El Bar Brusi, la Casa Gallofré, la Llibreria Farré o la Granja Bruselas. Estos son solo algunos de los nombres de la interminable lista de establecimientos emblemáticos que han tenido que bajar la persiana en los últimos años. Fruto de la falta de relevo generacional, las altas aspiraciones rentistas de los propietarios de los locales o simplemente de un cambio en las costumbres y hábitos que complica su subsistencia en la Barcelona actual. En la mayoría de los casos, el cambio de manos ha supuesto también la destrucción completa del ecosistema interior preservado durante décadas por estos negocios históricos, dejando como único rastro de su trayectoria los rótulos y escaparates exteriores, completamente descontextualizados y como si formaran parte del decorado de un western.
Ahora bien, entre los emblemáticos que se mantienen en pie también hay casos para la esperanza. Uno de los ejemplos más paradigmáticos quizás es el de la Granja Vendrell. Este establecimiento ubicado en los bajos del número 59 de la calle de Girona cerró el 30 de septiembre de 2019 después de noventa y ocho años de historia que lo habían convertido en uno de los clásicos de la Dreta de l’Eixample. Demetri Vendrell -la tercera generación al frente del negocio- decidió jubilarse y, a falta de relevo interno, dejó el local en manos de alguien más en régimen de alquiler con el objetivo de que este pudiera continuar con la actividad que su familia había desarrollado ininterrumpidamente desde que su abuelo fundó la granja en 1921. Lo pudo hacer de la mano de la restauradora Arianna Grau, que en el año 2021 asumió el reto de modernizar la cafetería, manteniendo tanto la mayoría de los elementos de la decoración interior como algunas de las recetas caseras icónicas, como la nata montada, el requesón o la crema catalana, ampliando la carta con platos de cocina italiana.
La resurrección del negocio, sin embargo, se quedó a medias. Las restricciones por la pandemia del coronavirus, las obras de la supermanzana del Eixample y una clientela todavía acostumbrada a la manera de hacer de los antiguos responsables generaron una tormenta perfecta que acabó sentenciando el periplo de Grau al frente del establecimiento, que finalizó de manera abrupta en julio de 2023. Ese mismo verano de hace dos años, los empresarios barceloneses Gabriel Buixó y Alejandro Donadeu fundaron Moltamà, una compañía centrada en el café de especialidad que abrió su primer punto de venta al público en el espacio de coworking PAU, ubicado en el número 47 de la ronda de Sant Pau. Meses después, esta nueva marca sería precisamente la encargada de quitar el cartel de la inmobiliaria que lucía en la fachada del local para reabrir finalmente la Granja Vendrell bajo un nuevo concepto en marzo de 2024.

Una caja de sorpresas
Casi ha pasado un año desde su reapertura. En estos primeros meses de adaptación, los nuevos responsables han comprobado como el recuerdo del negocio de toda la vida aún pesa entre los vecinos del barrio, poco acostumbrados a unos cambios que, paradójicamente, afectan de lleno a barrios inmersos en procesos gentrificadores como este. Ahora que lo han recuperado por segunda vez, muchos clientes no dejan pasar la oportunidad de acudir a su local de cabecera para tomarse un suizo o probar alguna de las recetas clásicas. «Conocía la granja porque soy del barrio y sabía que era un buen lugar donde ir a buscar la nata. Así que, cuando salió la oportunidad, nos animamos. Ahora es cuestión de ir viendo qué quiere el cliente de toda la vida, pero también de abrirnos a un público nuevo«, explica Buixó en declaraciones al TOT Barcelona, quien asegura que los primeros días que abrieron por la tarde, la gente aún venía a tomar su chocolate caliente a pesar de tener una oferta gastronómica mucho más variada con unos pasteles y unas quiches que harían las delicias de cualquiera.
El cofundador de Moltamà remarca que su apuesta por un café de calidad superior y por el producto de mercado es compatible con el mantenimiento de la oferta que la granja ha tenido a lo largo de su extensa trayectoria. Ahora bien, reconoce que comandar un emblemático es un arma de doble filo, sobre todo en cuanto a la adaptación del local. «Reformamos solo lo básico porque hay muchos elementos protegidos que se deben conservar y no se pueden prácticamente ni tocar», señala. Estas afirmaciones no son fútiles, ya que el establecimiento goza de una fuerte protección patrimonial por su catalogación como establecimiento de interés. Más allá de las letras de estilo art déco del rótulo exterior, colocadas durante una reforma realizada por el arquitecto Pere Bassegoda Musté en 1941 y que fueron protagonistas de un robo surrealista que terminó con las piezas en manos de sus legítimos propietarios una vez más, destacan los diferentes elementos originales que conforman la estancia principal, presidida por un gran espejo y unas lámparas.

