una desconexión de Barcelona con las comarcas o que directamente hay miedo a Europa», apunta a la vez que lamenta que las administraciones vayan «pasándose la pelota».
Ahora bien, Berenguer, que viene de padre ganadero y madre carnicera, de una familia de pueblo y vida de campo, mantiene que antes las instituciones eran «más próximas». En este sentido, asegura que ahora envían técnicos «que no conocen el sector» y especifica que «si antes estas oficinas eran una escuela para formarse, ahora se ha convertido en un sistema de control».

Qué reclaman los campesinos
Esta vez, la chispa de las protestas nace de una rebelión europea que se ha ramificado por diferentes estados y ha acabado adaptándose a la realidad de cada territorio. En Cataluña, los campesinos piden suavizar la burocracia, flexibilizar las medidas anticrisis de sequía y presionar Bruselas para que pare la competencia desleal que hacen otros países. Peticiones que ya son en manos del presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y el consejero de Acción Climática, David Mascort. El consejero disparaba esta mañana hacia Europa, culpándola del exceso de burocracia que sufre el campesinado. «En estos 8 años la Unión Europea ha aprobado 196 normativas diferentes; el Estado 93, y el Gobierno 18», ha apuntado en sede parlamentaria. «Sus reivindicaciones [de los campesinos] son las nuestras», ha dicho por la tarde. Más tímido ha estado Aragonès, que ha recordado las limitaciones competenciales que tiene Cataluña para actuar en el campo. Mientras tanto, la UE también se mueve para rebajar la crispación y ha abierto la puerta a «reevaluar» la Política Agrícola Común (PEC) para adaptarla la «realidad actual».
En todo caso, con gestos no es suficiente y la tractorada que empezó el martes quiere cambios firmes. La alegría de la Diagonal –algunos incluso han sacado la parrilla para mostrar a los barceloneses qué es una buena botifarrada– contrasta con el enojo que había por la tarde en la Plaza Sant Jaume. A la reunión no han podido entrar campesinos de todos los territorios, un hecho incomprensible para el campesinado y que demuestra, dicen, la distancia que hay entre campesinos e instituciones. «No tiene los mismos problemas alguien del Moianès que uno de Berguedà», dice Berenguer. Eso sí, en Sant Jaume se han hecho notar con petardos, gritos contra los sindicatos y una movilización histórica que, acompañada de las protestas en todo Europa, puede ser «un punto de inflexión».

El posible inicio de una nueva etapa
La de hoy es una protesta mucho más multitudinaria que las del año 2017, cuando el sector se movilizó por partida doble. El 28 de enero salían para «renovar el contrato» con una sociedad que, dicen, no los escucha, y el 28 de septiembre lucieron esteladas para cargar contra el 155. Si aquel año reclamaban precios más justos, siete años más tarde también. Esta vez, eso sí, más unidos y con las instituciones obligadas a dar explicaciones.
Una vez acaben las protestas, los campesinos muy probablemente se volverán de nuevo hacia la AP-7, la A-2 o la C-16, aquellas carreteras que habitualmente actúan de disolvente para sus reivindicaciones. Hoy Barcelona los ha escuchado, en la calle y en el Palau de la Generalitat. Mañana, quién sabe qué pasará y si tendrán que volver.