Daniel Mòdol fue concejal del Ayuntamiento de Barcelona entre los años 2015 y 2019. En su breve paso por la política, se convirtió durante un año y medio en concejal de Arquitectura y del distrito de Sarrià-Sant Gervasi. Fue durante el pacto de gobierno entre el PSC y Barcelona en Comú que se rompió a finales de 2017. Nacido en Lleida en 1972, Mòdol es arquitecto y urbanista y profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Ahora dirige su despacho, con algunos proyectos singulares en la ciudad.
¿En qué proyectos está trabajando ahora en Barcelona?
Estamos con un proyecto en Can Ricart, en el Poblenou. Estamos construyendo 25 viviendas en cuatro naves del antiguo recinto fabril y esperamos que en tres o cuatro meses puedan estar terminadas. Trabajamos con la más alta catalogación patrimonial y debemos lograr hacer funcionar unas viviendas en unos volúmenes que no estaban pensados para eso. Será un avance muy importante en Can Ricart, que son como cuatro manzanas del Eixample, a expensas de que se desarrolle la parte pública. Somos como la Galia. Estamos allí en medio, haciendo vivienda con volúmenes pequeños… El sector se ha consolidado y solo quedará una pieza: que el Ayuntamiento apueste urgentemente por intervenir sobre un patrimonio que es muy importante. Ha habido proyectos que no han salido adelante, como la Casa de les Llengües. Parecía que la UB iba a hacer un Campus de las Artes en la nave principal de Can Ricart…
Eso está parado, ¿no?
Sí, eso está parado. Creo que el Ayuntamiento debe hacer una reflexión, no solo con Can Ricart, sino con toda la política de protección del patrimonio, y también en la manera en que se gestionan los planeamientos. Esta combinación de edificio catalogado patrimonial y de equipamiento no va acompañada después de un plan de actuación. En Can Ricart nos encontramos que quien no está haciendo los deberes es el Ayuntamiento. El proceso comenzó hace casi 20 años y lo que está protegido se está degradando a un ritmo muy alto, que incluso cuestiona el valor patrimonial que se le atribuía.
En l’Escocesa, una antigua fábrica también del Poblenou, ¿pasa lo mismo?
Se catalogan como equipamientos piezas que de entrada debe desarrollar el Ayuntamiento y no afronta. Y no afronta porque no las necesita. El planeamiento obliga a hacer reservas de equipamientos, espacios públicos y otros, pero esto no necesariamente coincide con una demanda vecinal. Y esto pasa sobre todo en sectores que están en desarrollo, donde además el uso principal es el de oficinas. Con esto nos encontramos en la Siberia, la Escocesa, Can Ricart. Son sectores que son el máximo exponente de transformación del plan de levante y del Poblenou y no se terminan de desarrollar por la falta de decisión e inversión pública.

Parece obvio que se debe actualizar el catálogo del patrimonio de la ciudad. ¿Cómo lo haría usted?
Lo que se debe hacer es confiar en el criterio técnico. Cuando se habla de patrimonio hay dos patas. Una es el sentido de la catalogación técnica. Después, hay una cuestión de valor social, que ha tenido mucho peso en operaciones como la Modelo. Desde la parte técnica, no tiene sentido mantener todas las edificaciones, pero ha pesado mucho el punto de vista social y de memoria histórica. Creo que cada vez pasa menos en que se diga: ‘Esto debería estar protegido’. Para proteger, hay que atender a la parte técnica y a la parte histórica, dejándolo en manos de los técnicos y escuchando a los vecinos. Si te pasas protegiendo, tienes arquitecturas muy similares. En principio, el criterio era tener un referente de cada época. No se protegía indiscriminadamente. No tenía sentido proteger todos los edificios modernistas de Barcelona. ¿Por qué? Porque, si bien son la reflexión de un momento, el valor que tienen va en función de la excepcionalidad. Creo que no debemos caer en la idea de que todo lo que es antiguo tiene valor, al menos desde el punto de vista técnico ni del patrimonio. Se necesita un equilibrio.
