Montserrat Martí nació entre libros. Esta mujer de 76 años ha mamado desde muy pequeña la pasión por un sector que descubrió de la mano del negocio familiar, una de las tantas librerías que existieron durante el siglo XX en el barrio Gótico. Su intuitiva manera de moverse por el estrecho local que regenta en el número 5 de la calle del Cardenal Casañas, el trato casi familiar con los clientes y los cálculos del precio escritos a mano en una libreta denotan una manera de hacer a la
Después de más de sesenta años detrás del mostrador, Martí puede presumir de haberse convertido en una de las últimas supervivientes de aquella época dorada del sector en el corazón de Barcelona. La Pompeya es una de las dos únicas librerías centenarias de la ciudad que mantiene su ubicación original. El otro negocio que aguanta estoicamente el paso del tiempo es el Espai Quera, una antigua librería que data del 1916 reconvertida parcialmente en una cafetería. La proximidad entre estos dos locales permite dibujar sobre el mapa un triángulo casi perfecto si añadimos la librería Sant Jordi, otro establecimiento histórico del Gótico que después de cuatro décadas abandonará finalmente este 2023 la emblemática tienda de la calle de Ferran para trasladarse al Raval. Este Sant Jordi, por lo tanto, será el último que vivirán juntos los negocios de este particular triángulo librero barcelonés.

Una transformación para salvar el desnivel
La historia de la librería Quera está inevitablemente ligada al mundo de la montaña. Josep Quer abrió el negocio el 2 de febrero del 1916 en un pequeño local de la calle de Petritxol, donde durante las primeras décadas vivió también la familia. A pesar de especializarse inicialmente en obras teatrales catalanas, el cuarto hijo del fundador apostó por introducir poco a poco material y libros relacionados con el montañismo y la geografía. Este fue el inicio que llevó el negocio a convertirse en un referente del sector en todo el Estado. En este contexto creció Raimon Quera, cuarta generación de la familia y responsable del establecimiento hasta el 2019, cuando lo vendió a un empresario con el objetivo de preservar el local y una parte de su actividad histórica.
«Después de la crisis del 2008 empecé a pensar cómo podíamos sacar adelante el negocio porque los números no salían. Si una tienda no funciona, ya puede ser muy emblemática que esto no te ayudará a pagar la hipoteca. El romanticismo no paga facturas. Llamé a varias puertas y gasté muchos cartuchos hasta que surgió esta oportunidad», explica Quera, que ahora trabaja como asalariado en el rebautizado Espai Quera, una simbiosis a medio camino entre la cafetería y la librería. A pesar de unos inicios convulsos marcados por el estallido de la pandemia, la nueva vida del local parece que ha conseguido estabilizar las finanzas, conservando la parte del local más icónica, así como su colección de libros especializados en montañismo.

Una tradición que el cambio de manos de la librería no ha alterado lo más mínimo es la de instalar la parada para Sant Jordi. La cuarta generación de la familia continuará este año reuniéndose para vender libros en la Rambla como siempre han hecho. «Sant Jordi es una fiesta familiar para nosotros. En todos estos años hemos vivido de todo. Todavía recuerdo cuando en los setenta la gente se tenía que esconder bajo la parada porque la policía estaba disparando para dispersar manifestantes», relata Quera, que lamenta que las normativas municipales hayan acabado por despersonalizar los estands, que antes tenían permiso para colgar ciertos elementos distintivos.

Alquileres abusivos para la cultura
La fiesta de Sant Jordi de este 2023 será especialmente emotiva para la librería Sant Jordi. Después de un largo periplo de incertidumbre para conseguir la supervivencia del negocio, Jordi Morales ha encontrado de la mano de un programa municipal de protección cultural un establecimiento en la calle d’En Robador donde poder mantener la actividad que inició su padre en 1983. Lo hará, sin embargo, despidiéndose del espectacular local de la calle de Ferran que su familia ha regentado durante cuatro décadas.
«Milagros hay pocos en esta ciudad. El traslado no es por una falta de demanda. Nosotros tenemos clientes, pero no podemos pagar el alquiler que nos pedían los propietarios para continuar», asegura Morales, que remarca que el suyo no es un caso aislado, sino que forma parte del día a día del Gótico. El responsable del negocio ha visto en los últimos años como cada vez quedan menos familias en la zona y menos comercios de los históricos. Esta vacante la ocupan establecimientos enfocados a un turismo que Morales define como de baja calidad. «Muchos de nuestros clientes se quejan de cómo ha cambiado Barcelona. Solo resisten los negocios que tienen un local de propiedad», lamenta y señala que esta pérdida de tejido comercial local repercute directamente en la cohesión social del barrio.

Una receta en blanco y negro
La librería Pompeya debe su nombre a un antiguo casal de barrio que se erigía a principios del XX a la travessera de Gracia. Los abuelos de la actual responsable de la tienda habían trabajado como conserjes durante bastante tiempo y, cuando se decidieron a abrir el negocio en el pequeño local de la calle del Cardenal Casañas en 1922, lo bautizaron con el nombre de esta ciudad de la época romana en homenaje. Su intención inicial era comprar el espacio, pero el abogado del entonces propietario les recomendó no hacerlo porque el edificio estaba afectado y tenía que ir en algún momento al suelo.
Aquella muestra de buena fe del letrado resultó clave para la supervivencia del negocio, puesto que después de unos años de alquiler, el edificio quedó desafectado y los libreros pudieron adquirir finalmente con garantías el local donde todavía hoy en día resiste la librería. La nieta de los fundadores, Montserrat Martí, recuerda jugar entre los estrechos pasillos de la tienda y como esta se llenaba los sábados de profesores que buscaban material para preparar las clases de la semana. De aquella época solo se conserva el establecimiento y un pliego de facturas pendientes de cobrar desde hace casi 50 años.

Tampoco se ha mantenido la tradicional comida que la familia celebraba cada año por Sant Jordi, cuando montaban parada en la Rambla y podían reunirse una decena de personas para vender libros. «Era como una gran fiesta para nosotros. Con la normativa actual, no nos sale a cuenta continuar haciéndolo. Preferimos menjar poc i pair bé«, afirma Martí. Esta consigna la tiene grabada a fuego Ricard Martí, el sobrino de la responsable y quien a priori cogerá el relevo al frente del negocio. «No me había planteado nunca ser librero, pero alguno de los mejores recuerdos de mi niñez los viví entre estas paredes», confiesa. El sobrino tiene claro que la constancia es uno de los secretos de la supervivencia de la Pompeya y ha hecho suya la premisa de no cambiar las cosas que funcionan. «Si ya lo tenemos difícil para competir con las grandes superficies, si quisiéramos adaptarnos a los gustos de ahora perderíamos precisamente aquello que nos hace diferentes«, concluye.