El barrio de Navas es un caso bastante singular. En la mayoría de los casos, las estaciones de metro llevan el nombre del barrio o de la calle donde se ubican, pero Navas es exactamente lo contrario. El régimen franquista aprovechó que una de las nuevas paradas de la L1 pasaba cerca de la calle de Navas de Tolosa –batalla clave de la reconquista castellana de al-Ándalus– para bautizar así la nueva estación en primera instancia, y todo un barrio poco después. Los vecinos de la zona no se identifican con el nombre y apuestan ahora por rebautizarla como Torrent de la Guineu, en homenaje al torrente que cruzaba el barrio en el siglo XIX. No es la única acción ciudadana que busca eliminar reductos franquistas vigentes en los barrios. Dos kilómetros más allá, los vecinos de la plaza de Virrei Amat recuerdan que el franquismo borró del mapa al poeta Joan Salvat-Papasseit, que presidía las esquinas de la plaza antes de 1939.
Las dos acciones avanzan muy lentamente, pero el tejido asociativo está decidido a completarlas. En el caso de Navas, el distrito de Sant Andreu ya se ha comprometido a estudiar cómo se podría ejecutar un «proceso participativo» que ponga negro sobre blanco la propuesta y que analice el apoyo que recibe la iniciativa. Muy diferente es el caso de la plaza del Virrei Amat; el distrito de Nou Barris ha vetado de entrada el cambio alegando que hay otras calles con ese nombre. En ambos casos, los esfuerzos están centrados en restablecer el legado de la zona en la calle, pero en ningún caso se descarta ir más allá, una vez conseguido el primer objetivo. «Cuando consigamos el cambio, que lo conseguiremos, el nombre de Virrei Amat como estación de metro no tendrá ningún sentido. Quizás habrá que iniciar otra campaña, pero ahora eso nos queda lejos, es otro partido que se jugará cuando toque», explicaba hace unas semanas al Tot Barcelona en Francesc Quintana, portavoz de la iniciativa para restituir el nombre del poeta catalán.

El metro se mantiene expectante
Mientras tanto, el metro se mantiene a la expectativa de lo que pueda pasar. Fuentes de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) recuerdan a este diario que la nomenclatura es cosa de la Autoridad del Transporte Metropolitano (ATM), pero remarcan que los cambios de nombres en las estaciones han sido una constante desde el inicio. Por otro lado, desde la ATM confirman que atienden «cualquier petición externa de cambio de nombre» y que, llegado el caso de que haya una demanda de cambio en Navas o Virrei Amat, se tramitará «siguiendo el protocolo establecido».
Ahora bien, los cambios no serían en ningún caso inmediatos. La petición, según detallan en la ATM, debería seguir un camino bastante largo: se elevaría a la Comisión de Nomenclatura, formada por miembros de la ATM, los operadores y las administraciones; de ahí pasaría al gobierno de la ATM, que debería validarlo; y finalmente entraría en una lista de espera. El organismo detalla que el cambio se uniría «con otras peticiones pendientes para poder ser tramitadas a la vez, pudiendo coincidir, a veces, con una ampliación de la red y, de esta manera, ahorrar costos». En esta misma línea, la ATM remarca que el organismo que lo solicita «debe aceptar hacerse cargo del costo que implica para el operador y para el sistema los cambios de toda la cartelería informativa y de gestión (física y digital)». Por último, señalan que cualquier cambio de estas características debe contar con el «aval» del Institut d’Estudis Catalans (IEC).

Verdaguer y Sants, los últimos precedentes
El historiador y miembro de la Coordinadora pro Museo del Transporte, Ferran Armengol, explica que los nombres del metro siempre han estado «más vinculados a los barrios que a otras cuestiones» y solo ve una pequeña excepción en el caso de Verdaguer. «Esta estación sí que tenía un nombre muy del régimen. Hasta 1982 se llamaba General Mola, un militar psicópata. Y hasta este caso toma de base el nombre de una calle cercana que se llamaba así», explica el historiador. El resto de nombres se han mantenido neutros y cercanos a las calles o barrios de los que forman parte las estaciones. Por eso Armengol cree que las estaciones deben concordar con la calle y que «Virrei Amat o Navas perderán el sentido en el metro si el tejido asociativo consigue el cambio de nombre». En este sentido, el historiador ve en el caso de Verdaguer –cambió después de que el General Mola desapareciera del nomenclátor de Barcelona– un precedente de características similares.