¿Algún ejemplo?
Podemos encontrar piezas que han sido catalogadas que con un criterio preciso no lo estarían, o ha habido situaciones en las que el peso social ha sido excesivo. El caso de la Modelo es evidente. No tiene un valor patrimonial suficiente para preservar toda aquella arquitectura. Si comparamos el trabajo que se hizo hace unos 20 años y el de ahora, cuando hace 20 años se fue más riguroso con el tema patrimonial, se preservó el panóptico. Y quedarse con el panóptico significaba recoger toda esta parte de memoria histórica, porque arquitectónicamente no es que sea algo muy excepcional. Preservar solo aquello permitía que toda la arquitectura que se añadía era una arquitectura moderna, durable, adaptable y sostenible. Ahora, manteniendo indiscriminadamente tantas cosas que no tienen ningún valor patrimonial, no solo se está fallando y aplicando un criterio de valor patrimonial sesgado e ideológico, sino que se está condicionando el futuro.
Se parte de arquitecturas antiguas, con patologías, y sobre todo muy poco flexibles. No es lo mismo hacer un centro de formación o cualquier equipamiento de nueva planta sin ninguna condición previa que hacerlo a partir de las galerías o las habitaciones de una prisión. Todo el urbanismo es político. La cuestión es si en las propuestas de transformación de la ciudad pesa más la ideología que el criterio técnico. O un criterio político, pero basado en el interés general. Si es más caro mantenerlo o no podrá hacer su función, lo que manda es la ideología.
Usted siempre ha sido muy crítico con el proyecto de supermanzanas de Ada Colau para el Eixample. Ya hace más de un año que está en funcionamiento el eje verde de Consell de Cent y le quería preguntar, por un lado, su valoración urbanística y de movilidad, y por otro, por qué cree que se judicializó tanto esta transformación.
Hay dos cuestiones. Una es una cuestión de modelo, francamente cuestionable, y la otra, una vez más, es una gestión política del urbanismo. Atendiendo estrictamente la funcionalidad, Consell de Cent ya presenta muchos problemas. De hecho, ya se están haciendo adaptaciones.

¿Qué problemas presenta?
De entrada, genera un impacto muy importante en la movilidad. Consell de Cent era como la vía B de esta ciudad. Se utilizaba poco y servía como alternativa a muchos. La decisión de querer reformar Consell de Cent viene de aquí, de pensar que no pasará nada. Pero sí que pasa. Como espacio público, no es un espacio vertebrador. No tiene sentido que una ciudad como Barcelona que está tan consolidada, lo que se plantee sean intervenciones condicionadas. Ya no son supermanzanas, son ejes verdes. Y el funcionamiento del eje verde es a partir de hacer 20 ejes verdes en la ciudad, con un gran impacto tanto de inversión como de transformación de los entornos. El eje verde tiene un impacto en la movilidad y en el modelo, porque es un modelo que necesita una implementación global para que tenga sentido, y después, está la cuestión más importante para mí, que es la calidad del espacio público.
¿No tiene calidad?
