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El rastro anarquista de Sant Pacià, la iglesia que sobrevivió a la guerra

Es sobrado conocido que el anarquismo se hizo fuerte en Barcelona durante la Guerra Civil. El golpe de estado liderado por las tropas franquistas fracasó en un primer momento, pero la guerra llamaba a la puerta, la incertidumbre se apoderaba de las calles y el anarquismo tomaba bastante fuerza en un gobierno republicano que todavía se preguntaba qué había pasado. En diferentes barrios, sobre todo en los más obreros, el anarquismo asaltó cuarteles y ocupó edificios, escuelas religiosas e iglesias. En Sant Andreu había dos, la de Sant Pacià y la de Sant Andreu de Palomar. La primera se salvó. La segunda, la más icónica, el emblema de todo un pueblo y ahora también del barrio, salió escaldada.

La ‘catedral’ andreuensa se convirtió en escombros el 20 de julio de 1936. Un grupo de la CNT-FAI prendió fuego e incluso se planteó volar la cúpula. Así lo recoge el historiador Pau Vinyes en uno de sus últimos trabajos. En conversación con el TOT Barcelona, el historiador andreuensa recuerda la figura de Ernest Solé y Buexeda, funcionario municipal de la República que «convenció a los anarquistas de que no volaran la cúpula». De hecho, fue el mismo Solé quien años más tarde, el día que recibe la insignia de oro por la Junta Municipal del Distrito IX, explicó cómo fueron aquellas horas frenéticas. «Habían preparado ocho cartuchos de dinamita en cada una de las cuatro columnas. Conseguí hacerles desistir del tal propósito […] por el peligro, no sé si verdadero, de repercusión explosiva en sus alrededores», explicaba Solé.

Mal estado de conservación de la cúpula interior de la iglesia de San Andreu del Palomar.
La cúpula de la iglesia de San Andreu de Palomar que los anarquistas querían derrocar | Jordi Play

El funcionario fue bastante hábil alegando que la destrucción de la cúpula podría haber causado daños colaterales, un hecho que décadas más tarde celebra Vinyes. «Habría sido una lástima, porque es lo que yo salvaría de todo el templo, es una obra magnífica», comenta el historiador sobre la cúpula. Más suerte tuvo la otra iglesia del pueblo, la de Sant Pacià. El templo, menos carismático, pero igualmente conocido en Sant Andreu, todavía conserva uno de los rastros anarquistas más antiguos de la ciudad. La de Sant Pacià es, de hecho, una de las pocas iglesias que sobrevive a la guerra, gracias en parte a la astucia de un padre que era amigo de los anarquistas.

Sant Pacià, la iglesia que sobrevive a la guerra

Avanzamos al siglo XXI. Dicen los vecinos que si te acercas a la entrada de Sant Pacià todavía puedes ver siglas anarquistas en la pared. «Mejor si vas de día o incluso cuando llueve», se comenta. Cuesta de ver, pero efectivamente, las pintadas con las siglas FAI, a la izquierda, y CNT, a la derecha, engalanan la fachada principal de Sant Pacià. Es el rastro que dejaron los anarquistas y que la dictadura no ha conseguido borrar. Una vez acabada la guerra, el bando franquista las cubrió con un tapiz de cemento implacable que el paso del tiempo ha ido degradando. Y allí han aparecido, unas letras blancas pintadas con alquitrán –un material bastante más resistente que el cemento– que recuerdan el pasado anarquista de Sant Pacià.

Imagen superior, las siglas FAI ahora: la A muy visible y la F escondida bajo las plantas | Inferior, CNT: pequeños rastros de la C, una recta de la N y la T, escondida bajo las plantas
Recreación de la localización de las siglas en la entrada de la parroquia | Xavier de Cruz y Sala (cedida)

Que nadie se anticipe, que se equivocará. El grafiti no es un gesto de rebeldía de la CNT y la FAI. Tampoco una equivocación ni un acto vandálico. La iglesia era suya. Y la pregunta, pues, es que hacían los anarquistas en un espacio religioso. Todo se explica por la astucia del padre Alexandre Pech y Ferrer, rector de la parroquia cuando estalla la guerra. «Se comenta que tenía contacto con un miliciano y le pide no hacer estragos en la parroquia. Parece que le hicieron caso y la convirtieron en el comedor popular Durruti», explica Vinyes, que ha removido el fondo del Archivo Nacional de Cataluña para encontrar información bastante explícita de los comedores populares.

Entre todo este material hay «la única foto» que se conserva del comedor Durruti. Una imagen «inédita» y «desgraciadamente con poca calidad». La captura permite ver como los anarquistas han vaciado el interior de la parroquia, no hay bancos –los quemaron– y sí mesas y sillas. También se observa el personal del comedor antes de comida. «Fíjate que las mesas están puestas», dice Vinyes. Desgraciadamente, comenta el historiador, no hay ninguna otra documentación complementaria que ponga nombres y apellidos a los protagonistas de la foto. «Muchos van con el atuendo de trabajador, pero hay uno con corbata, que debía de ser el responsable», comenta. Con todo, la imagen nos permite hacernos una idea de cómo era lo comedor social instalado en Sant Pacià y de la envergadura que estos espacios cogieron durante la guerra. «Es significativo que haya más de cien lugares», concluye Vinyes.

Grupo de milicianos – trabajadores del comedor popular «Durruti». Autor desconocido / Font: Recuerdos gráficos de San Andreu de Palomar

Los comedores populares, claves durante la guerra

Los comedores populares son claves para entender el día a día de la guerra en Barcelona y en Sant Andreu, concretamente. El Comité de Avituallamiento de las Milicias impulsó el comedor Durruti con la colaboración del Comité de Defensa de Armonía de Palomar [así bautizaron los anarquistas a Sant Andreu de Palomar]. Los siguientes años la gestión saltó del Consell de la Gastronomía a la Generalitat y, finalmente, en octubre de 1937, al Ayuntamiento.

El libro Armonía de Palomar durante la guerra civil (1936-1939) –que se puede comprar en las librerías de Sant Andreu– saca a la luz detalles importantes de estos comedores. El ejemplar explica un entramado profesional muy cuidado, con camareros, cocineros, ayudantes y pinches de cocina «afiliados a la CNT y la UGT», principalmente hombres y pocas mujeres. Cobraban semanalmente entre las 25 y las 80 pesetas, según su cargo. Un camarero o cocinero, por ejemplo, cobraba 80, los ayudantes de cocina 60 pesetas, los auxiliares entre 35 y 25 pesetas y los bodegueros 25. La jornada, se apunta en la investigación, era de ocho horas diarias y los días de fiesta eran domingo, lunes o martes.

El Durruti era el comedor para adultos, pero no el único. Los historiadores también han encontrado documentación que certifica tres comedores infantiles más; uno en el Cine Central, ubicado en la calle Gran, otro en el casal católico de Sant Andreu –los dos gestionados por la UGT y el PSUC– y un tercero sobre el cual no hay certezas, pero sí sospechas que podría estar en la que entonces era la escuela Sagrada Familia, en la Calle Segarra. Todos ellos murieron con el franquismo, pero su legado sobrevive estoicamente de una forma u otra en las paredes de Sant Pacià, la otra iglesia de Sant Andreu.

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