Durante los meses que Paula Aragonès estuvo buscando habitación en Barcelona se encontró de todo. Desde tener que pagar 500 euros por una habitación en el barrio de la Salut donde solo había espacio para una cama individual, sin ventana y con el armario en el pasillo, hasta encontrarse madres solteras que alquilaban habitaciones porque no podían asumir la totalidad del alquiler. En otro piso, incluso le dijeron que si alguna vez venía un amigo a dormir una o dos noches al piso debería pagar 70 euros. También le preguntaron antes de la entrevista su nacionalidad. “Aquí ya no contesté”, explica Aragonés en declaraciones al TOT Barcelona.
Este caso no es aislado, es la consecuencia de la continua escalada del precio de la vivienda en Barcelona que expulsa vecinos o convierte en privilegio el simple hecho de vivir en condiciones dignas. Para impedir que esta situación vaya a más, el próximo 13 de marzo entrará en vigor el índice de precios de alquileres. Con motivo de este baremo, el TOT publica la serie
Los precios más altos
La precariedad de los pisos que se ofrecen en la ciudad se palpa en una lista incontable de casos concretos, y uno de ellos es el de Marina, que actualmente busca piso con una amiga. Lo primero que destaca es que si antes los precios ya estaban altos, ahora están por las nubes. Mientras hace cuatro años el típico piso pequeño y antiguo con dos dormitorios y un lavabo costaba 800 euros, ahora puede llegar a los 1.400. “Lo que antes era normal, ahora es un chollo”, insiste al TOT.
Los últimos datos del 2023 son un reflejo de sus palabras: el precio del alquiler aumentó en Barcelona un 10% el año pasado. Es decir, 100 euros. El portavoz del Sindicato de Llogaters, Enric Aragonès, confirma la escalada vivida en los últimos tiempos. Concretamente, recuerda que desde que hace dos años el Tribunal Constitucional (TC) tumbó la ley catalana que regulaba los alquileres, las inmobiliarias han ido incrementando los precios para “aprovechar” antes de que vuelva a entrar en vigor otra regulación, como la del próximo 13 de marzo. “No solo son los precios más altos nunca vistos, sino que nunca habían subido tan deprisa”, señala. Con todo, considera que la próxima regulación de los precios de alquiler marcará un antes y uno después. «Hay viviendas anunciadas por encima del índice, y tendrán que bajar. Pero hace falta que la Generalitat haga una campaña informativa para que la ciudadanía conozca sus derechos y controle los incumplimientos», subraya.

Durante su periplo de buscar piso, la Costanza Romano ha vivido situaciones de todos colores, pero destaca el local de 15 metros cuadrados que visitó en el barrio del Poble-sec. Asegura a este diario que “daba miedo” porque la cama se encontraba en una especie “de buhardilla inventada”, no entraba luz natural y todo indicaba que seguramente ni siquiera tenía cédula de habitabilidad. Pedían 700 euros, una carta motivacional explicando por qué razón quería vivir en el local y enseñar las últimas nóminas. “Desde que entré por la puerta, supe que nunca viviría allí”, recuerda. De hecho, con el tiempo decidió marcharse a vivir fuera de Barcelona. El motivo era doble: escapar del ritmo frenético de la ciudad y de la precariedad de la vivienda.
Castings imposibles
Otro tema estrella en la hora de buscar piso son los procesos de casting, a veces feroces, por los cuales ha tenido que pasar Romano para ser seleccionada como inquilina. Explica que en muchas ocasiones solo le han dejado visitar pisos durante la jornada laboral y ha tenido que ir porque sabía que podían llegar a enseñarlos a cinco interesados al mismo tiempo. “Hay un que directamente lo conseguí porque fui la primera”. En este sentido, Aragonés apunta que en algunas visitas incluso pueden pedir que se firme el contrato al momento para que no se negocien las condiciones. «Si dices que quieres mirarlo con cierto margen de tiempo, puede ser que escojan otro inquilino», afirma. Por su parte, Marina también está viviendo este tipo de castings donde piden que solo se presenten parejas, que cada candidato tenga un contrato indefinido de al menos dos años, que el sueldo de los dos llegue a los 3.000 euros y tener nacionalidad española. “Esto me lo encuentro en muchos anuncios”. Aragonés insiste que muchas inmobiliarias aprovechan «la situación de indefensión» que puede suponer buscar un lugar donde vivir. «La gente tiene miedo a no encontrar nada», añade.
La elevada demanda que viven las viviendas en Barcelona también provoca que, en algunos casos, las exigencias para entrar en un piso sean demasiado altas. Marina encontró uno en Sants que le encajaba por precio y condiciones. El problema, pero, era que el propietario quería que los muebles, incluso los colchones y los cuadros; se quedaran al inmueble porque él era francés y volvía esporádicamente. “Nos dijo que si lo queríamos sacar, teníamos que dejarlo todo en un trastero que teníamos que pagar. Nosotros no queríamos pagar, ni tampoco su cuadro del

Una situación todavía más loca es la que vivió la Julia Minatta entre octubre del 2022 y el febrero del 2023. Recuerda en declaraciones al TOT que vivió con su pareja en un piso de la plaza de Urquinaona que compartían con su propietaria, una mujer de unos 70 años. Lo que no los comentó antes de entrar era que su gabinete de acupuntura estaba en una parte del salón y solo estaba separado del resto por un biombo. El resto del espacio lo usaban ellas y, a la vez, era la sala de espera para los clientes. “No teníamos privacidad”, denuncia. Por aquellas condiciones pagaban en conjunto 670 euros con gastos.
Entrar a vivir: la batalla continúa
Una vez se entra a vivir en una vivienda, la partida no está ganada, sino que se pueden desencadenar diferentes consecuencias capaces de dificultar bastante el día a día. Esto lo conocen de cerca Ricard y Marina, quienes entraron el 2021 a vivir a un piso de las Corts que se tenía que pintar, tenía humedades y no tenía luz. Explican a este diario que arreglaron todo lo que pudieron durante el mes de carencia que se los dio la inmobiliaria. A pesar de esto, las humedades todavía continuaban y las condiciones continuaban siendo “insalubres”. Lo denunciaron durante más de un año, pero no se movió hasta que cayó un falso techo y contrataron a una abogada. “Hasta que no pasa una cosa gorda o vas por la vía judicial, no te hacen caso. Pero estamos hablando de mínimos”, recalcan los dos.
Una de las peores consecuencias que se pueden sufrir en un piso es perderlo. Ignasi vivió en uno del Poble-sec del cual nunca habría marchado. Recuerda al TOT que 12 años después de entrar pasó en manos de un fondo buitre. De entrada le ofrecieron la opción de comprarlo, lo cual hizo que lo tasara con un perito que le dio un valor de 200.000 euros. Todo se empezó a torcer cuando el fondo buitre dejó de contestar a los mensajes. Empeoró cuando una chica que se encontró en la escalera le explicó que lo acababa de comprar y ya tenía las arras. Al ver el panorama, ella las retiró, pero no tuvo la misma suerte con la propiedad. Le acabaron duplicando el precio de venta: de los 200.000 a los 400.000 euros. Entonces quiso dar marcha atrás y pidió que le renovaran el contrato de alquiler. La respuesta fue desahuciarlo cuando, justamente, no estaba trabajando. “Era mi casa, pensaba que sería el piso de mi vida”, lamenta con nostalgia y, a la vez, con la tranquilidad de haber hecho todo el que podía.