Antonio Lofrasso fue un poeta sardo que huyó de su Alguer natal para instalarse en Barcelona a mediados del siglo XVI. Su obra Los diez libros de Fortuna de Amor (Barcelona, 1573) tiene el peculiar honor de ser uno de los libros que Miguel de Cervantes salva de la quema en El Quijote. Suya es también la única descripción detallada que ha llegado hasta nuestros días del primer portal del Mar, el acceso que se abrió en la muralla medieval cuando esta se amplió para fortificar todo el frente marítimo de la capital catalana. Hasta entonces, esta parte de la ciudad había estado muy expuesta a los ataques enemigos por mar, de modo que, tras una ofensiva de barcos castellanos y genoveses que tuvo lugar el 9 de junio de 1359, se decidió reforzar la entrada marítima ubicada entre el pla de Palau y el actual barrio de la Barceloneta. Esta se reconstruiría entre los años 1553 y 1563 por iniciativa del emperador Carlos V con la construcción del baluarte de las Drassanes y también del portal, que tenía un aspecto monumental y era de estilo renacentista.

En uno de sus textos, que data de 1573 y está escrito en un castellano lleno de catalanismos, Lofrasso describe de esta manera el acceso a la ciudad desde el mar: «…tenía por parte de fuera que mira al mar, cuatro figuras grandes de gigantes de muy buena piedra fina, que con sus cabezas sostenían el arco del portal, encima del cual se mostraba un rico escudo de mármol relevado, de dentro del cual estaban esculpidas las armas reales de la ciudad…». Este portal erigido «a la romana» -según las palabras del mismo poeta sardo- es el mismo que Cervantes cruzaría a principios del siglo XVII durante su estancia en la capital catalana y que después aparecería fugazmente en la segunda parte de El Quijote. Su artífice fue el ingeniero militar italiano Giovan Battista Calvi, que también había diseñado la muralla de mar barcelonesa, así como otras fortificaciones del Mediterráneo como las de Rosas, Perpiñán, Ibiza, Mahón o Gibraltar. Más allá de la descripción de Lofrasso, la única representación gráfica de esta entrada identificada hasta el momento es a través de la mirada de Anton Van der Wyngaerde. El artista flamenco inmortalizó la costa de la ciudad en 1563 en un dibujo donde si prestamos atención se intuye la portalada en primer término con la Basílica de Santa María del Mar justo detrás.

No está claro si formaba parte del portal diseñado por Calvi o si se trataba de un elemento añadido durante algunas de las reconstrucciones que se llevaron a cabo en los siglos posteriores, pero, en algún momento antes de su demolición definitiva en 1859, el portal del Mar estuvo presidido por dos cabezas de Medusa. Una de estas figuras aún se conserva hoy en día en l’Enrajolada, Casa Museo Santacana de Martorell. La pieza fue una de las muchas que el artista y terrateniente Francesc Santacana i Campmany recopiló a lo largo de su vida para formar parte de su colección personal. Movido por un idealismo romántico y con la voluntad de evitar que se pudieran perder, Santacana recopiló restos de palacios y de edificios religiosos antiguos, azulejos de todo tipo y también otras muestras de arte medieval y de mediados del siglo XIX. El suyo fue uno de los primeros museos del Estado y tenía entre las piezas expuestas esta cabeza de Medusa, que estaba colocada en una especie de porche que tenía en el jardín de su casa en Martorell y se había reutilizado como fuente ornamental.
En el inventario de la colección que realizó el nieto del patriarca, Francesc Santacana i Romeu, después de la muerte de su abuelo, se indica que la figura en cuestión proviene de este portal del Mar, que era uno de los diez que formaban el segundo recinto amurallado de la capital catalana. También se apunta que la fortificación acabó demolida por las reformas en la zona del pla de Palau, que culminaron con la edificación de un nuevo pórtico monumental entre 1844 y 1848. El catálogo acompaña estos detalles de una fotografía de la pieza y de la siguiente descripción:
«Estas puertas comunicaban la ciudad con el mar por el lado de la Barceloneta y eran las últimas que se cerraban de la ciudad, de manera que había una gran multitud de gente que había llegado tarde para entrar por las otras puertas. El único adorno que llamaba la atención eran dos cabezas de Medusa de gran tamaño, una en cada lado, por el agujero de boca abierta de las cuales los centinelas podían vigilar qué pasaba fuera. Una se perdió y la otra es la existente en este museo».

