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La proeza efímera de Domènech i Montaner que enamoró a la Barcelona del 1888
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La durabilidad es una capacidad intrínsecamente ligada al éxito de un edificio. Que una construcción pueda resistir el paso del tiempo inalterable o conservando buena parte de su esplendor original es sinónimo de un trabajo arquitectónico bien hecho y motivo de elogio para sus artífices, que en muchos casos se ganan una mención en los libros de historia y en clases magistrales universitarias. La virtud, sin embargo, también se puede encontrar en lo efímero. Una obra hecha sin ningún tipo de pretensión de perdurar en el tiempo que cumple a la perfección su función puede acceder a este particular Olimpo de la arquitectura. En algunos casos, incluso, se vulnera este principio de construcción temporal para hacer valer la magnificencia de la creación, como París hizo por ejemplo con el indulto a la Torre Eiffel, que no estaba pensada para sobrevivir más de dos décadas y ya va camino de soplar 135 velas.

En Barcelona, la memoria histórica ha conseguido preservar el recuerdo de una de estas grandes obras efímeras que -a pesar de ciertas reticencias- acabó desapareciendo del mapa. Se trata de un edificio proyectado por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner con motivo de la celebración en la capital catalana de la Exposición Universal del 1888 y que actualmente estaría ubicado en la zona del Moll de la Fusta: el Gran Hotel Internacional. A diferencia del recinto de Instituciones Provinciales de Instrucción Pública, unas instalaciones impulsadas por la Diputació de Barcelona que no llegaron nunca a ver la luz, este equipamiento sí que se erigió en unos terrenos entonces propiedad del Puerto para poder acoger la verdadera avalancha de visitantes que acudieron a la ciudad con motivo de este reconocido acontecimiento, una cifra que finalmente se situó alrededor de las 425.000 personas.

Fotografía del Gran Hotel Internacional | Fondo: Lluís Domènech i Montaner. Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña
Fotografía del Gran Hotel Internacional | Fondo: Lluís Domènech i Montaner. Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña

Primera gran transformación urbana desde 1714

«La exposición del 1888 en comparación con la del 1929 es más desconocida, pero me atrevería a decir que incluso fue más importante porque supone el primer episodio de transformación urbana del centro histórico de la ciudad y de toda una zona que prácticamente desde 1714 había quedado como un vacío urbano», asegura Daniel Venteo. Este historiador y museólogo considera que este acontecimiento tuvo gran importancia en el posicionamiento de Barcelona como una de las grandes capitales europeas y dejó un gran legado en forma de la llegada de los primeros tranvías, que se habían expuesto en el pabellón de la delegación norteamericana, o de la electrificación generalizada de la capital catalana, entre otros muchos.

En el ámbito más puramente arquitectónico y urbanístico, la cita internacional supuso la transformación integral del parque de la Ciutadella, donde resisten algunos de los pocos edificios que todavía sobreviven de la exposición como el Castell dels Tres Dragons o el Hivernacle, y la metamorfosis del actual paseo de Lluís Companys en una gran avenida siguiendo el estilo de la época con imponentes construcciones a ambos lados y coronada por un grandilocuente Arco de Triunfo. El acontecimiento, sin embargo, también se aprovechó para transformar parte de la fachada marítima del actual distrito de Ciutat Vella, que cambió totalmente la fisonomía que había tenido hasta entonces con el derribo de la muralla de Mar, una actuación que junto con el despliegue del Eixample resultan capitales para entender la ciudad actual, tal como remarca Venteo.

El Castell de los Tres Dragons del parque de la Ciutadella en una imagen de archivo / Ayuntamiento
El Castell dels Tres Dragons del parque de la Ciutadella en una imagen de archivo / Ayuntamiento

Es precisamente en este contexto de cambios en el frente litoral cuando entra en juego el proyecto del Gran Hotel Internacional. Con la cuenta atrás para la exposición en marcha y ante la falta de suficientes plazas hoteleras para absorber la enorme cantidad de visitantes que se esperaban, dado que entonces la ciudad tenía poco más de medio millón de habitantes, el Ayuntamiento de Barcelona convocó un concurso para la construcción de un gran alojamiento que supliera temporalmente estas carencias. El ganador de la licitación fue el promotor Ricard Valentí, que encargó la iniciativa a Domènech i Montaner, quien proyectó un edificio monumental de cerca de 5.250 m² que tenía que estar terminado en menos de un año para poder erigirse en el hotel de referencia de los visitantes en la capital catalana durante la cita y que estaría ubicado en los terraplenes liberados después de la demolición de la muralla de Mar.

