«Podemos hablar, ningún problema, pero a partir del lunes, que el Napoli puede ganar este viernes la cuarta liga de su historia». La vida parece detenerse en la capital de la región de Campania cada vez que rueda el balón. El vínculo prácticamente místico entre esta ciudad del sur de Italia y el fútbol se remonta al paso de Diego Maradona por el antiguo estadio de San Paolo, ahora bautizado en honor al astro argentino, con quien ganaron sus dos primeros Scudettos. Entre la expectación previa al último partido de la temporada y el éxtasis posterior a la consecución de este cuarto título de liga, Grant Dalton -CEO del Emirates Team New Zealand- anunciaba que Nápoles había sido elegida como nueva sede de la Copa América para el año 2027.
Como ya ocurrió con Valencia o Barcelona, la confirmación oficial del aterrizaje de la competición náutica en Nápoles vino acompañada de unas previsiones económicas muy beneficiosas para la ciudad elegida y su entorno. Según las cifras hechas públicas por la organización y recogidas por varios medios italianos, la Copa América tendrá un impacto directo sobre la ciudad de 700 millones de euros que podrían elevarse hasta los 2.500 millones si tenemos en cuenta las inversiones públicas que se llevarán a cabo sobre el territorio. Una lluvia de dinero dirigida principalmente a la zona de Bagnoli, una localidad costera con pasado industrial al oeste de la capital de Campania, donde se ubicarán las bases de los equipos participantes y que lleva décadas esperando una transformación urbanística.
Y, también espejándose en el caso barcelonés, el vecindario de las zonas afectadas ve la lluvia de millones mucho más lejos de lo que celebran las autoridades. «La Copa América favorecerá los grandes intereses, pero la gente del barrio se siente excluida de las ganancias», lamenta Mario Borrello, presidente de Jamme Assiem, un conjunto de entidades sociales de la zona de Bagnoli y Fuorigrotta agrupadas con el objetivo de abordar la transformación compleja de la zona.
Como un espejo frente a la huella de la regata en Barcelona, el tejido social de Nápoles se ha encontrado una administración alineada monolíticamente con los intereses de la Copa América. «Estamos orgullosos de poder acoger la 38ª edición del torneo de vela más famoso y prestigioso del mundo, un evento mundial que involucra a millones de entusiastas y representa una síntesis única de tradición, innovación tecnológica, excelencia en ingeniería y espíritu competitivo», se apresuraba a decir la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, cara visible del acuerdo con el vigente campeón de la prueba, en unas declaraciones que inevitablemente recuerdan las de Ada Colau del 2022.
Es cierto que, a diferencia de la capital catalana, el sur de Italia sí que tiene una cierta tradición de fanatismo por los deportes de vela. De hecho, ya tienen una historia con el trofeo de la América: entre el 2011 y el 2012, la ciudad acogió las America’s Cup World Series, unas carreras que sirvieron para calentar motores de cara a la edición del 2013, celebrada en San Francisco. Entonces, cerca de un millón de personas -añadiendo todo el personal de los equipos y los invitados de los competidores- se acercaron. De hecho, el equipo italiano de la competición, el Luna Rossa Prada Pirelli, tiene el puerto matriz en Palermo, y es muy próximo al imaginario de los aficionados del sur del país.

Sobre estas cifras pasadas, de cara al 2027 se habla de una asistencia de público durante los 60 días que se alargará el evento de entre 1,5 y 1,7 millones de personas, entre los cuales hasta medio millón de turistas internacionales, que gastarían de media unos 2.500 euros por persona. Esto con una inversión pública y privada de cerca de 200 millones que repercutirá también en la creación de hasta 12.000 puestos de trabajo temporales y 2.000 fijos. Hasta aquí los datos oficiales, que mantienen fuertes similitudes con los proyectados para la edición barcelonesa de la prueba. El tejido social de la ciudad, consultado por Tot Barcelona, ve muy posible que la competición cumpla las expectativas; pero lo entiende como una mala noticia. «Ya sufrimos un turismo excesivo en la ciudad, próximo a los niveles de Barcelona», alerta en conversación con este diario Thomas Straus, concejal de la segunda municipalidad de Nápoles por el partido de izquierdas Potere al Popolo. En línea con el análisis de Borrello, Straus asegura que, incluso si alcanza las previsiones más halagüeñas, la Copa generará un importante agravio para la población, especialmente en los barrios más afectados. «Los trabajadores son expulsados del centro, y la administración se niega a escucharnos cuando hablamos de turistificación. Ya tenemos problemas con los flujos turísticos y ahora, además, nos traen la Copa», remata Straus.