El efecto apotropaico y una historia de reconstrucciones
Una de las personas que ha estudiado este portal del Mar primigenio y que puede aportar luz al caso es Damià Martínez. Este historiador del arte y director del Museo del Renacimiento de Molins de Rei realizó su tesis doctoral sobre la figura de Calvi, situándolo como uno de los primeros grandes ingenieros militares de la Edad Moderna y un personaje clave en la introducción del Renacimiento en nuestro país. Martínez señala que el acceso a la ciudad desde Poniente era de un formato triangular que emulaba el estilo de los arcos de triunfo y tenía a ambos lados dos accesos donde se realizaba el control de mercancías y la recaudación de impuestos. La entrada estaba presidida por un escudo de armas con el águila imperial de Carlos V, en una estética clasicista que rompía con la medieval y gótica que había predominado hasta el momento. Esto explica por qué muchos de los monumentos que se erigieron en la época contaban con relieves que aludían a las victorias del monarca de turno, así como referencias a la cultura y mitología griega y romana.
El historiador del arte considera muy probable que las dos cabezas de Medusa se colocaran entonces en la portalada como se hacía también con las gárgolas. Con estos elementos se pretendía generar un efecto apotropaico en el visitante, es decir, infundir respeto y al mismo tiempo alejar el mal, protegiendo de rebote la ciudad. En la misma línea se pronuncia la también historiadora del arte Alba Vendrell, que remarca que era habitual colocar este tipo de iconografía en entradas y fachadas para «paralizar» a aquellos que quisieran acceder a un lugar con malas intenciones. Aunque encaja con la tendencia artística del momento, Martínez indica que el portal original probablemente no tuvo mucho más de 100 años de vida. Durante el siglo XVII y principios del XVIII, la capital catalana fue atacada desde el mar en varias ocasiones, lo que provocó destrozos en esta entrada y obligó a reconstruirla y fortificarla constantemente. Este período convulso coincide precisamente con la Guerra de Sucesión (1701-1714). Tras la victoria borbónica, la cabeza decapitada del general Josep Moragues se exhibió durante doce años en este portal barcelonés como advertencia y escarnio para los contrarios al régimen.
Esta reconstrucción tras reconstrucción de la portalada queda reflejada en la memoria de la intervención arqueológica que se realizó en 2010 en el pla de Palau y la plaza de Pau Vila, bajo la firma del arqueólogo Mikel Soberón. Los responsables de las excavaciones pudieron documentar cómo, ya en el siglo XVII, se construyó frente al acceso un parapeto con forma de baluarte para cumplir con las «exigencias militares» de la época. La nueva edificación amortiguaba el efecto monumental de la entrada y vino acompañada de la apertura de un foso a su alrededor y del refuerzo del recinto con una contramuralla de casi cuatro metros de altura. También se erigió un muro para canalizar el agua que se acumulaba en este punto fruto de la derivación del Rec Comtal. Bien entrado el siglo XVIII se crea otra barrera fuera de los límites del foso con el objetivo de reforzar las defensas de la puerta y en el marco de las obras impulsadas por el ingeniero militar Pròsper Verboom tras la Guerra de Sucesión. Además de la afectación por los nuevos muros, los planos del momento dibujan dos aberturas en este portal, desdibujando completamente su imagen original. La última referencia a la entrada antigua la encontramos en una documentación consultada por los arqueólogos que data de 1677 y donde se refiere al acceso como «puerta antigua«. Esta parte del recinto amurallado acabaría demoliéndose a partir de 1822, cuando se reforma el pla de Palau y se erige un nuevo portal del Mar también de aspecto monumental, pero de estilo neoclásico y con dos aberturas laterales en forma de herradura.

La incógnita del recolector
El nuevo portal del Mar -obra del arquitecto e ingeniero militar Josep Massanès– edificado entre los años 1844 y 1848 tuvo una vida extremadamente efímera. Acabó demolido en 1859, junto con buena parte de las murallas y los baluartes, que ya no tenían mucho sentido como elementos protectores y chocaban con el aumento insostenible de la densidad de la población barcelonesa. Las fotografías de la época que se conservan y los esbozos de su artífice parecen indicar que la cabeza de Medusa no formaba parte de esta construcción, por lo que sería anterior. Todo haría pensar, pues, que pertenecía a la portalada primigenia diseñada por Calvi. Sin embargo, no se puede descartar por ahora que se tratase de una figura añadida en alguna de las reformas posteriores. Soberón va más allá y cree que la figura formaba parte del diseño de Massanès y que, si no se ve en las pocas instantáneas recuperadas de antaño, es porque estas muestran solo la cara interior del portal. Argumenta su posicionamiento en uno de los esbozos encontrados del arquitecto, donde se pueden ver dos rostros colocados en unos pináculos en la cara interior que podrían ser de una Medusa y que, por tanto, podrían haber sido replicados en el exterior. El arqueólogo también apunta que la muralla moderna -la del siglo XVI- se hizo prácticamente de nuevo y que solo se aprovechó alguna parte de la medieval en algún tramo, como entre la plaza del Duc de Medinaceli y las Drassanes. Esto hace que parezca extraño que se conservaran elementos como estas figuras hasta que la entrada renacentista fue demolida del todo en 1833 para construir allí la neoclásica.

Ahora bien, se da la circunstancia de que Santacana ingresó en la Escuela de Nobles Artes de la Junta de Comercio, que estaba ubicada muy cerca de esta entrada, en septiembre de 1828. Esto es poco antes de la demolición definitiva del portal, lo que podría indicar que el artista y terrateniente presenció la demolición del edificio y quiso salvar una de las figuras más representativas. «Él recopiló piezas durante toda su vida, pero sobre todo a raíz de la desamortización de Mendizábal. No debemos imaginárnoslo yendo con la pica, sino que él tenía tratos con lo que serían los anticuarios de la época y recogía aquello que le llamaba la atención», explica la técnica de documentación y conservación de los Museos de Martorell, Montserrat Farreny.
Más allá de la cabeza de Medusa preservada en l’Enrajolada de Martorell, algunos elementos de este portal podrían haberse reutilizado en la construcción de la Torre Pallaresa de Santa Coloma de Gramenet, un edificio privado que cuenta con diversas piezas provenientes de construcciones antiguas barcelonesas, tal como precisa Martínez.