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La compra de la Casa Gomis por el Estado reactiva el debate sobre la Ricarda

La Casa Gomis fue durante décadas una de las grandes desconocidas del patrimonio arquitectónico catalán. Ubicada en medio de un pinar a sólo 400 metros de la tercera pista del aeropuerto del Prat, esta joya racionalista proyectada por el arquitecto Antoni Bonet Castellana y construida entre 1957 y 1963 permaneció prácticamente hasta los años noventa fuera de la esfera pública, como un preciado tesoro custodiado por una rama de los descendientes de la conocida familia de empresarios textiles Bertrand, propietarios de los terrenos que flanquean el paraje natural de la Ricarda. La situación dio un giro de 180 grados en 2021, cuando los medios comenzaron a hacerse eco del proyecto polémico de ampliación del aeródromo que, en una de las opciones, planteaba alargar 500 metros la tercera pista y engullir prácticamente la totalidad de esta reserva verde, lo que aislaría por completo la finca.

Los hijos de Ricardo Gomis e Inés Bertrand, el matrimonio barcelonés que encargó la construcción del edificio a Bonet, ya hacía tiempo que habían comenzado a abrir de manera privada la casa donde habían pasado veranos y muchos fines de semana. Conscientes del valor patrimonial que tenían entre manos, los herederos encargaron una profunda reforma a los arquitectos Fernando Álvarez y Jordi Roig, dos figuras clave que han permitido situar en el lugar que le corresponde tanto el inmueble como el autor. Desde aquella primera intervención, se realizaron innumerables visitas al recinto para estudiantes de arquitectura y diseño y se celebraron algunos certámenes y conciertos, recuperando el espíritu original que había tenido la Casa Gomis como refugio cultural en pleno franquismo, acogiendo entre sus paredes a personalidades del calibre de Joan Miró, Joan Brossa, Josep Maria Mestres Quadreny o Antoni Tàpies.

El trabajo de hormiga de la familia propietaria se intensificó a raíz de la polémica por las ansias expansivas de Aena y tuvo uno de sus puntos álgidos entre los meses de septiembre y noviembre pasados, cuando el edificio fue una de sus sedes principales de la bienal artística Manifesta 15 junto con las Tres Chimeneas de Sant Adrià de Besòs. El indudable éxito de público de este evento -se calcula que cerca de 45.000 personas visitaron el recinto en dos meses y medio- volvió a catapultar a primera línea tanto el inmueble como la amenaza que planea literalmente sobre este paraje natural, un proyecto de ampliación del aeropuerto que está en el aire, pero que el ejecutivo de Salvador Illa parecía hasta ahora empeñado en recuperar durante este mandato a pesar de las críticas de varios sectores y las entidades ecologistas. Sin embargo, el cambio de año ha venido acompañado de un golpe de efecto que ha sacudido completamente el tablero: el Estado ha comprado la Casa Gomis por 7,2 millones de euros con el objetivo de convertirla en un centro cultural.

Uno de los espacios de la Casa Gomis de la Ricarda, la joya racionalista que resiste a la ampliación del aeropuerto / Ajuntament del Prat
Uno de los espacios de la Casa Gomis de la Ricarda, la joya racionalista que resiste a la ampliación del aeropuerto / Ajuntament del Prat

La decisión «valiente» para reconocer una cruzada familiar

La noticia la hacía pública el gobierno español este martes en una rueda de prensa desde el inmueble que contó con la presencia tanto de los hermanos Gomis Bertrand como de la Generalitat y el Ayuntamiento del Prat de Llobregat. El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, fue el encargado de dar los detalles de una operación que -según precisó- «únicamente» tiene el objetivo de garantizar la conservación de esta joya racionalista, evitando de esta manera pronunciarse sobre un movimiento que sin duda podría condicionar la ampliación de la tercera pista. «Esto de hoy es un ejercicio de preservación patrimonial, el resto son debates para otro día», insistió, haciendo un llamamiento a desvincular la compra de la finca de los planes expansivos del aeropuerto. Urtasun sí quiso remarcar, sin embargo, que en estos momentos no hay «ningún proyecto concreto» sobre la mesa y que «el entorno es un elemento muy importante» para el futuro de la casa, la cual contempla como un espacio «imprescindible» para entender cómo la cultura se relaciona con el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. El ministro recordaba de esta manera implícitamente su oposición y la de su partido -Comuns- a esta ampliación de la infraestructura.

Una de las personas presentes en el acto de este martes fue Marita Gomis, una de las hijas del matrimonio que ha capitaneado esta particular cruzada familiar. «El acuerdo es un reconocimiento a la apuesta de cultura y vida de los padres y al esfuerzo de preservación de la siguiente generación. Hemos hecho mucho trabajo durante este tiempo para mantener la casa abierta que quizás no se ve. Estamos satisfechos de haber llegado a este punto y que pase a manos de la administración pública», asegura en declaraciones al TOT Barcelona. La hasta ahora copropietaria considera que el Manifesta les dio el impulso final que necesitaban en cuanto a la repercusión para que el Estado se decidiera a dar el paso y confía en que la familia podrá continuar ligada de alguna manera al edificio como guardianes de su legado más personal. Sobre los efectos que esta adquisición puede tener en los proyectos expansivos del aeródromo, Gomis se muestra por ahora prudente. «Esto es un poco como los ojos del Guadiana, que desaparece y vuelve a aparecer cada cierto tiempo. No está en nuestras manos», afirma, aunque es consciente de que este movimiento por parte del gobierno español complica un eventual alargamiento de la tercera pista.

