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La bebida de los obreros barceloneses que marcó una época

La Barcelona obrera es casi una especie en extinción. Los últimos vestigios del pasado industrial de la capital catalana parecen desaparecer a pasas agigantadas, llevándose con ellos una parte de la memoria de la ciudad que ya no volverá. Este noviembre, precisamente, el barrio de les Corts perderá a uno de los últimos supervivientes en activo de estos tiempos pretéritos con el cierre del bar Cal Bonete, toda una institución en la zona conocida como el Camp de la Creu y la Colonia Castells que recoge velas después de medio siglo de trayectoria.

El adiós del establecimiento también pone prácticamente el punto final a una manera de hacer y unas costumbres que marcaron toda una época. Una de estas tradiciones ya completamente desterradas que solo quedará en el recuerdo es la clásica bebida que los obreros barceloneses se tomaban a primera hora de la mañana antes de ir a trabajar en las fábricas, los talleres y las industrias que entonces flanqueaban los diferentes núcleos de población de la capital catalana. La barreja o barrecha fue durante buena parte del siglo XX la gran protagonista de las barras de los bares de muchos puntos de la ciudad. Esta combinación de moscatel y cazalla de origen valenciano servida en un vaso pequeño de tubo hacía las funciones de despertador para los trabajadores, que se la tomaban para entrar en calor justo antes de empezar las largas jornadas de trabajo.

Diferentes combinaciones y jornadas de actividad frenética

A pesar de que también se podía combinar el moscatel o la mistela con otros tipos de anís o bebidas alcohólicas como el coñac, la mezcla más popular era la de moscatel con cazalla, bebida oficial de la Patum de Berga y uno de los best-sellers de todos aquellos bares y restaurantes de comidas que también abrían a primera hora para servir las primeras copas y cafés a los obreros que se dirigían a las industrias. Es el caso de Cal Bonete, que desde su inauguración el 14 de noviembre del 1973 sirvió miles de vasos llenos de esta bebida y que durante la época álgida industrial llegó a hacer más de un centenar de comidas cada día.

«Todavía recuerdo como la barra estaba llena de vasos con la barreja y los obreros iban pasando para tomarse la copa y entrar en calor antes de ir a trabajar», explica Carmen Monfort. Esta mujer de 68 años se estrenó detrás la barra con solo 18 años y desde entonces ha estado al pie del cañón dirigiendo el establecimiento primero de la mano de su madre y la última década ya en solitario. Monfort recuerda con especial nostalgia aquellos tiempos de actividad frenética. «El bar se llenaba cada día. Teníamos tres turnos y llegábamos a hacer más de 100 comidas. La gente hacía cola afuera para poder tener mesa y algunos incluso comían a la barra», rememora.

Carmen Monfort, de Cal Bonete en el barrio de las Cortes, antes de vender el bar por jubilación.
Carmen Monfort, de Cal Bonete en el barrio de les Corts, antes de vender el bar por jubilación / Jordi Play

Después de medio siglo de resistencia, Cal Bonete cerrará definitivamente sus puertas el próximo viernes 17 de noviembre. Los más nostálgicos tendrán hasta entonces para acercarse a la pequeña cápsula del tiempo que es este particular local ubicado en el número 28 de la calle de Morales para probar por última vez la barreja uno de los establecimientos de la capital catalana donde originalmente se servía, sin duda una experiencia única que parece condenada inexorablemente a desaparecer.

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