Ahora bien, el mismo historiador recuerda que también hay casos que han costado más esfuerzo. Bien lo saben los vecinos de Sants, que en 1969 lucharon para conseguir que el barrio abanderara el nombre de la estación de trenes. «Se llamó Barcelona Central, durante un año y pico o dos; luego pasó a llamarse Barcelona Central Sants y ahora Barcelona Sants«, apunta Armengol, que pone este caso de ejemplo de cómo es de importante «la información que das con el nombre de la estación». Hay casos similares, como el cambio de Sant Andreu Arenal (Rodalies) por Fabra i Puig, que se hizo para que las paradas de metro y Rodalies compartieran el mismo nombre, o Diagonal (metro) y Provença (FGC), que aún se llaman diferente a pesar de tratarse del mismo intercambio.
El director del Centro de Estudios del Transporte, Joan Carles Salmerón, reconoce que la red de metro ha ido adaptándose, pero también detalla casos en los que el cambio no ha sido posible. Un caso reciente es el de la estación de la Floresta (L1), que los vecinos quieren cambiar por el nombre original (Floresta Pearson). «Estuvimos dos años detrás de la administración, pero había mucha burocracia y todo era muy lento. Tanto que finalmente se optó por recuperar los carteles originales en la estación, pero el nombre en los trenes, de la parada y en los planos es solo Floresta», explica el historiador, que acepta que los cambios entren en esta «lista de espera» que crea la ATM –»sobre todo porque hay que adaptar todos los planos y tiene sentido esperar a un cambio grande de la red»– pero lamenta el «largo camino» que hay que seguir previamente.
La catalanización de 1982, el gran adiós al franquismo
El cambio de nombres más grande que ha vivido el metro llega en 1982, año en que la administración apuesta por catalanizar toda la red. Ferran Armengol lo explica así: «Hacia 1920 todas las estaciones estaban en castellano. En tiempos de la república, se optó por una rotulación bilingüe en todas las estaciones, que tuvieron nombres en catalán y castellano de 1931 a 1939. El catalán desaparece después de la guerra por razones obvias y el franquismo confirma un período de dominación del castellano. Y así se llega a 1982, cuando se debía hacer el traspaso de competencias del Estado a la Generalitat. Los túneles y las estaciones –y también rotulación– pasan a ser de la administración catalana, pero trenes y señales son del Ayuntamiento. (Después, del Ayuntamiento ha pasado a la ATM). La generalitat no optó por rotulación bilingüe sino por ponerlas todas en catalán, y nadie lo discutió». La catalanización general del metro se hizo un año antes de la ley de normalización lingüística, lo cual, detalla el historiador, «nos hace decir que el metro fue pionero».
La catalanización acaba con uno de los ejemplos más visibles del paso de la dictadura por Barcelona, que, por otro lado, mantuvo nombres bastante neutrales, apostando por calles o barrios cercanos (en castellano). Ahora bien, esto no significa que la dictadura no pusiera sus garras en la infraestructura. Durante los años sesenta se construyó una parte importante de la red actual; una ampliación que vino previamente acompañada de una «depuración» total de la empresa. «Fue brutal, incluso el director del metro tuvo que marchar exiliado», comenta Armengol. Por otro lado, Salmerón recuerda que los inicios estuvieron marcados por unos «interrogatorios muy graves» a los trabajadores y unas normas de conducta severas, como que «debían alzar el brazo ante los oficiales o llevar una vestimenta que no dejaba de suponer la militarización del personal». Salmerón también recuerda que muchos trabajadores que no superaron la depuración acabaron exiliados, encarcelados o incluso fusilados.