Más contundente se muestra Roig, uno de los dos arquitectos que lideraron la primera gran reforma del inmueble a finales de los noventa. «Es una noticia magnífica. No solo da respuesta al anhelo de la familia de dar continuidad al legado de los padres abriéndola a la ciudadanía, sino que esto obliga y pone unos deberes a las administraciones, ya que la Casa Gomis ahora está a la altura del Palau Güell, la Casa Batlló… Con la compra, como mínimo, hay un compromiso de protegerla y mantenerla», señala, indicando que este es un «primer paso» para blindar el entorno. Roig celebra la apuesta del Estado por una operación que califica de «valiente» al tratarse de una obra bastante contemporánea, con poco más de seis décadas de vida, y pone en valor la labor desarrollada por los descendientes de los impulsores, que creyeron en la importancia de este edificio desde el minuto cero y que decidieron invertir entre todos cerca de un millón de euros para poder restaurar el recinto en 1997 y comenzar a abrirlo al público. «Este esfuerzo titánico quería proyectar la casa hacia el futuro para situarla donde se merecía y conseguir que alguna administración la adquiriera para preservarla», recuerda el arquitecto, que en este tiempo ha trabajado un poco como «médico de cabecera» del recinto, interviniendo en diversas actuaciones puntuales para mantenerlo en buen estado de conservación.

La Casa Gomis de la Ricarda, la joya racionalista que resiste a la ampliación del aeropuerto / Ajuntament del Prat
La Casa Gomis de la Ricarda, la joya racionalista que resiste a la ampliación del aeropuerto / Ajuntament del Prat

Un regalo envenenado y el precedente de Coderch

El optimismo respecto a la preservación de la Ricarda que ha despertado la compra de la Casa Gomis no ha calado en todos los sectores de la sociedad. A pesar de que actores relevantes como la misma directora de la bienal Manifesta, Hedwig Fijen, han llegado a calificar la adquisición como un «hito notable» para avanzar en la preservación tanto del patrimonio arquitectónico como del «rico entorno natural que rodea la casa», algunas entidades ecologistas ven en esta operación un movimiento que, más que blindar el paraje, lo que hace es eliminar un intermediario en caso de querer avanzar con el proyecto de la tercera pista. «Siempre está bien que se proteja el patrimonio, pero con la adquisición quitas del medio un pequeño obstáculo porque ya no hay ningún privado afectado, lo que facilita la ampliación del aeropuerto. Confiamos en que no sea así, pero estamos en alerta y no lo tenemos nada claro», reconoce Jaume Grau, portavoz de Ecologistas en Acción.

Grau insiste en que están a la espera de los resultados del estudio de la comisión de expertos prometido por el ejecutivo de Illa para analizar el caso, pero subraya que planteamientos así desoyen las advertencias de la ONU respecto a la pérdida de biodiversidad, sobre todo por la destrucción del rico ecosistema acuático de la Ricarda, que sería prácticamente imposible de replicar. «Es un proyecto insostenible, económicamente dudoso y con un impacto ambiental indudable. La intención política con la compra puede ser positiva, pero el resultado puede acabar siendo lo contrario. Al final la propiedad no deja de ser del Estado y ya sabemos quién tiene mayoría en el Consejo de Ministros», lamenta el portavoz.

La amenaza de destruir la Ricarda es uno de los principales argumentos de los detractores de la ampliación | ACN
La amenaza de destruir la Ricarda es uno de los principales argumentos de los detractores de la ampliación | ACN

En caso de avanzar con el temido alargamiento de la tercera pista, Roig tiene muy claro que la iniciativa tendría un efecto devastador sobre la casa que sería casi irrecuperable, por mucha titularidad pública que tenga el recinto. «Si se hace, esto dejaría esta parte del frente litoral como un callejón sin salida. Solo hay que mirar qué pasó con el antiguo club de golf del Prat, obra de Josep Antoni Coderch, que está abandonado en unas condiciones deplorables y que es prácticamente inaccesible», apunta. A pesar de este precedente poco alentador, el arquitecto confía en que la exposición pública que ha tenido la finca gracias al trabajo de la familia y a la plataforma que ha supuesto la bienal Manifesta permita evitar un desenlace catastrófico para un exponente único del racionalismo catalán. «La Casa Gomis ya no es solo una cosa de frikis de la arquitectura y de especialistas. El edificio se ha convertido en un tema de debate en muchas sobremesas, ha saltado de categoría y ya es un bien común», concluye.

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