El primer recuerdo que tiene Salva Ferran de la Casa Buenos Aires es un reloj de pared. Este vecino de Vallvidrera de 66 años todavía recuerda cuando su madre llevó a casa este objeto, un regalo que le habían entregado las responsables de la residencia de gente mayor que entonces ocupaba este icónico edificio modernista en las alturas. Sus padres acostumbraban a visitar los residentes de este antiguo geriátrico ubicado en el número 31 de la calle del Mont d’Orsà, solo a unos metros de su domicilio, y fruto de este goteo de entradas y salidas forjaron un vínculo muy especial con el personal del centro.
La relación de la familia con esta imponente joya arquitectónica construida en el año 1886 continuó años después de la desaparición de la residencia, cuando un joven Ferran acudía a las instalaciones para hacer catequesis y jugar a fútbol en la pista contigua del edificio, que entonces hacía las funciones de un seminario eclesiástico. Así se mantuvo prácticamente hasta los años ochenta, cuando se convirtió en una escuela cooperativa antes de consolidarse nuevamente como geriátrico bajo el nombre de Llar Betània.
Estos fueron los últimos pasos de la trayectoria centenaria de la Casa Buenos Aires, que se ideó originalmente como gran hotel a las afueras de la ciudad de Barcelona y que después de la maravillosa reforma del año 1910 a manos del arquitecto Jeroni Granell -autor de los vitrales del Palau de la Música- acogió una residencia de estudiantes de la Universitat de Barcelona (UB) e incluso un hospital de campaña durante la Guerra Civil. Desde el 2012, sin embargo, el tiempo no pasa en este edificio modernista de Vallvidrera.

Amenaza, ocupación y silencio
La historia de la finca quedó congelada con el cierre definitivo de la residencia de gente mayor hace más de una década, preservando el interior en perfecto estado, como si se tratara de una cápsula del tiempo. Todos los intentos de los vecinos para comprar el espacio de la mano de la cooperativa Sostre Cívic -con quien llegaron a hacer una oferta formal de 2,5 millones de euros- resultaron infructuosos. Solo la entrada furtiva de un grupo de jóvenes en 2019 con el objetivo de evitar que se pudiera derribar para construir un faraónico hotel de lujo pudo devolver temporalmente la vida a los pasillos y habitaciones del recinto. Con el polémico desalojo de los ocupantes, la casa volvió a un estado letárgico que ni siquiera la materialización de la expropiación por parte del Ayuntamiento en noviembre del 2022 consiguió romper.
Ante este inmovilismo y todavía con la resaca de la victoria en la pugna por convertir el espacio en un equipamiento público, las alarmas entre el vecindario saltaron el pasado mes de julio, cuando el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) declaró nula la modificación del Plan General Metropolitano (PGM) que calificaba el espacio como equipamiento pública y lo protegía patrimonialmente como Bien de Interés General a causa de un defecto de forma. Este revés judicial dejaba en el aire todo el proceso de expropiación y obligaba al ejecutivo encabezado por Jaume Collboni a presentar un recurso de casación contra esta sentencia antes del próximo 10 de octubre para evitar que la calificación se pudiera revertir, dando luz verde al proyecto hotelero de los hasta ahora propietarios.
Contraataque municipal in extremis
La presión tanto de la plataforma en defensa de la Casa Buenos Aires como de la Asociación de Vecinos de Vallvidrera, sin embargo, ha acabado dando sus frutos y el consistorio ha anunciado esta semana su intención de recorrer contra el veredicto del TSJC. Fuentes municipales remarcan que el proceso es «sólido jurídicamente y técnicamente» y aseguran que los argumentos esgrimidos por el tribunal «no se ajustan» al contenido de este.
Aun así, este contraataque municipal no evitará que el colectivo en defensa del icónico edificio tenga que pagar una multa de 65.000 euros en concepto de “daños” a la finca por la ocupación que tuvo lugar en 2019. Esta sanción proviene de la denuncia presentada por la congregación religiosa de los Padres Paüls -propietarios hasta la expropiación- que acabó derivando en el polémico desalojo de la casa y supone un golpe duro para el colectivo vecinal, que considera inverosímil que se les castigue económicamente por echar a perder el recinto teniendo en cuenta que la voluntad de la entonces propiedad era la de derribar la joya modernista.

La importancia de las raíces
A la espera de la resolución de esta disputa judicial, la Casa Buenos Aires permanece como un gigante dormido, custodiada las 24 horas por un vigilante de seguridad. Jordi Prada es uno de los vecinos de Vallvidrera que ha podido comprobar de primera mano el lento deterioro del edificio, que ahora hace exactamente tres años que está precintado sin que se haga prácticamente ningún tipo de mantenimiento. Lo ha podido hacer desde el palco privilegiado que le proporciona su domicilio, ubicado justo delante de la finca.
Prada -cámara de televisión jubilado de 74 años- es uno de los miembros de la Asociación de Vecinos de Vallvidrera que junto con Ferran se han mojado para conseguir salvar el edificio del derribo y ganarlo como centro público. Escuchando hablar a estos dos veteranos del barrio se entiende perfectamente la importancia que un espacio como este tiene en una zona históricamente afectada por la falta de equipamientos y lugares de encuentro. «La Casa Buenos Aires siempre ha estado muy ligada al barrio. Con el cierre de la residencia en 2012, desapareció de golpe un tejido vecinal que no habíamos sido capaces de valorar hasta que lo perdimos del todo», coinciden a apuntar.

Para ilustrar este sentimiento de pertenencia, Ferran siempre recuerda el caso de Teresina, una de las últimas residentes de la Llar Betània antes de su clausura. Esta abuela octogenaria hacía años que vivía en el edificio y, cuando los responsables informaron a los internos que los trasladaban a otro geriátrico lejos de Vallvidrera, se negó en rotundo a abandonar la que se había convertido en su casa. Su determinación sorprendió al vecino, con quien coincidían a menudo por el barrio, pero en aquel momento no le dio más vueltas. Solo unos meses antes del traslado, Teresina murió, cumpliendo con su promesa de no dejar nunca la Casa Buenos Aires. «Cuando desarraigas a una persona en el momento en que tiene menos recursos para afrontarlo, es muy difícil que pueda arraigar en ningún sitio más. Por eso necesitamos espacios como estos», reflexiona Ferran.