Sufre un poco del mismo mal que sufren las vías premium de Xavier Trias, como la Diagonal. La renovación de una calle es un proceso muy estandarizado en el Ayuntamiento. Y dentro del consistorio hay unos servicios técnicos que saben de espacio público, lo saben proyectar, qué se debe hacer y cómo se debe mantener. Es una experiencia adquirida. Todos estos procedimientos están establecidos y son una garantía de que técnicamente están bien resueltos, sobre todo de calidad, ya que siempre han tenido esta bandera. Esto no pasó con la Diagonal de Trias ni con el Consell de Cent de Colau. Este procedimiento que deja el peso de las decisiones en los técnicos se ha fiscalizado e incluso se han saltado procedimientos, de informes o tramitación. Se puede negar la mayor, si el planeamiento -en el caso de Consell de Cent- se debía modificar o no. Con independencia de lo que diga un juez, creo que sí. En Consell de Cent, el hecho de ser un urbanismo ideológico y forzado, ha ido en detrimento de la calidad final. Hay cuestiones muy evidentes. Si hubiera ganado un concurso para hacer una reforma de Consell de Cent, el Ayuntamiento no me dejaría hacer este proyecto que se ha ejecutado. Y no me dejaría hacerlo porque no reúne todos los requisitos que debe reunir, ni tampoco me dejaría hacer la Diagonal de Trias. Los pongo en el mismo saco…
¿Está diciendo que en estos dos proyectos se han antepuesto los motivos políticos e ideológicos a los aspectos técnicos?
Absolutamente. Creo que en el ámbito urbanístico, Trias es recordado por las vías premium. Hizo una intervención sin criterio en el paseo de Gràcia. Hay aquel carril que la gente no sabe si es para peatones o para los coches. Y después hizo una reforma de la Diagonal, que en lugar de ser hecha para mejorar unas condiciones, se hizo para impedir la implantación del tranvía. Si no es ideológico, eso… Si caminas por la Diagonal, se camina por una alineación todo el tiempo. El pavimento es incómodo, tiene desnivel. La misma pieza tiene unos relieves que no serían admitidos. Si hay una emergencia, ¿dónde se ponen los bomberos? ¿Dónde está el verde que se exige en el espacio público? En este pavimento, ¿cómo se orienta una persona invidente? El pavimento no tiene juntas ni orden. En Consell de Cent pasan cosas similares. Por decir que se ha puesto un poco más de verde, se ha forzado tanto la cosa que es un atentado contra la accesibilidad. Y esto ha sido debido a las prisas de final de mandato para tener algo que mostrar, pero también porque había una alcaldesa que estaba opinando sobre cuestiones que no tenía idea.

¿Y la judicialización, fue por la falta de diálogo?
Creo que hay un poco de todo. Esta manera de hacer el urbanismo tan ideológico y tanto en contra de todo, y sin contar con la opinión, no solo de los vecinos, sino sin buscar el consenso político, cuando se está en minoría, ni escuchando al sector profesional, lleva a este estado de confrontación. Pero esta judicialización no se limita solo al urbanismo. Hoy en día, la administración pública no puede sacar un contrato importante sin que haya una judicialización. Las empresas que se presentan ya saben que el concurso es la primera fase de un periodo legal, judicializado, que vendrá después. Tampoco es normal. No es deseable, pero en realidad todo está tomando este cariz alrededor de la administración. No será la última vez que pase y lo peor es que esto repercute sobre la calidad de lo que se está haciendo.
Hay un proyecto, en Sarrià-Sant Gervasi, el de los jardines de Can Raventos, que también se ha judicializado. El TSJC anuló el planeamiento y la construcción de viviendas de lujo. Los vecinos piden una permuta para salvar toda la finca. ¿Qué solución plantearía usted?
El procedimiento que se está siguiendo es el correcto, pero no se partía de un planeamiento. La cuestión más importante es que es un suelo calificado para construir pisos, pero se dice que hay una edificación con un valor patrimonial que se debe respetar. El error de partida es que tampoco se establecen unas reglas claras. Si hubiera habido un planeamiento donde se estableciera con qué reglas se debía proteger la edificación, todo este proceso no se habría producido. ¿Tiene sentido este espacio público aquí? No. No era ni un jardín. Era una zona no construida de un privado. Había un aprovechamiento urbanístico y aquí es donde nace todo. Y a lo largo del tiempo, se ha añadido una demanda vecinal: ‘Aquí hay unos árboles’. Es una propiedad privada que ha estado cerrada siempre con un muro. No era para el disfrute de nadie y no tiene ningún valor, ni como jardín ni como paisaje. Lo único que se catalogó, y creo que también sobreactuadamente, es la edificación. ¿Qué solución tiene esto? El Ayuntamiento tiene dos opciones. Por un lado, si el aprovechamiento no cabe y tú ya sabías que no cabía, esto hace que la operación inmobiliaria tambalee. Por otro lado, el techo que no cabe aquí, lo puedes llevar a otro lugar. Forma parte de un proceso urbanístico que es perfectamente vigente y legal y que puede tener su sentido. Hemos llegado a este punto por unos vecinos que están pidiendo algo que creo que no se debía atender. Cuanto más tiempo pase, más difícil será que esta operación sea viable, más se deberá compensar al promotor privado y más dinero le costará al Ayuntamiento.

