Barcelona, 11 de junio del 1992. La cuenta atrás para los Juegos Olímpicos encara la recta final. Solo quedan poco más de 30 días para la gran cita que marcará un punto y aparte en la historia de la ciudad. Todas las miradas se sitúan en la montaña de Montjuic y, en concreto, en el Estadio Olímpico Lluís Companys, donde se dará el pistoletazo de salida al acontecimiento deportivo. Sin embargo, una convocatoria se cuela en la agenda siempre apretada de los medios de comunicación: el recientemente renovado Hotel Claris acogerá la presentación de una colección privada de arqueología egipcia.
La muestra constaba de una selección de cerca de setenta piezas de diferente naturaleza y era la culminación del trayecto iniciado en el año 1975 por el empresario hotelero Jordi Clos Llombart, que durante una visita a la ciudad egipcia de Luxor había comprado una pequeña figura funeraria de terracota en un anticuario. Sin ser del todo consciente, este
Aquel mismo curso olímpico se creaba la Fundación Arqueológica Clos y solo dos años después veía la luz en un local de la Rambla de Cataluña el Museo Egipcio de Barcelona. Por aquellas pequeñas instalaciones primigenias, pasaron muchos egiptólogos aficionados que con el paso del tiempo acabaron creando una comunidad. Maite Rada Caballé fue la benjamina de aquel primer núcleo de socios que participaba en los diferentes cursos que se impartían. Hija de una historiadora, su primer viaje a Egipto había sido con poco más de tres años y desde entonces siempre había sentido fascinación por el mundo antiguo. «Al principio éramos muy poca gente y la mayoría eran bastante más grandes que yo [ríe]. Era todo muy familiar y casero. Ibas haciendo actividades y era una forma de compartir una pasión y un interés comunes. Que fuera todo tan próximo era emocionante», recuerda en una conversación con el TOT Barcelona.

Nadar en un mar de tiburones
30 años después de aquellos inicios en precario, Rada Caballé no solo continúa vinculada al museo, que desde el 2000 está ubicado en un edificio majestuoso de tres plantas de la calle de València. Esta historiadora y egiptóloga es actualmente la responsable del departamento pedagógico, además de formar parte del profesorado encargado del programa de estudios. Con ella, damos un recorrido por las diferentes salas que actualmente conforman el itinerario museístico y repasamos una trayectoria que desde aquel 23 de marzo de 1994 ha acabado consolidando esta iniciativa privada como el gran punto de referencia de la cultura egipcia en casa nuestra con un histórico de más de 5,5 millones de visitantes.
La ruta la iniciamos por la última de las adquisiciones del museo. Se trata de una estatua impresionante que representa a un alto funcionario de la quinta dinastía de Giza y que desde el pasado mes de marzo preside el largo pasillo central que da entrada a las instalaciones. «Fue un regalo sorpresa. Había rumores que hablaban de la llegada de una pieza muy especial, pero no sabíamos nada más», asegura Rada Caballé. Conseguir una reliquia de estas dimensiones es prácticamente una rara avis en el mercado actual. El equipo del museo rastrea y hace un seguimiento de todas las subastas en busca de objetos, pero en muchos casos estos se tienen que descartar directamente por el precio de salida.

«Antes poca gente coleccionaba objetos egipcios, pero ahora hay personas que compiten con una cantidad ilimitada de dinero. Algunas piezas de la colección hoy en día no se podrían comprar porque la competencia es altísima«, lamenta la egiptóloga, que considera que poder asomar la cabeza en el mercado actual es como nadar en un mar de tiburones, sobre todo si tenemos en cuenta que el equipamiento se finanza exclusivamente con fondos privados. Esta evidente desventaja competitiva ha llevado el museo a modificar su estrategia de adquisición, optando por hacerse con piezas que, más allá de su valor histórico y patrimonial, sirvan también para completar la colección o para reafirmar el discurso que se quiere dar sobre ciertos aspectos de la antigüedad. Esta apuesta es evidente en la distribución de los cerca de 1.200 ejemplares que forman parte de la colección, que no están colocados siguiendo una línea cronológica, sino que están repartidos por bloques temáticos.

