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Celda 443 de la Model, una represión que perdura

Solo unos pocos metros separan el habitáculo que hace las funciones de capilla de la sala de paquetería de la prisión Model. Son las nueve y media de la mañana de sábado, 2 de marzo de 1974. Han pasado las 12 horas reglamentarias que establece la ley entre que el condenado es notificado de su sentencia de muerte y su ejecución. El joven anarquista Salvador Puig Antich abandona la capilla, donde ha pasado las últimas horas con tres de sus hermanas y con su abogado, Oriol Arau. Por un instante, ve la luz que deja pasar la puerta que da acceso al patio que atraviesan los presos que quedan en libertad. Pero inmediatamente es empujado hacia la sala de paquetería, el espacio que ha elegido su verdugo para cometer otro crimen de Estado.

Reproducción del garrote vil con que el franquismo ejecutó a Salvador Puig Antich, en la sala de paquetería de la Model JORDI PLAY

El garrote está preparado. El joven entra a la sala con su reloj y con las botas que una de sus hermanas le había comprado en Andorra para que no pasara tanto de frío a la celda. Hay más ojos esperando a observar el crimen de los que figuren al listado oficial. Las ejecuciones a la Model se han hecho hasta ahora en el patio que hay entre la cuarta y la quinta galería, y tal como establece el Código Militar de justicia: fusilados con arma de fuego. Pero el verdugo de Puig Antich, Antonio López Guerra -venido expresamente de Badajoz para sustituir el titular de Barcelona, apartado por una condena por abusos a menores-, lo ejecutará al garrote vil, vulnerando la ley y en el espacio más discreto de la prisión y, paradójicamente, más próximo a la libertad. Se cierran las ventanillas por las cuales entregan los paquetes los familiares para evitar que entre la luz de la calle. A tres cuartos y cinco de manantial de la mañana, el joven anarquista militante del MIL se convierte en el último ejecutado al garrote vil del régimen franquista. Puig Antich ha sido condenado a muerte por terrorismo en un consejo de guerra, acusado de matar el policía Francisco Anguas Barragán  –en la trifulca a rasgos el 25 de septiembre de 1973 en la calle de Girona, 70-, a pesar de que nunca se ha determinado de qué pistola provenían las balas mortales. La investigación las hizo desaparecer y no se llegaron a analizar.

Desde su detención hasta su ejecución solo han pasado cinco meses, que Puig Antich ha pasado mayoritariamente cerrado a la celda 443 de la galería número 4 de la Model. Ingresa el 2 de octubre, «después de una semana ingresado al Clínico, y con una ropa que le va grande, pero limpia, que le proporciona una enfermera del hospital, que confirma que Puig Antich salía con su ropa llena de sangre del tiroteo. Desde que entra, solo ha registrado una salida para la reconstrucción de los hechos, se le permiten dos contactos de 20 minutos con la familia y el abogado los miércoles y los sábados. Nada más, y el contacto con el resto de presos es mínimo. Prueba de esta soledad es que el Salvador lee 61 libros entre las paredes de la Model en solo cinco meses», explica el periodista de El Punt-Avui Jordi Panyella ante la puerta de la celda 443 de la antigua prisión, que entre el 2 y el 7 de marzo ofrecerá seis vísperas de actividades para conmemorar el 50 cumpleaños del crimen de Puig Antich. Panyella publicó en 2014 el libro Salvador Puig Antich, caso abierto. La revisión definitiva del proceso (Ángulo Editorial), y ahora ha presentado una edición revisada y con un epílogo.

El periodista Jordi Panyella, autor de Salvador Puig Antich, cas obert, dentro de la prisión Model JORDI PLAY

Delito de terrorismo: la represión «perdura»

La ejecución al garrote vil de Puig Antich se produjo solo dos meses después del atentado de ETA contra Luis Carrero Blanco, y ciertamente fue uno de los factores que condicionó el consejo de guerra del militante del MIL. Pero Panyella abre el foco y señala que el franquismo usó La Model para dejar claro que «el régimen no aflojaba»: «Es una ejecución política, un crimen de Estado, no un simple asesinato, y es también una pugna entre los aperturistas del régimen y el sector más duro, que envía un mensaje de dureza tanto en la comunidad internacional como la sociedad civil catalana. El mensaje era: este régimen es vivo, sigue estrechando en el sentido literal del término y os lo demostraremos haciendo uso de una herramienta -el garrote vil- que os acolloneix a todos», dice el periodista.

Panyella, que ha escrutado todos los detalles judiciales del caso Puig Antich, hace un paralelismo con el momento actual desde el punto de vista judicial y político. «En España la represión judicial y política siempre va de la mano, aunque hagan ver que van por caminos diferentes, porque el objetivo es el mismo, un objetivo de Estado. Con Puig Antich era un delito de terrorismo según el Código Militar, y hoy volvemos a estar en represiones absolutamente forzadas, sin ningún tipo de cimiento jurídico, acusando ciudadanos de este país por delitos de terrorismo que no han cometido. Puig Antich no comete ningún delito de terrorismo porque en todo caso dispara en una acción de defensa para evitar una detención de la policía. Y en el caso de Carles Puigdemont, si es que está detrás de las movilizaciones masivas del independentismo, ¿qué acto de terrorismo es convocar la gente a manifestarse? Continuamos, por desgracia, en la dureza de una represión injusta como hace 50 años», setencia Panyella.

Alli donde en la última etapa de la Model estaban los locutorios, en 1974 estaba la sala llamada capilla, donde Puig Antich pasó las últimas horas. JORDI PLAY

Un caso que todavía clama justicia

El caso Puig Antich es también una prueba que demuestra que la justicia española y el mismo Estado todavía no han sido capaces de aceptar una revisión de los abusos del franquismo. En este caso concreto, Panyella remarca como prueba de esta incapacidad que en 2005, cuando se presentó al Tribunal Supremo el segundo recurso de revisión del caso, los abogados toparon «con una sala segunda injertada de franquismo, que rechazó el recurso a pesar de que estaba muy fundamentado y contaba con el aval de dos magistrados, segundos los cuales Salvador no tuvo un juicio justo». Una impunidad en términos legales que posteriormente se ha visto confirmada con otras acciones que no han prosperado, pero también en acciones políticas como la condecoración con la medalla de oro al mérito policial -por parte de un gobierno del PSOE- al subinspector Fernando Anguas, muerto al incidente donde detuvieron Salvador Puig Antich.

Un personaje «100% barcelonés»

El caso Puig Antich tuvo una trascendencia internacional por la brutalidad del crimen de Estado cometido a finales de la dictadura franquista. Pero cincuenta años después, el joven anarquista permanece en el recuerdo de Barcelona, la ciudad que, como detalla Jordi Panyella, fue testigo de su corta vida. «Es un personaje 100% barcelonés. De hecho, se le ha hecho un homenaje en el Ayuntamiento de Barcelona, que está exactamente en medio de los dos puntos vitales de su vida, la calle del pas de l’Ensenyança, donde nace y vive con su familia, y donde se hizo su funeral multitudinario, en la iglesia dels Sants Just i Pastor. Los hechos que acaban con su detención se producen en la calle Girona, 70, lo ingresan con heridas de bala en el Hospital Clínic y finalmente acaba en la prisión Model«, describe el autor de Salvador Puig Antich, cas obert, que certifica que el joven libertario y antifranquista «todavía es, cincuenta años después, un referente de libertad de la ciudad de Barcelona».

Puig Antich fue ejecutado al garrote vil el 2 de marzo a las 9.50h de la mañana en la prisión Model JORDI PLAY
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