Mencionaba hace un momento la reforma de la Diagonal que hizo Trias. En los próximos años el tramo entre Verdaguer y la avenida de Sarrià vivirá una gran transformación por la conexión del tranvía. ¿Prevé que vuelva a ser otro foco de conflicto en el ámbito de la movilidad?
Esto no tiene ninguna discusión. La cuestión es si, analizado en profundidad el proyecto, los beneficios superan los perjuicios. De todas maneras, como expolítico, lo veo como un desafío.
¿En qué sentido?
Creo que esto ha sido calculado para poner contra las cuerdas a ERC. ERC no es partidaria. Es divertido ver estos días movimientos. ¿Quién aprobará un presupuesto del tranvía en el Ayuntamiento?
Supuestamente, ERC, Comuns y PSC. Fueron los tres partidos que aprobaron la conexión de Verdaguer a Glòries.
Sí, de Glòries a Verdaguer. Recuerdo que ERC quería un túnel. Hace cinco años. Con estos gestos, más que una apuesta política por esta intervención urbanística, lo que veo es tacticismo. Tacticismo para evidenciar que Esquerra no hizo trabajo. Estos proyectos tripartitos los veo como un juego de cartas. No los veo como una apuesta real. Sinceramente, creo que no veremos la conexión del tranvía hasta Francesc Macià.

¿En este mandato o nunca?
En este mandato es imposible.
Podemos ver que se hayan comenzado las obras, el colector…
Es una apreciación absolutamente personal, pero no veo, en primer lugar, que el equipo de gobierno de Collboni se crea el proyecto del tranvía. Y en segundo lugar, es extraño que un gobierno que está en minoría haga este tipo de anuncios.
¿Una concesión?
No, más bien un ‘no quieren’. Esto lo pienso de la mayoría de los proyectos que están en el debate. Quizás me tengo que comer todo lo que estoy diciendo, se ponen de acuerdo y votan a favor del tranvía. Pero pienso que ni el PSC tiene claro que quiera conectar el tranvía.
¿Se ha planteado volver a la política?
No. Me lo pasé muy bien, pero viví algunas situaciones que no las volvería a vivir.
Barcelona será la Capital Mundial de la Arquitectura en 2026, ¿tendrá algún papel?
Se me ha pedido desde alcaldía que me implique en esta cuestión. Pero es muy incompatible con mi actividad. Me limito a asesorar, como miembro del consejo de administración de la Fundación Mies van der Rohe. Pero no tengo un papel nada activo.
Mencionaba antes que, además de Can Ricart, está trabajando en otros proyectos singulares en la ciudad.
Hemos terminado hace poco los jardines de Clara Campoamor. Estamos haciendo las nuevas fachadas del Club Natació Barcelona y dos interiores de manzana impulsados por privados. Uno es en Casp con Nápoles. Es una buena iniciativa para la ciudad. Ha costado mucho poner de acuerdo a tanta gente. Es un proyecto similar al que se hizo en el interior de manzana de la Sagrada Familia. Y después estamos trabajando en proyectos de colaboración público-privada que aún no se pueden hacer públicos. Estamos haciendo mucha rehabilitación de edificios, pero lo que echo de menos es hacer más vivienda. De vivienda de nueva planta, no se está haciendo nada en la ciudad.
