Hace dos años, los barceloneses acudían a las urnas con el trasfondo de una campaña electoral en la que casi todo parecía girar en torno a un plebiscito que dos de los candidatos habían planteado. El regreso del alcalde Xavier Trias con una candidatura de Junts se presentaba como la única alternativa a la Barcelona de Ada Colau, cultivada durante dos mandatos, y que precisamente, se ofrecía como el remedio para evitar una Barcelona de derechas que pusiera la alfombra roja a las élites.
Y Xavier Trias ganó, aunque casi ninguna encuesta apuntaba a la victoria del postconvergente. Pero tampoco ninguna predicción se acercaría, ni de lejos, a la coalición de investidura que finalmente haría alcalde a Jaume Collboni. Si la aritmética y los vetos cruzados no hacían ya suficientemente complicado un pacto en Barcelona para gobernar la ciudad, a 600 kilómetros se producía un movimiento que sacudiría el tablero de ajedrez en la capital del país. El anuncio del presidente español de adelantar las elecciones españolas al 23 de julio, después del desastre electoral sufrido por el PSOE en todo el Estado, que obligaría a recalcular estrategias de los partidos y a tener en cuenta factores externos en las negociaciones en Barcelona. Y aquí comenzaba una partida de ajedrez con un precedente que finalmente sería decisivo para romper el hielo de una aritmética sin precedentes. En 2019, Comuns y PSC ya aceptaron la ayuda de la derecha españolista de Manuel Valls para evitar que Ernest Maragall, ganador de las elecciones, fuera alcalde.
Ahora bien, ¿estas alianzas teóricamente contra natura han venido para quedarse? Según los expertos consultados por TOT Barcelona, no. No se han roto barreras ideológicas, sino que tanto la investidura de Colau como la de Collboni son una concesión política en tiempos excepcionales. Dicho de otra manera, una reacción de la política clásica que tradicionalmente ha vivido la alternancia de poder entre los bloques de la derecha y de la izquierda como un hecho natural ante la excepcionalidad independentista, en la que el eje social quedó en un segundo plano para blindar el eje nacional. Una alianza entre la derecha y la izquierda española en Cataluña que, en dos ocasiones, se ha aliado para que el ganador de las elecciones no sea alcalde.

En el Ayuntamiento la silla no se tambalea
Ahora bien, un acuerdo PP-Comuns-PSC parece del todo inviable tanto en el Parlamento como en el Congreso. La razón es que en el caso de Barcelona y de los ayuntamientos, los mecanismos legales obligan a tener un alcalde y no hay repetición electoral, aparte de que cuando se inviste a un alcalde, es prácticamente imposible expulsarlo del poder si no hay una oposición dispuesta a pactar vía moción de censura. Y en el caso de Barcelona, la aritmética lo hace imposible. «En la Generalitat hay unos acuerdos estratégicos políticos e ideológicos que tienen unas consecuencias, y cuando un partido vota la investidura lo hace a cambio de algo y el presidente tiene que cumplir ante el riesgo de una moción de censura. En cambio, en un ayuntamiento no hay riesgo, votar a un alcalde no tiene consecuencias casi más allá de ese día», argumenta el profesor de Ciencia Política de la UB Jesús Palomar. De hecho, opina que el voto de Comuns y PP a Collboni «no implica ningún cambio ideológico, sino que reafirma aún más la ideología de estos partidos. El PP, contra los independentistas, y los Comuns, contra Junts».
