En agosto de 2024 llegaba una noticia esperanzadora para los vecinos de la Esquerra de l’Eixample. El proyecto que debía convertir la antigua parroquia de Sant Isidor (calle del Comte d’Urgell, 176-180) en la nueva sede del Centro de Innovación en Tecnología Sanitaria (CATI) del Hospital Clínic fracasaba. Las aspiraciones expansionistas del equipamiento hospitalario se frustraron por la presión ciudadana, que llevó al Ayuntamiento de Barcelona a ampliar el nivel de protección patrimonial del recinto, condicionando drásticamente la reforma prevista y evitando un posible derribo. Este inmueble había sido construido originalmente para albergar la Unió Cooperatista Barcelonesa, una entidad surgida en el 1927 de la unión de las también cooperativas La Dignitat y El Rellotge, que habían nacido a principios del siglo XX alrededor del barrio de Sant Medir de esta zona del Eixample. Sus dimensiones, capacidad productiva y el número de socios -llegó a contar con unas 2.000 familias afiliadas y varias sedes- convirtieron a esta entidad en la cooperativa de consumo más grande de Cataluña en la época.
Con el fin de la Guerra Civil y los años de posguerra comenzó el declive de la entidad, que terminó vendiendo su edificio central al Arzobispado de Barcelona para dignificar la parroquia de Sant Isidor, que hasta entonces estaba en precario en un local del número 54 de la calle de Rosselló. La iglesia estuvo en funcionamiento desde los sesenta y hasta mayo de 2021, cuando se ordenó su cierre con previsión de ceder las instalaciones al Clínic, que debía poder hacer uso de ellas a través de un derecho de superficie de 75 años bajo un canon mensual de 25.000 euros. Con el proyecto frustrado, tanto la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Esquerra de l’Eixample como las diversas entidades contrarias a la iniciativa -agrupadas bajo Plataforma Salvem la Unió Cooperatista Barcelonesa- vieron una oportunidad para reclamar el espacio para el barrio, convirtiéndolo en un ateneo popular abierto a las agrupaciones locales y recuperando el teatro en desuso que esconde el recinto en su interior. La demanda iba acompañada de las alegaciones presentadas en su momento al consistorio para ampliar aún más el nivel de protección patrimonial de algunos de los elementos del recinto para garantizar su preservación.
Más de un año después del fracaso del acuerdo con el Clínic, la situación continúa estancada en el mismo punto. Fuentes del Arzobispado consultadas por TOT Barcelona confirman que por ahora no hay ningún proyecto cerrado para el futuro de la antigua parroquia. Las mismas voces indican que tampoco se está negociando en estos momentos un posible traspaso con el Ayuntamiento ni una cesión con una fórmula de derecho de superficie similar a la que se proponía para el equipamiento hospitalario. En caso de una eventual venta, hay que tener en cuenta que la iglesia tasó el inmueble hace cuatro años con un valor de 9,8 millones de euros, una cantidad importante para las arcas municipales que no prevé la inversión que se debería hacer para reformar y actualizar los diferentes espacios de las instalaciones. Tampoco se incluye en estos cálculos el costo de la retirada y sustitución del tejado de amianto de cerca de 600 metros cuadrados que tiene el recinto.

En paralelo, desde la Asociación de Vecinos y Vecinas de la Esquerra de l’Eixample y la Plataforma Salvem la Unió Cooperatista Barcelonesa esperan aún la respuesta municipal a las alegaciones para blindar patrimonialmente el conjunto más allá de la actual protección como Bien de Interés Urbanístico, que obliga a conservar y restaurar la fachada, así como el teatro o la escalinata. Las entidades consideran que recuperar el edificio para usos vecinales es una empresa que solo será posible con la implicación del consistorio, ya que requiere una importante actuación para rehabilitar y acondicionar los espacios, pero lamentan que esta parece no ser una prioridad ahora mismo para el ejecutivo de Jaume Collboni. En todo caso, el futuro del recinto será uno de los temas que se tratarán en el acto de clausura de las jornadas de patrimonio de este distrito de la ciudad. El evento tendrá lugar el próximo 23 de octubre por la tarde en el edificio Estel y servirá para cerrar el primer medio siglo de historia de la agrupación vecinal.
Motor del barrio, cuna de una escuela y esplai de éxito
Para entender la cruzada vecinal hacia este edificio debemos remontarnos un siglo atrás. Cuando se crea la Unió Cooperatista Barcelonesa, la nueva entidad arranca su actividad en los locales originales de las dos cooperativas que formaban parte, ubicados en el número 256 de la calle del Comte Borrell y en el 163 de la de Villarroel. En la parte trasera de este último espacio, había un terreno vacío propiedad de la familia Rosés, una de las sagas históricas de terratenientes de la zona de Les Corts. Los responsables de la entidad consideraban que aquel era el lugar idóneo para situar su sede central, ya que esto permitía conectar el edificio ya existente en la calle de Villarroel con el nuevo. Compraron el solar por un precio que no llegaba a las 183.000 pesetas y terminaron invirtiendo cerca de 300.000 en la construcción del inmueble, que llevó la firma del arquitecto Francesc de Paula Riera. El resultado fue un edificio de planta baja, piso principal con teatro incorporado, segundo piso y azotea que se inauguró en octubre de 1931. Las instalaciones tenían su propio horno de pan a vapor, infraestructura que fue durante años el gran motor económico de la entidad, y también comercializaban productos cárnicos y producían alpargatas, entre otros. En la sala de actos se celebraban congresos y actividades de todo tipo, como bailes o banquetes, además de representarse obras teatrales.