«De espaldas al barrio»
El análisis de Straus, parte del tejido social más crítico con la llegada de la competición, es compartido por el conjunto del tejido social de la ciudad. Borrello es más optimista respecto de las potencialidades económicas de la competición, pero alerta que la ejecución, hasta ahora, lo aleja cada vez más del interés general. «La economía que traiga la Copa no será circular. Favorecerá un cierto tipo de turismo que no beneficiará a los ciudadanos«; alerta el representante vecinal. A su parecer, un evento como este «podría ser muy bueno» para la zona si se redirige hacia sus habitantes. Cabe recordar que Bagnoli y Fuorigrotta son dos antiguas zonas industriales abandonadas por la industria siderúrgica en los años 80, y hace más de cinco décadas que viven en un ciclo de precarización económica. En este sentido, desde Jamme Assiem plantean mantener la presión sobre la administración local para redirigir las ganancias hacia las mayorías sociales de la zona. «Hay esperanza: las instituciones entenderán que Bagnoli tiene una voluntad diferente de la de los grandes intereses», promete.
Straus, por su parte, ve mucho más lejos una resolución acordada con la administración. Para el concejal municipal, las formas con las que se ha puesto en marcha la competición delatan la escasa voluntad del alcalde, el conservador Gaetano Manfredi, de actuar a favor de la población trabajadora de Bagnoli: «El acuerdo se presentó de golpe, ya firmado y sin ningún debate previo o comentario de las instituciones implicadas. Se ha especulado en los últimos días con beneficios económicos, pero los detalles del pacto son secretos. Solo sabemos con certeza que las carreras se celebrarán frente al paseo marítimo y que los equipos tendrán las bases en Bagnoli». Los equilibrios políticos, además, han empoderado las tesis del consistorio. En 2019, con el gobierno de Giuseppe Conte fruto de un pacto entre el Movimento 5 Stelle, el Partito Democratico y el movimiento progresista Liberi e Uguali, el primer ministro dio garantías de inversiones productivas a la región, que finalmente no se ejecutaron. Ahora, bajo el mandato de los ultras de Fratelli d’Italia, Manfredi tiene el apoyo de Meloni en su terciarización de la economía local.
Straus ha mantenido contacto desde el pasado verano con entidades barcelonesas y está al corriente del baile de cifras y de la polvareda que el evento levantó en la capital catalana. «Nos han explicado que las expectativas estuvieron muy lejos de la realidad. No sabemos qué pasará en Nápoles, pero tenemos claro que el dinero no acabará en los bolsillos de la clase trabajadora y de los vecinos de Bagnoli», subraya. A diferencia de las entidades vecinales, que detectan un camino para las negociaciones con la corporación local, los movimientos sociales son pesimistas.
«No creo que el alcalde y la primera ministra tengan un plan -ironiza el concejal local- más allá de dar prioridad a la Copa América«. Esperan, de hecho, que la regata se aproveche para echar atrás algunos avances municipales, como la pacificación del paseo marítimo. Las expectativas, pues, son poco halagüeñas; y menos en una región que no goza de un tejido sociopolítico muy potente. «No tenemos unos movimientos sociales lo suficientemente activos para generar una protesta eficaz», lamenta. Por su parte, Borriello permanece abierto al diálogo: «lo intentaremos todo por los canales institucionales, y les haremos ver que el del vecindario es el camino correcto«.