Un ingenioso proceso de 83 días

El arquitecto barcelonés, sin embargo, no solo consiguió de sobras su propósito, sino que lo hizo dejando a todo el mundo boquiabierto. En solo 83 días, el flamante hotel ya estaba de pie y preparado para acoger a sus primeros huéspedes. «Se trata de un proceso de construcción nunca visto hasta entonces por la velocidad en la cual se hace. Cuando corrió la voz, dicen que incluso llegó un telegrama de Nueva York preguntando si era cierto que se había podido erigir un edificio de estas características en tan poco tiempo. En su momento, fue una auténtica proeza y es sin duda una de las obras desaparecidas del arquitecto más importantes», afirma Claudia Sanmartí, arquitecta y miembro tanto de la Fundación Lluís Domènech i Montaner como de la Agrupación de Arquitectos por la Defensa y la Intervención en el Patrimonio (AADIPA).

Sanmartí considera que una de las grandes innovaciones introducidas por el arquitecto modernista fue el ingenioso sistema a través del cual este suplantó la inexistencia de cimientos, puesto que al tratarse de un edificio efímero ubicado en unos terrenos muy inestables, no se podía utilizar el mecanismo convencional de anclaje al suelo, muy costoso y lento de ejecutar. En contrapartida, Domènech i Montaner apostó por crear una especie de entramado de vigas metálicas provenientes de raíles de trenes superpuestas a unas vueltas de ladrillos invertidas, una combinación que permitía configurar una superficie plana estable desde donde erigir el recinto, que ocupaba el equivalente a una manzana y media del Eixample.

Fotografía de la iluminación de las obras del Gran Hotel Internacional | Fondo: Lluís Domènech i Montaner. Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña
Fotografía de la iluminación de las obras del Gran Hotel Internacional | Fondo: Lluís Domènech i Montaner. Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña

Una vez resuelto el problema con los cimientos, los promotores necesitaban terminar cuanto antes mejor el alojamiento, de forma que se establecieron turnos entre los operarios, que estaban divididos por especializaciones. Esta situación hacía que prácticamente se trabajara las 24 horas del día, incluido durante la noche. Para paliar la falta de luz, se creó toda una potente instalación lumínica que permitía a los obreros seguir con los trabajos, un sistema que despertó mucha curiosidad y admiración en la época.

El nuevo género y el intento fallido de indulto

El resultado fue un gran hotel de hasta seis plantas inaugurado el 5 de abril de 1888 que podía dar servicio a 2.000 huéspedes y que disponía de 600 habitaciones y 30 apartamentos para familias. A pesar de su carácter efímero, el edificio tenía unos acabados decorativos exteriores de bella factura diseñados por los artistas Alexandre de Riquer, Joan Llimona y Dionisio Baixeras y los aposentos interiores presentaban un aspecto señorial digno de los mejores alojamientos de las grandes ciudades europeas de finales del siglo XIX.

Patio interior principal que daba entrada al Gran Hotel Internacional | Fondo: Lluís Domènech i Montaner. Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña
Patio interior principal que daba entrada al Gran Hotel Internacional | Fondo: Lluís Domènech i Montaner. Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Cataluña

«Tuvo mucha repercusión y salió mucho en la prensa. Incluso años después del derribo, el edificio seguía en la memoria de los barceloneses. Domènech i Montaner ya había hecho algunas obras, pero, teniendo en cuenta que el hotel se hizo en paralelo a otros edificios icónicos como el Castell dels Tres Dragons, podemos decir que este fue el momento que catapultó definitivamente la carrera del arquitecto«, señala Sanmartí, que ya ve en estas construcciones los primeros trazos de un nuevo género arquitectónico muy vinculado al nacionalismo catalán que a partir de los años cuarenta será bautizado con el nombre de modernismo.

Fotografía exterior del Gran Hotel Internacional | Archivo
Fotografía exterior del Gran Hotel Internacional | Archivo

Tal fue el impacto que generó el alojamiento entre los ciudadanos que tanto el promotor del proyecto como algunos sectores de la sociedad barcelonesa orquestaron un último intento para salvarlo del derribo. El caso se llegó a debatir en una tensa sesión en las Cortes Españolas, pero la del edificio ya era la crónica de una muerte anunciada: no tenía cimientos, los materiales utilizados no estaban pensados para perdurar en el tiempo y estaba ubicado en unos terrenos cedidos temporalmente por el Puerto de Barcelona. Los trabajos de demolición arrancaron la 1 de abril del 1889, poco más de un año después de su inauguración, y pusieron punto final a la trayectoria de un hotel efímero que enamoró a la Barcelona del 1888.

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