Elvira Vázquez entraba este lunes en El Molino sin hacer demasiado ruido. Con paso firme esquivaba los pequeños corrillos de invitados y periodistas que esperaban el inicio del acto y seleccionaba unos asientos ubicados a la segunda fila de este centenario teatro del Paralelo. Antes de poder sentarse, sin embargo, un desconocido la abordaba con interés. «Soy Víctor Partido. Estos días he leído tu libro –
Desde su butaca, la empresaria murciana presenció la presentación del nuevo proyecto que relevará el que ella misma inició el año 1999, cuando compró El Molino a unos magnates rusos para recuperarlo como el icono que durante décadas fue para la ciudad y, en concreto, para el barrio del Poble-sec. La aventura que consiguió sacar de la ruina a un teatro que prácticamente se caía a trozos y estaba infestado de ratas acabó abruptamente en 2013, cuando las deudas acumuladas después de una ambiciosa reforma ahogaron a los responsables, precipitando el cierre de las instalaciones. Una década después de bajar la persiana, las instalaciones volverán a ver la luz ahora bajo titularidad municipal y con un nuevo formato que pretende emular a los clubes clandestinos norteamericanos que surgieron durante las primeras décadas del siglo XX en respuesta a la Ley seca. Bajo la dirección de Partido, el cabaret dejará paso al jazz, evidenciando un cambio de era donde los grandes estandartes de la Barcelona canalla del siglo XX, como El Molino o el Teatro Arnau, se tienen que reinventar para poder sobrevivir.

Cambio de velocidad en los planes municipales
La presentación de la nueva vida de este teatro llega más de tres años después de la compra del recinto por parte del Ayuntamiento. El TOT Barcelona ya explicaba hace unos meses que la dilatación en el tiempo de la reapertura y los planes de convertirlo en un espacio con «propuestas de autor, de jazz, de flamenco y de rumba al margen de la industria comercial» no acababan de casar con las promesas hechas a los vecinos del Poble-sec, que esperaban más celeridad en todo el proceso y que las entidades pudieran disponer del espacio, ni que fuera de manera parcial. Lo mismo pasaba con el Arnau, también de titularidad municipal y que, a pesar de tener un proyecto de reforma aprobado desde marzo de 2021 por un valor de cerca de 11,6 millones de euros, se había quedado sucesivamente fuera del presupuesto de inversiones del consistorio desde entonces, alargando la degradación de las instalaciones.
Todo ello parecía indicar que la revitalización de esta parte del Paralelo no era una prioridad para el gobierno municipal, un extremo que el actual alcalde, Jaume Collboni, se encargaba de confirmar este mismo lunes. “Han pasado muchas cosas en estos años y las decisiones políticas han sido las que han sido. La noticia es que ahora hemos decidido priorizarlo. Queremos recuperar este pulso escénico, que El Molino sea la punta de lanza, pero también el Arnau, que es el invitado inesperado. No podíamos aprovechar este momento dulce de la escena barcelonesa teniendo todavía el Arnau cerrado. Ha sido una decisión nuestra de priorización presupuestaria”, señalaba. El alcalde socialista aprovechaba de este modo el renacimiento de la gran meca del cabaret en la capital catalana para anunciar el inicio de las obras de rehabilitación de la otra mítica sala del Paralelo durante el primer trimestre del próximo año. Teniendo en cuenta que los trabajos tendrán una duración de cerca de dos años, el Arnau podría reabrir a principios del 2027 después de más de dos décadas de ostracismo que han dejado el teatro tapiado y prácticamente en ruinas.

Los planes municipales para devolver el esplendor perdido a los fósiles supervivientes de la época dorada de esta arteria barcelonesa tienen una tercera pata que ya está en funcionamiento. Se trata de Paral·lel 62, el sucesor de la mítica sala Barts que abrió las puertas justo ahora hace dos años. Este proyecto -que tiene por objetivo apostar por el «talento de casa» y los artistas locales– nació con cierta polémica por las críticas del anterior concesionario, la empresa The Project, responsable de volver a poner estas instalaciones en el mapa de la escena barcelonesa y que gestionaba el espacio propiedad del consistorio desde el 2012. Los antiguos locatarios denunciaban en octubre del 2022 en un comunicado que las discrepancias en el detalle y el contenido del nuevo concurso para la gestión del teatro, que limitaba el uso solo a la música, hacía «inviable la continuidad de lo que es y de lo que ha sido Barts y su propuesta transversal y multiescénica».

La incógnita del último teatro de barraca
Si algo parece claro en la hoja de ruta marcada por el ejecutivo barcelonés es que la recuperación de estas salas no implica preservar el uso original. «Lo que pasaba en la época dorada del Molino no es repetible por causas obvias», remarcaba este lunes el regidor de Cultura e Industrias Creativas, Xavier Marcé, después de ser preguntado por la posibilidad de incluir como parte de la programación géneros como la revista, muy popular durante el siglo XX. Este posicionamiento tiene que ser un aviso para navegantes del futuro que espera al Teatro Arnau, gran cuna de formatos que escapaban de la censura y muy frecuentados entre las clases populares como el cuplé, el vodevil, el teatro político o el drama catalán.

En el caso de estas instalaciones inauguradas en 1904 y convertidas con el paso de los años en el último teatro de barraca de la ciudad, la hemeroteca es bastante reveladora y nos indica que las promesas municipales no siempre acaban cumpliéndose. Está por ver, pues, si el recinto acogerá teatro, circo, danza y música, además de convertirse en un «equipamiento de barrio, ateneo y centro cívico», tal como estaba previsto en el proyecto de reforma validado en octubre del 2021 y obra del despacho H Arquitectes. Esta propuesta contemplaba mantener la estructura original a base de vigas y pilares de madera, reforzándola para evitar su colapso y manteniendo elementos singulares como la boca del escenario, la barandilla del anfiteatro o la fachada. Todo ello distribuido en una planta baja, dos de superiores, una planta subterránea y otra de semisubterrània y dejando una sala principal con capacidad para 200 personas.

De este proyecto, sin embargo, ya hace tres años. En este tiempo, la degradación palpable del Arnau ha ido a más. El entramado de redes y andamios para evitar desprendimientos que cubre la fachada exterior no consigue enmascarar las múltiples grietas que presenta el edificio. Las pintadas son la única forma de arte que todavía sobrevive en el inmueble, la pintura del cual se cae a clapas. La suciedad presente en las paredes y los alrededores convive con las palomas, los últimos inquilinos de las instalaciones, que se han hecho suyo cualquier relieve de la piel exterior que todavía no se ha caído a trozos. La misma imagen desoladora la encontramos en los locales que franquean los bajos del recinto, todos con la persiana bajada y dónde todavía se pueden leer letreros como el de una floristería. A la espera de saber si esta dilatación de la rehabilitación ha hecho encarecer los trabajos, el teatro espera que, tal y como ha prometido el Ayuntamiento, la situación cambie de cara al primer trimestre del 2025. Ahora bien, solo una vez finalizadas las obras, sabremos si el Arnau pierde la esencia en favor de los nuevos tiempos o si mantiene al menos una parte de aquel espíritu popular que lo convirtió en una de las salas más queridas.