En la misma línea se pronuncia el investigador postdoctoral en la Universidad Carlos III de Madrid Pau Vall, quien tiene claro que «en Barcelona no se han roto las barreras ideológicas, se han sobrepasado por una circunstancia excepcional». Cree que después de unos años en los que el eje más relevante para entender la competición política era el nacional, se crearon alineamientos inesperados en el eje social para cerrar el paso al independentismo. Pero a medida que el eje izquierda-derecha vuelve a ser protagonista, porque el independentismo ya no se ve como una amenaza, volverán las coaliciones naturales del eje izquierda-derecha y la política clásica», señala el politólogo. De hecho, considera que «el gobierno de ERC de Pere Aragonès ya apostó por un rol más moderado en el eje nacional y social, que abrió la puerta al actual Parlamento, con las alianzas clásicas y un gobierno en minoría del PSC pero avalado por un tripartito de izquierdas».

El doctor en ciencias políticas de la UOC Andreu Paneque también señala que la investidura del candidato del PSC no debe interpretarse como «un cambio de paradigma ni de dinámica política en Cataluña». A su parecer, hay que tener en cuenta que las municipales «son unas elecciones más personalistas que ideológicas, lo que facilita que no haya tantos impedimentos para pactos extraños». El profesor de la UOC añade un segundo factor: «Veníamos de una etapa política en la que el eje izquierda-derecha era secundario respecto al eje Cataluña-España. Esto marcaba mucho los pactos, si eras o no independentista, y en el caso del pacto de investidura de Collboni responde mucho a esta circunstancia. Primaba la dimensión territorial por encima de la ideológica». De hecho, Paneque considera que si se volvieran a repetir los resultados del 28M ahora, «no sería sencillo repetir, porque la dimensión ideológica vuelve a ser la principal. Por lo tanto, si se hiciera el pacto, haría falta una justificación mucho más clara y concreta sobre por qué esta alianza y probablemente los partidos priorizarían la coherencia ideológica», resume.
Una coalición que «parecía imposible»
Por su parte, el profesor de Ciencia Política de la UAB Marc Guinjoan circunscribe el acuerdo para investir a Jaume Collboni a un contexto excepcional, pero alerta que las razones del pacto se mantienen, y por tanto «podría repetirse» en el ámbito local. «Por un lado, existía el odio del PP al independentismo, y por otro, el odio de los Comuns a Junts, que dio lugar a una coalición que parecía imposible. Y si ahora se repitiera la aritmética, las razones de los dos partidos para investir al PSC se mantienen». Según el profesor de la UAB, la aritmética tan «fragmentada y específica» de la capital puede volver a dar acuerdos impensables, y recuerda que el PP «votó a su gran enemigo en España», mientras que para los Comuns fue, a su parecer, menos traumático porque «son y serán el apoyo del PSC». Sea como sea, suma otro elemento para entender el contexto del acuerdo de 2023: «Los ayuntamientos son microcosmos, porque tiene mucha más relevancia el alcalde que las siglas. Cuanto más pequeño es el municipio, más pactos contra natura se pueden ver». Ahora bien, Guinjoan tiene claro que esta aritmética «no se dará en el Parlamento, donde con Illa ha retornado el eje derecha-izquierda y se aplican las dinámicas clásicas de la competencia política». De hecho, considera que el pacto en Barcelona no ha perjudicado a Collboni, al contrario, «está fortísimo, como Illa». Ambos gobiernan en solitario y, añade, «con el independentismo en estado de letargo», el retorno a los parámetros clásicos de la política con el eje izquierda-derecha «les asegura una gobernabilidad plácida a ambos».
Después de la investidura de Collboni el 17 de junio de 2023, vino la de Pedro Sánchez en noviembre, donde ya se visualizó el retorno a la política clásica con la confrontación de los dos bloques clásicos PSOE-PP. Y en Cataluña, un año después, con Illa y Puigdemont confrontados en las urnas y la posterior investidura del candidato del PSC con el apoyo del llamado tripartito de izquierdas. En la capital del país, el bloque de investidura no ha tenido la más mínima traslación a la gobernanza de la ciudad. Ni un solo triple acuerdo en el pleno municipal, y con el alcalde dejando claro que su «alianza prioritaria» es con Comuns y ERC. Retorno a la política clásica tras la excepción independentista.