Bagnoli, zona franca contaminada
Bagnoli será el gran epicentro logístico de la Copa América. En este tramo de costa al oeste de Nápoles recaerá buena parte de la inversión pública y privada vinculada a la competición. Una lluvia de dinero que desde entidades como la que preside Borrello se ve como una «oportunidad» para el progreso económico de una zona anclada en su pasado industrial y que hace tiempo que espera una transformación urbanística. En este mismo lugar había hasta casi los noventa la sede de la fábrica ILVA, una de las productoras de acero más importantes del territorio europeo. Una parte de la siderúrgica todavía continúa en pie, pero su legado perdura más allá en el suelo, que está contaminado.
Encontrar paralelismos con Sant Adrià de Besòs y las Tres Xemeneies es inevitable. Dos zonas costeras muy próximas a la gran ciudad -de la cual en cierta manera aún dependen- marcadas por un pasado industrial que ha dejado un poso en forma de contaminación que condiciona su transformación. Dos zonas pendientes de una reurbanización que parece no llegar nunca y bajo el pretexto de la cual se están impulsando proyectos que obvian las peticiones y necesidades del vecindario en favor de los intereses privados. Y este es precisamente -según el vecindario- el gran peligro que tiene el evento: «La idea es que se apueste por Bagnoli, que tiene un potencial enorme, pero parece que solo se quiere impulsar una economía que no será circular, que no irá a favor de los intereses de todos. No se puede pensar solo en los lobbies porque la gente se siente excluida», lamenta Borrello.
La situación en esta zona de cerca de 200.000 metros cuadrados es en estos momentos especialmente crítica. En los últimos tiempos se han producido varios terremotos de magnitud 4,5 que han dejado cientos de personas realojadas en hostales y alojamientos diversos sin poder volver a sus casas por riesgo de derrumbe. El problema radica en que los núcleos de población están situados en el cráter de un supervolcán, de manera que los movimientos sísmicos son habituales, y los edificios no están hechos para soportar este tipo de temblores. Ante este escenario, se pidió a las autoridades que decretaran un estado de emergencia para poder abordar estas carencias y acelerar los trámites para su resolución y la reubicación de las personas desalojadas. Parecía que el ministro italiano de protección Civil iba a decretar esta excepcionalidad, pero antes de que se acabara de concretar se anunció el aterrizaje de la Copa América. «Es difícil demostrar que las dos cosas están relacionadas, pero está claro que esta decisión se revisó justo antes de la llegada de la competición. Si hubiera habido una emergencia vigente, la Copa América se lo habría pensado seguro…», reflexiona Straus, que remarca que por ahora la ayuda urgente que pidió la población no ha llegado y que desde el consistorio napolitano y el gobierno italiano parece priorizarse la competición náutica.

El grito de alerta de la ciudadanía de Bagnoli no es nuevo. Más allá de los efectos de los terremotos, los vecinos de esta zona -muchos de los cuales extrabajadores de la antigua planta siderúrgica ILVA- llevan cerca de tres décadas pidiendo una hoja de ruta para esta parte del litoral napolitano que incluya la descontaminación del suelo. Los expertos calculan que se deberían limpiar o sustituir cerca de un millón de metros cúbicos de tierras. Se da la circunstancia de que Manfredi es tanto el presidente del comisionado para la transformación urbanística de Bagnoli como el máximo responsable de la comisión creada para facilitar el aterrizaje de la competición. «La misma persona que decide sobre el futuro de la antigua ILVA, lo hace también sobre la Copa América, que ha de tener las bases de los equipos listas el próximo verano. ¿Cómo pueden ir juntas estas dos cosas? Creo que no tienen ningún plan. Lo dejarán todo como está y solo construirán los edificios necesarios para la competición, en el mejor de los casos tan solo posponiendo la descontaminación y transformación de la zona», insiste Straus.