El Libro de los Muertos y los falsos mitos
La pedagogía es sin duda uno de los mandamientos del museo desde sus orígenes. En una primera etapa, las instalaciones se centraban principalmente en combatir el desconocimiento que buena parte de la población tenía sobre la cultura egipcia a través de una aproximación llana y entendedora que todavía impregna el espíritu de buena parte de la colección permanente, que se puede encontrar tanto en la planta baja como en la primera planta. Las dos momias son quizás el gran atractivo de esta parte del recinto y se convierten en un pretexto perfecto para poder profundizar en una de las vertientes más fascinadoras de la sociedad en el Antiguo Egipto, como son los rituales funerarios.
Ahora bien, cada vez más, el museo está asumiendo un rol de rompedor de falsos mitos sobre el Antiguo Egipto. Uno de los mecanismos más atractivos y eficientes para hacerlo es a través de las diferentes exposiciones temporales que el equipamiento impulsa regularmente en la planta inferior y que permiten profundizar en una temática o aspecto concreto del mundo de la antigüedad. La mayoría de estas muestras tienen capacidad de convertirse en itinerantes y se basan en la utilización de piezas que ya forman parte de la colección, pero resignificándolas para completar el relato que se quiere hacer llegar al público. La última exposición temporal estrenada a finales del pasado mes de mayo es un ejemplo perfecto de esto. Bajo el nombre

«Este es un texto muy antiguo con una carga espiritual muy fuerte y que presenta una estructura que con la lógica actual nos parece muy desordenada. El objetivo es poder explicar que es este documento y hacer entender que no es un libro para morir, sino que es para poder continuar viviendo de la mejor manera posible«, apunta Rada Caballé. Para hacerlo, se ha optado por imprimir en unos plafones colocados horizontalmente una reproducción de los cerca de 23 metros que ocupa el
De los despachos a las excavaciones arqueológicas
El recorrido museístico tanto por la colección permanente como por las diferentes exposiciones temporales es el resultado de un trabajo muchas veces invisible. La veintena de profesionales que forman parte del equipo de las instalaciones barcelonesas -que está encabezado por la directora, Maixaixa Taulé, y por el egiptólogo y conservador Luis Manuel Gonzálvez– trabajan para dar sentido al itinerario y completar la experiencia del público, que es mayoritariamente barcelonés. De hecho, las visitas de las escuelas son una de las principales actividades que garantizan la subsistencia del museo. Esta vertiente más educativa se complementa con los múltiples talleres y cursos que se imparten de la mano de la Fundación Arqueológica Clos, una oferta que sirve muchas veces como anzuelo perfecto para el Campus Arqueológico, un espacio ubicado en Palau-solità y Plegamans (Vallès Occidental) donde desde el 2003 gente de todas las edades puede vivir de primera mano como es participar en una excavación y de donde ya han salido algunos jóvenes arqueólogos.
Más allá de la actividad en los despachos, el museo también trabaja sobre el terreno impulsando excavaciones arqueológicas en diferentes puntos de Egipto y Sudán. A lo largo de los años, las instalaciones han participado en hasta cuatro campañas. La más reciente es la llevada a cabo en Sharuna, una ciudad conocida en la antigüedad con el nombre de Hut-nesut a la cual llegaron el año 2006. En estas dos décadas, los investigadores han trabajado en la recuperación de una iglesia cristiana del siglo VI que se construyó con bloques de piedra inmensos provenientes de un antiguo templo erigido bajo el reinado de Ptolomeo I y que se remontaría casi hasta el 300 a. C.. Los resultados magníficos de estas actuaciones se presentaron a finales del 2021 en una exposición temporal que ha acabado teniendo un lugar fijo en el recorrido del museo.

La previsión es que el equipo barcelonés vuelva a Sharuna este otoño para trabajar en el yacimiento, que ya está llegando a su límite. Con esta última incursión se cerrará un trabajo sobre el terreno que se ha alargado durando cerca de 15 años. Sin embargo esto no supondrá el fin del trabajo de campo de los investigadores del museo, puesto que la voluntad de la dirección es poder comenzar una nueva campaña de excavaciones en otro punto del territorio ocupado por el Antiguo Egipto. «La difusión cultural es muy satisfactoria, pero creo que todos aquí tenemos la necesidad de ir un poco más allá, de hacer investigación y, en definitiva, de hacer de arqueólogos«, concluye la egiptóloga.