Tal como queda documentado en un estudio histórico del recinto realizado por la historiadora del arte Mònica Maspoch en diciembre de 2021, el declive de la Unió Cooperatista Barcelonesa se produjo de manera progresiva desde el fin de la Guerra Civil y hasta principios de los sesenta. La principal causa fueron los graves problemas económicos que arrastraba la entidad, que muy probablemente eran resultado de una «gestión deficiente» de los recursos sumada al contexto histórico del momento. Después de tener que solicitar un crédito para poder continuar con su actividad y verse incapaz de devolverlo, los responsables de la cooperativa optaron finalmente por vender el edificio de su sede central a principios de 1962. Lo compró el Arzobispado, que pagó 7,1 millones de pesetas de la época y llegó a un acuerdo para ceder durante diez años de manera gratuita una parte de la planta baja a la organización cooperativista. De esta manera, la iglesia conseguía un espacio para la parroquia de Sant Isidor, que había comenzado su actividad en 1948 en el local vecino de la calle de Rosselló y dependía de la basílica de Sant Josep Oriol. Con el cambio a las instalaciones de la antigua cooperativa, también se mantuvieron gracias al apoyo de las familias implicadas las clases de repaso en catalán que impartía en pleno franquismo y en horario de tardes uno de los sacerdotes del templo, Antoni Amorós.
Las primeras misas y actos religiosos comenzaron a celebrarse provisionalmente el mismo año de la adquisición en la sala del teatro, ya que era el espacio que estaba en mejores condiciones. En ese momento ya surgió la necesidad de adecuar una parte del recinto para convertirlo en un templo como tal. Tras unas obras de reforma que se prolongaron cerca de tres años, el 12 de abril de 1981 se inauguraba la parroquia tal como existe aún hoy en día, aunque haya perdido el uso religioso. En cuanto a estas clases de repaso, la afluencia creciente de alumnos llevó a Amorós a solicitar la cesión de una parte de la primera planta de las instalaciones para continuar con la actividad. Este fue el primer paso para la constitución en septiembre de 1961 del patronato de la Institución Pedagógica Sant Isidor, el embrión de la escuela IPSI. Un año después, Amorós colgó el hábito para integrarse como laico en el organigrama del centro educativo, que inició oficialmente su trayectoria el curso 1963-64 con doce alumnos de párvulos y dieciséis de primero de bachillerato elemental. La línea pedagógica que promulgaba el colegio -afina con el modelo de nueva escuela catalana de la República- provocó la ruptura con la iglesia en 1974, cuando el obispado entregó un requerimiento notarial al director de la escuela forzándolo a dejar el recinto. La salida del centro educativo de la antigua cooperativa se hizo efectiva dos años después, cuando el colegio se instaló en un principal de la calle de Mallorca.

Más allá de haber sido la cuna de la escuela IPSI, el recinto de la Unió Cooperatista Barcelonesa también estuvo muy vinculado durante diversas etapas al movimiento juvenil. Primero de la mano del grupo scout heredado de la parroquia primigenia de la calle de Rosselló, que terminó disuelto en 1969 cuando tenía una sesentena de miembros. Su relevo lo tomaría el esplai de Sant Isidor en 1977, que dos años después se integraría en el Moviment de Centres d’Esplais Cristians de Catalunya (MCECC) de la Fundació Pere Tarrés. La organización mantendría su actividad en este recinto hasta abril de 2021, cuando se vio forzada a abandonar su sede ante el inminente aterrizaje del Clínic. En ese momento, el esplai tenía una ochentena de integrantes, que se vieron obligados a trasladarse a la Parroquia de Maria Mitjancera para evitar la disolución de la agrupación. Antes, ya habían tenido que readaptar su actividad por problemas con filtraciones de agua en el sótano que tenían cedido, una situación que se convirtió en insostenible tras el paso del temporal Glòria.