¿Uno de los motivos por los que no se está haciendo vivienda es la normativa del 30%, que obliga a destinar este porcentaje a vivienda social en las nuevas promociones?
Es el único motivo. El único motivo por el cual no se hace nueva vivienda en Barcelona es la reserva del 30% y el único motivo por el cual cada vez hay menos vivienda de alquiler es porque se regula el precio. Con la vivienda, estamos perdidos. Hablo políticamente. Estamos reaccionando con las pocas herramientas que tenemos para hacer frente a esta problemática. No se ha encontrado ningún camino. Falta valentía política para admitirlo y decir que esto no tiene solución. O la solución seguro que no es ninguna de las que se han planteado desde hace 30 años, desde el impulso de la construcción de vivienda pública protegida, porque el suelo que tenemos y las reservas que tenemos no dan ni para cubrir el déficit de dos años en la ciudad. La ciudad cada año genera un déficit entre 10.000 y 12.000 viviendas. Dicen ‘haremos 25.000 viviendas’, pero es que necesitamos 200.000 para equilibrar.

¿La solución a la vivienda implica construir en el área metropolitana?
Creo que sí. Me lo he estudiado mucho. Nadie discute las actuaciones que se están haciendo, pero no servirán para cambiar una dinámica que es global y en todas las ciudades del mundo. La tendencia es que la gente quiere y necesita vivir en las ciudades o en sus alrededores. Se deben aplicar estas políticas, que son las de siempre y que son las de buscar suelo público para hacer vivienda. Pero con eso no es suficiente. Y imponer un 30% a los promotores lo que hace es que no solo no tengas viviendas, porque cada vez hay menos en circulación, sino que las fincas que están en muy mal estado no se rehabilitan porque tienes esta obligación del 30%.
Cierto, la normativa del 30% afecta también a las grandes rehabilitaciones.
En Barcelona, el 70% de los edificios tienen más de setenta años. Limitar la rehabilitación es una aberración. Pero vuelvo a la primera idea. Lo que se debe comenzar a asimilar y defender es que el problema de la vivienda, entendiendo la vivienda como la hemos entendido hasta ahora, no tiene solución. No habrá nunca una respuesta a la necesidad, ni habrá ninguna fórmula mágica que de repente haga que los precios de la vivienda, tanto de compra como de alquiler, bajen. Obviamente, se deben continuar aplicando políticas, pero también se debe comenzar a plantear que desde la administración esto no se puede afrontar. Se necesita una cooperación público-privada para que sea más ágil la producción de vivienda que se pueda hacer, pero a veces bromeo que la mejor política de vivienda que podría hacer el Ayuntamiento de Barcelona es pagar el AVE a todos los que vivieran en Girona. Son media hora. Hay suelo y sectores en desarrollo. Digo Girona porque hay AVE y son 30 minutos.
Parece que Junts per Catalunya-Trias per Barcelona y PSC podrían llegar a un acuerdo para revisar la normativa del 30%. ¿Usted la eliminaría?
Sí. Presidí la comisión del 30% y se establecía un procedimiento que permitía al cabo de un año revisar la efectividad y dejarla de aplicar. Tiene seis años. Solo hay dos licencias en esta ciudad que han aplicado el 30% y han supuesto ocho o nueve viviendas sociales.
¿Solo dos licencias?
Sí, y una la he hecho yo. El rendimiento es escaso. Quizás son 20 viviendas públicas. Igual hay alguna licencia más que desconozco. En estos años se han conseguido máximo 20 viviendas públicas a cambio de paralizar el sector de la vivienda en la ciudad, lo cual tiene un efecto sobre las viviendas disponibles y la rehabilitación. Y después, cuando sacas del mercado de la vivienda residencial, el stock que hay se va al alquiler turístico. Es un pez que se muerde la cola.

¿Y Collboni por qué no lo retira directamente, según usted?
