Antoni Gaudí asumió el proyecto de la Sagrada Familia y lo elevó a otro nivel, convirtiéndolo en la gran referencia arquitectónica del modernismo, de la ciudad de Barcelona y de Cataluña. Pero no fue el primero. La Asociación de Devotos de San José, encargada de recaudar fondos para levantar el templo, escogió al arquitecto diocesano Francisco de Paula del Villar para construir el templo. También había sido el encargado de reformar la iglesia de Santa María del Pi y de proyectar el ábside del Monasterio de Montserrat, un proyecto, este último, en el que fue asistido por un jovencísimo Gaudí.
Los planos originales -de 1882- tienen poco que ver con la basílica que conocemos hoy en día. De Paula del Villar siguió las pautas dominantes de la época, con fórmulas propias del neogótico, y dibujaba una iglesia coronada por un campanario puntiagudo. Él fue el encargado de los cimientos y de la cripta, pero su aportación solo duró un año. Según explican los historiadores encargados del templo, divergencias de carácter técnico con los impulsores, sobre todo vinculadas al costo de los materiales, lo condujeron a la destitución.

La revolución de Guadí
Las obras se detuvieron hasta el 25 de agosto de 1883. El contratista Macari Planella y Roura tomó momentáneamente el timón y a finales de año los mecenas comenzaron a escuchar sobre un arquitecto joven, emergente, llamado Antoni Gaudí. El tarraconense empezaba a destacar y, al asumir el proyecto, cambió su orientación. Era una apuesta ambiciosa y que sí convenció. Estuvo comandando el proyecto hasta su muerte, dejando planos y explicaciones de cómo debía continuar. Lo siguió Domènec Sugrañes y años más tarde también han liderado las obras Isidre Puig Boada, Lluís Bonet i Garí, Francesc de Paula Cardoner Blanch, Jordi Bonet Armengol y Jordi Faulí Oller, quien ostenta el cargo desde 2012.