Es una de las portadas literarias más reconocibles de los últimos tiempos. Un hombre toma de la mano al que presumiblemente es su hijo mientras caminan, ambos bien abrigados, por una calle con niebla. La fotografía está tomada antes de que los protagonistas lleguen a una intersección, presidida por una farola apagada. Al fondo, al otro lado de la calle, apenas se pueden apreciar dos coches aparcados en la acera. La densa niebla no deja ver en detalle ninguno de los edificios que aparecen en la imagen, de los cuales solo vislumbramos la silueta. En la esquina izquierda de la instantánea, se puede ver un cartel inscrito sobre la pared de ladrillos donde solo se distinguen dos palabras: «maderas nacionales«.
La postal es obra del fotógrafo Francesc Català Roca (Valls, 1922 – Barcelona, 1998), data de 1956 y fue la imagen elegida para ilustrar la portada de L’ombra del vent, la novela quizás más icónica de Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964 – Los Ángeles, 2020). La primera entrega de la tetralogía El Cementerio de los libros olvidados se publicó en 2001, traduciéndose a diferentes idiomas, pero siempre con esta escena en la portada delantera. Fue una petición expresa del autor, que tuvo un amor a primera vista con la instantánea. La primera vez que la vio fue en los estantes de una librería de viejo californiana, como parte de un tomo que recopilaba varias fotografías de Català Roca. Con su editor, Emili Rosales, coincidieron en que esta debía ser la carta de presentación de la novela porque encajaba a la perfección tanto con el tono que el autor quería darle a la obra como con la historia en sí.
La imagen quedaría a partir de entonces ligada indisolublemente al libro, en un binomio difícilmente separable. Este efecto ha llegado a tal punto que la mayoría de los lectores dan por hecho que la instantánea retrata aquella Barcelona oscura de mediados del siglo XX, en la que se ambienta la novela y que el protagonista recorre para descubrir el misterio que envuelve a un escritor amenazado por un personaje que él mismo creó. Ahora bien, ¿y si os dijéramos que un icono de la literatura barcelonesa como este no ha sido ilustrado con una fotografía de la capital catalana? Así es, la postal de Català Roca que Ruiz Zafón encontró al otro lado del mundo no fue capturada en nuestra ciudad, sino que fue tomada en Madrid.

Las baldosas y la escena con niebla
La datación y ubicación de la imagen se confirmó hace unos años. Lo hicieron los responsables del Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC), que desde 2007 y hasta 2023 fueron los encargados de guardar el Fondo fotográfico Català-Roca a petición de los herederos de este. Durante los cerca de dieciséis años de custodia, se inventarió una colección que incluía 701 negativos en blanco y negro y color y 109 diapositivas color, entre otros. Una de estas fotografías catalogadas era la elegida por Ruiz Zafón, que más allá de la fecha no tenía más detalles sobre el emplazamiento elegido para capturar la escena. Si no tenían más información, ¿cómo lograron averiguar que el escenario de la instantánea era la capital española y no Barcelona? Se sabía que el fotógrafo había pisado Madrid a mediados del siglo XX porque se conservaban muchas imágenes fácilmente identificables. La postal que ilustra la portada de L’ombra del vent podía inducir al error, pero, aunque se tratara de un paisaje que en sí no aporta demasiada información, hay unos elementos que resultaron definitorios para determinar que se trataba de la capital española.
Fuentes del Archivo Histórico del COAC han explicado al TOT Barcelona que uno de los detalles clave para salir de dudas fue el análisis del suelo que pisan los dos protagonistas. «La forma de colocar las baldosas y las losetas es muy diferente en Barcelona y Madrid. Allí van en diagonal, como en forma de rombo, mientras que aquí se hace en paralelo», señalan. El otro gran rasgo diferencial que respaldó las sospechas fue la presencia de esta densa niebla. «En la misma serie fotográfica hay otras imágenes hechas en Madrid donde se ve esta ciudad con niebla, se puede ver con los negativos que hay al lado de este», apuntan. Sin embargo, los responsables del archivo nunca pudieron llegar a precisar con exactitud en qué esquina de la capital española fue capturada la escena. Hicieron muchas indagaciones y tenían varias opciones sobre la mesa, pero, como la zona había cambiado radicalmente desde la visita del fotógrafo, no pudieron confirmar las hipótesis. De eso hace más de dos años, ya que en 2023 el Fondo fotográfico Català-Roca pasó a manos de la Generalitat, que lo compró por dos millones de euros y cedió su gestión al Archivo Nacional de Cataluña y al Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC).

Respuesta madrileña al enigma
El enigma sobre la localización exacta se ha mantenido oficialmente sin resolver desde los últimos intentos del Archivo Histórico del COAC. Solo a través de las redes sociales y en algunos blogs ha aflorado de forma esporádica el debate sobre la ubicación de la portada de la novela de Ruiz Zafón. Es en este contexto que un grupo de historiadores aficionados madrileños comenzó a indagar hasta encontrar la respuesta: la intersección entre las calles de María de Molina y del Príncipe de Vergara. Una de estas personas que ha logrado identificar dónde fue tomada la fotografía es Alfredo Garrote, vecino del barrio madrileño de Salamanca, coleccionista de postales antiguas y miembro del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (GEFREMA). «Es aquí seguro porque yo pasé mi infancia a dos calles, en la intersección de María de Molina con Núñez de Balboa, y conozco la zona. Aquí terminaba Madrid y comenzaban los descampados o lo que entonces era territorio comanche«, asegura en una conversación con este medio.
Garrote recuerda que haciendo esquina había un almacén de maderas, negocio al cual pertenecería el cartel de «maderas nacionales«. Justo enfrente, en el edificio de dos plantas que se vislumbra entre la niebla, tenía su taller el reconocido pintor Daniel Vázquez Díaz (Huelva, 1882 – Madrid, 1969). «Esa esquina era muy conocida […] De pequeños, íbamos a un chalet abandonado que había en la siguiente intersección, era nuestro paraíso», explica. El historiador aficionado reconoce que el lugar que pervive en su memoria y que ahora nos describe poco tiene que ver con la actualidad. Solo se ha de hacer una rápida búsqueda en internet para comprobar que de este rincón madrileño retratado por Català Roca y catapultado a la fama por Ruiz Zafón no queda nada hoy día. Entre los sesenta y setenta se empezaron a demoler la mayoría de los edificios existentes hasta entonces y con los años se fueron sustituyendo por bloques de pisos, oficinas y negocios diversos. La transformación urbanística coincidió con el momento álgido de la base aérea militar de Torrejón de Ardoz a la que se accedía tomando una carretera que salía de este punto y que años después enlazaría con la M-30.