El resto del local, sin embargo, no se queda corto, sino que es una caja de sorpresas. Una obra del artista Perico Pastor con fecha de 2022 preside el pequeño baño de la planta baja, que se abre a un espacio amplio temporalmente ocupado por dos mesas que antes formaban parte de la terraza del establecimiento. La estancia comunica con la zona de la cocina, con un espacio que hace las funciones de bodega y con una habitación alargada donde los actuales responsables quieren organizar cursos de iniciación al mundo del café y catas de todo tipo. Al fondo, encontramos un pequeño patio interior donde aún se conserva una antigua cámara frigorífica con detalles de madera. Este espacio es el mismo que utilizaba el abuelo de Vendrell para hacer llegar a través de un cesto atado a una polea los víveres y alimentos a los vecinos del edificio durante los momentos más tensos de la Guerra Civil, aprovechando que él se desplazaba hasta la localidad de Begues (Baix Llobregat), donde tenían una lechería propia. En el entresuelo, tres grandes ventanas ovaladas comunican el espacio principal con una sala amplia que aún están pendientes de adaptar y con la parte del local que durante décadas había utilizado como vivienda la familia Vendrell.

Trabas municipales que complican la supervivencia
Si todos los comienzos son complicados, en el caso de tomar el relevo de un emblemático, esto parece multiplicarse por diez. Solo hace falta conversar con cualquiera de los responsables de un negocio histórico de la ciudad para captar que la relación con las administraciones no siempre es la más fluida y que las trabas superan con creces las ayudas, que en la mayoría de los casos son inexistentes. En el caso de la Granja Vendrell, el principal problema que han encontrado los inquilinos es la imposibilidad de recuperar la licencia de terraza que había tenido durante años el local, que caducó en el impás entre inquilinos. Donde antes había dos mesas, ahora hay un banco aislado de la supermanzana del Eixample. Los responsables actuales del negocio se han ofrecido a pagar el traslado del mobiliario urbano solo unos metros más arriba, en consenso con el propietario del establecimiento que quedaría justo enfrente, pero la respuesta municipal ha sido que, para poder recuperar el permiso exterior, se debe habilitar un baño accesible para personas con movilidad reducida. A pesar de que se trataría de una intervención costosa y complicada, teniendo en cuenta la protección patrimonial del local, los inquilinos no se cierran a sufragar estas obras, pero piden garantías al consistorio de que servirá para poder obtener la licencia, un escenario que por ahora no parece muy claro.
«Así como yo tengo que respetar ciertas normas como establecimiento histórico, ellos que se llenan la boca con los emblemáticos podrían poner más facilidades. No es una cuestión de dinero, sino de tener una cierta sensibilidad. Nosotros queremos recuperar la traza de este negocio, pero nos está costando mucho», lamenta Buixó, que ya debe capear las dificultades que tienen con la captación de personal y el tráfico constante de furgonetas por la calle durante las mañanas. Ahora bien, si hay alguna voz autorizada para valorar la hasta ahora trayectoria corta de los nuevos inquilinos, esa es la de Demetri Vendrell. «Hay una diferencia sustancial en el tipo de negocio, pero la esencia persiste. Han recuperado clientes de toda la vida y, más allá del nombre, la filosofía continúa. Y que así sea por muchos años», apunta el último heredero de la familia fundadora. Unas palabras contundentes, pero que parecen indicar que el camino emprendido por los nuevos responsables es el correcto y que la resurrección de la granja -ahora sí- está más cerca de dejar de ser solo un espejismo.