Porque no puede. Y porque no está de acuerdo conmigo. Si la normativa del 30% se suprimiera, lo que pasaría es que habría más vivienda disponible, se haría más rehabilitación, que es imprescindible, y habría una ligera afectación sobre el precio de mercado. Además, suprimiría la reserva del 30% porque en los sectores nuevos de planeamiento que se están desarrollando hoy en día en la ciudad, como la Marina del Prat Vermell, la Sagrera, la última modificación del 22@, estamos al 50%.
¿De construcción?
De reserva del suelo para vivienda de protección. Puedes aplicar estos parámetros sobre el suelo que es nuevo. Sobre lo que es antiguo, el mercado no puede absorber este 30%. La construcción siempre ha sido la responsable del 10% o el 12% del PIB de Barcelona. Esto ha desaparecido. Madrid tiene la potencia que tiene porque puede crecer. Si Madrid tiene un peso en el PIB de la construcción, Barcelona no lo tiene. Y esto también nos resta competitividad. Asumimos que Barcelona es una ciudad consolidada y que la intervención que se hace casi siempre es rehabilitación. Si al hecho de no tener suelo para desarrollar, le añades que estás penalizando la manera que tendrías de activar esta economía, tienes una situación de parada. Y la tienes tanto en el ámbito del trabajo como en el ámbito inmobiliario. No es casualidad que al 22@ no vaya nadie. No es porque haya demasiado techo de oficinas. Es porque la gente no sabe dónde debe ir a vivir. No se están haciendo viviendas.
Vamos terminando ya. ¿Qué le ha parecido la Copa América de vela?
Ha sido una campaña de imagen que hubiera salido más cara sin este evento. Ha tenido una parte muy positiva de situar Barcelona en el mundo, en el sentido de buscar un turismo diferente. Seguramente, no hace falta, pero si se debe reorientar el turismo, tiene su sentido. Lo que pasa es que nosotros venimos de una tradición en la que cualquier gran evento que se ha hecho en la ciudad ha servido para hacer un progreso de la ciudad y para hacer una transformación profunda. Y eso con la Copa América no se ha producido. Ni aquí ni en ninguna otra ciudad donde se ha hecho la cita deportiva. A Barcelona tampoco le gusta el mar. Muy poca gente de la ciudad tiene un vínculo con el mar. Hay escuelas de vela, hay playas, pero la ciudad sigue viviendo de espaldas al mar. Es una operación de marketing muy buena. La sensación que tengo, vista la transformación de aquel sector, es que el Ayuntamiento prácticamente no ha invertido nada.

El Port Olímpic ha costado 100 millones de euros.
Sí, pero allí hay un plan de negocio. Y cada local paga 50.000 euros de alquiler al mes. No es una inversión a fondo perdido. Es un modelo de negocio como si se estuviera construyendo un aparcamiento de B:SM. Coincide en el tiempo con la Copa América, pero no es Copa América. Hay un plan de negocio estupendo, pero no sé cómo los operadores harán frente a estos costos. Una de las conclusiones que no ha tenido la Copa América es el efecto transformador urbanístico que se nos vendió. También ha habido la tesis de aprovechamiento de piezas que estaban en desuso en el Port Vell, pero tampoco se ha hecho ninguna gran inversión. Ha sido más una actuación de maquillaje o imagen. El Imax volverá a ser el Imax. Y otro tema que he podido percibir es que no ha habido mezcla de gente. Los mismos participantes se han mantenido muy al margen. Esta línea ciudad-puerto es mucho más importante de lo que pensamos y no se ha roto nunca. La ciudad no ha puesto la ciudad. Ha puesto el mirador a una actividad. Ha sido un Bienvenido Mr. Marshall en el sentido de que ha sido una operación de imagen, pero el retorno ha sido este, que es muy importante, pero sin ninguna gran transformación, como las que hubo con los Juegos Olímpicos o el Fórum.




