El 25 de octubre del 1926 marca un punto y aparte en la historia comercial de Cataluña. Pere Jorba i Rius -descendiente de una familia de empresarios de Sant Vicenç de Castellet (Bages)- veía culminado el proyecto que tenía que suponer el gran salto de su compañía: la apertura de unos grandes almacenes en Barcelona. Después de una primera experiencia en un pequeño establecimiento ubicado en el número 13 de la calle del Call, que se convirtió en una primera presa de contacto con el negocio textil fuera del entorno de Manresa, donde ya habían hecho fortuna, Jorba i Rius arrancaba 10 años después de su desembarco en la capital catalana la difícil empresa de replicar el modelo de grandes galerías comerciales que por aquellos tiempos estaba haciendo furor en ciudades europeas como París o Londres.
La elección del espacio donde ubicaría estos almacenes no fue casual. El empresario bagenc se decidió por el recientemente abierto Portal del Ángel, un lugar destinado a convertirse en uno de los grandes puntos neurálgicos de la Barcelona de mediados del siglo XX. Compró la casa del Barón de Ribelles, que se erigía en el número 8 de la plaza de Santa Anna, y la derribo para construir en el solar resultante el nuevo edificio que albergaría las galerías comerciales. El proyecto fue encargado al arquitecto Arnald Calvet, que en poco más de un año terminó el inmueble, ganando de paso el premio al edificio más «higiénico y artístico» construido aquel año, un galardón que otorgaba entonces el Ayuntamiento de Barcelona. La inauguración de los almacenes tuvo un amplio eco en la prensa de la época. En un artículo publicado en
La trayectoria iniciada con estos grandes almacenes primigenios tendría continuidad a lo largo de todo el siglo XX, con varias reformas y cambios de manos por el medio, y llega hasta nuestros tiempos de la mano de El Corte Inglés, que se hizo con el edificio en el año 1998 para ubicar una de sus sedes franquicia, junto con la de la plaza de Cataluña. Casi tres décadas después de la adquisición de las instalaciones, las galerías comerciales cerrarán las puertas definitivamente el próximo sábado 31 de agosto, haciendo finalmente efectiva la compra del inmueble por parte del conglomerado empresarial Redevco Iberian Venturas y del fondo de inversión Ares Management. Cuando reabran, ya no lo harán como centro comercial, sino que se convertirán en un espacio híbrido entre oficinas y comercios, poniendo de este modo punto final a una trayectoria de casi un siglo dedicada a la misma actividad y convirtiendo a El Corte Inglés en el último heredero de los antiguos almacenes Jorba.

Dos enigmas por resolver
Antes del desembarco de la compañía madrileña en el Portal del Ángel a finales del siglo XX, el edificio diseñado por Calvet ya había vivido más de media vida, siendo objeto de varias modificaciones a lo largo de los años. La primera de estas reformas la llevó a cabo el mismo arquitecto al poco de la inauguración de los almacenes y consistió principalmente en una ampliación de estos, construyendo un nuevo inmueble monumental coronado por una cúpula de gran belleza en un solar que había quedado libre después del derribo de dos fincas en la esquina con la calle de Santa Anna. Los resultados de esta remodelación se presentaron en sociedad el 24 de octubre del 1932 bajo una gran expectación. Las renovadas instalaciones tenían varios elementos únicos que pretendían convertir estos almacenes en uno de los espacios emblemáticos de la ciudad, como la terraza pública con vistas privilegiadas de la última planta, donde también había una fuente que culminaba en una escultura de una mujer sentada en una especie de trono, o su elegante fachada principal, que contaba con una marquesina en la planta baja y que estaba presidida por dos importantes esculturas ubicadas justo debajo la cúpula.
Tres décadas más tarde, el 26 de mayo del 1963, se confirmaba la compra de las instalaciones por parte de la compañía madrileña Galerías Preciados, que inició un proceso de remodelación que culminó en diciembre del 1964. Durante esta reforma, los nuevos propietarios -de la mano del arquitecto Francesc Bassó y Birulés– sí que mantuvieron el aspecto original de la fachada, pero decidieron eliminar la terraza y convertirla en el quinto piso del edificio. La destrucción del espacio no supuso la demolición del conjunto escultórico que coronaba las instalaciones, que se conservó, quedando completamente aislado hasta nuestros días en uno de los extremos del tejado, entre cables y aparatos de climatización, y perpetuando la incógnita sobre su autoría, un misterio que todavía no ha podido ser resuelto.

En el año 1995 se confirmaba la adquisición de las instalaciones por parte de El Corte Inglés y los nuevos propietarios iniciaban los trámites para reformar el interior y restaurar su piel exterior. Una vez con los permisos en regla, la compañía ponía en marcha las obras con la instalación de todo un entramado de andamios justo ante la fachada principal. Los trabajos fueron a cargo de un equipo de profesionales dirigido por Carles Bassó Vidal, hijo del arquitecto que encabezó la remodelación que sufrió el equipamiento en 1964 bajo la propiedad de Galerías Preciados. El centro comercial reabría el 18 de mayo del 1998, manteniendo buena parte del aspecto original y ya bajo la marca de la empresa madrileña, pero sin las dos esculturas que durante más de seis décadas presidieron la fachada del edificio. La desaparición de las figuras, que representaban a un hombre -Hermes, el dios del Comercio- y a una mujer cogiendo con una mano una rueda de engranaje, que simbolizaba el sector de la industria, es el otro gran enigma vinculado a los almacenes que a pesar de las investigaciones llevadas a cabo por algunos entusiastas como la historiadora del arte Beli Artigas continúa siendo una incógnita.

Reforma millonaria que puede poner luz al misterio
Con la despedida definitiva de El Corte Inglés, el conglomerado empresarial propietario de las instalaciones tendrá vía libre para llevar a cabo una profunda reforma tasada en casi 200 millones de euros que tiene que adecuar los cerca de 18.000 metros cuadrados que hasta ahora ocupaba la compañía madrileña. La intención es que el inmueble se convierta en un espacio “sostenible de uso mixto, con plantas dedicadas al comercio de primeras marcas” y oficinas de última generación. La remodelación, sin embargo, tendrá que respetar los criterios marcados en el Plan Especial del Catálogo de Patrimonio del Ayuntamiento de Barcelona, una protección que no se hizo efectiva hasta el 2000 y que con toda probabilidad habría impedido la desaparición de las dos esculturas de la fachada en 1998.
En este sentido, la catalogación del edificio como Bien de Interés Urbanístico hace que cualquier intervención que se quiera hacer en las instalaciones tenga que mantener la volumetría original y también garantizar la buena conservación de la fachada original, con sus materiales, texturas y cromatismo. Tampoco pueden sufrir alteraciones ni la cúpula ni las diferentes terrazas. De hecho, las dos últimas reformas del inmueble, que se llevaron a cabo en 2016 y en 2019 por parte del equipo del arquitecto Roberto Suso Vergara, ya se hicieron bajo estos criterios de protección patrimonial. Habrá que ver si con la nueva remodelación se consigue hacer más accesible el conjunto escultórico del tejado o si aparecen en algún almacén las dos figuras extraviadas, resolviendo de este modo los dos enigmas todavía abiertos o enterrando para siempre jamás la respuesta de estos bajo otra capa de chapa y pintura.