Un nombre ha cambiado la historia borrada de la antiguo casino de las Tres Torres: Lope F. Martínez de Ribera. Este personaje aparecido en un viejo contrato de arrendamiento firmado el 22 de noviembre del 1935 y encontrado en unos archivos municipales ha sido la pieza clave que ha permitido poner un poco de luz a la trayectoria centenaria de este enigmático edificio modernista conocido como Casa Urrutia y ubicado en el número 44 de la calle del Rosari, a solo unos pasos de la actual Via Augusta. La mención de este nombre en un reportaje del TOT Barcelona ha servido para poder estirar el hilo de la historia del inmueble a través de la familia que escribió buena parte de sus páginas.
Santiago Fernández Ventura es el pequeño de siete hermanos y hasta los siete años vivió ininterrumpidamente en los bajos de este edificio situado entonces en la periferia de Sant Gervasi. Todavía recuerda vívidamente como jugaba en el inmenso jardín de la casa, el momento de ir a comprar el pan y los canelones al forn, la mercería del barrio o los paseos para ir a buscar la leche a las vaquerías. «Esto era casi un descampado y los pocos vecinos nos conocíamos todos. Solo había el tren de Sarrià y todavía no se había abierto la Via Augusta. No tiene nada que ver con el barrio actual prácticamente», asegura.

El legado del periodista desaparecido
Este vecino de Tarragona es el hijo de Lope F. Martínez de Ribera, a quien apenas llegó a conocer porque murió cuando él tenía solo dos años. Fue el 28 de diciembre del 1947, a causa de un problema de asma agraviado y mientras se encontraba en Madrid pendiente de una oferta de trabajo para hacer de crítico taurino en el diario
Fue precisamente en esta época cuando conoció a Dolores Ventura, una mujer natural de Granollers que trabajaba de modista en un taller próximo a la redacción de uno de los diarios y con quien se acabaría casando. Juntos fueron a vivir al domicilio que el hombre ya hacía un tiempo que alquilaba en este edificio a las afueras de Sant Gervasi. Allí nacieron sus hijos y vivió la familia casi al completo hasta los años setenta, cuando murió la madre, casi dos décadas después de que lo hiciera el periodista. Durante este tiempo, el inmueble estaba dividido en cinco espacios diferenciados: una portería, un local subterráneo, los bajos, la primera planta y la segunda. En total, vivían tres familias, que convivían con un taller de tacómetros.

Los bajos estaban alquilados por los Fernández Ventura, en la primera planta residía la familia Urrutia y en la segunda otro clan familiar que respondía al apellido Berruezo. Cada una de las familias utilizaba una entrada diferente para acceder a su domicilio y a pesar de algunas desavenencias puntuales, la relación entre las tres fue buena. Curiosamente, el edificio acabó adoptando el sobrenombre de Casa Urrutia, en referencia a la familia que accedía al inmueble por la magnífica puerta principal de la calle del Rosari. Los Fernández Ventura lo hacían desde una pequeña puerta lateral ubicada en la contigua calle de Àngel Guimerà y los Berruezo desde el jardín.
El azar y los últimos inquilinos
Después de marcharse durante unos años a Madrid para estudiar en la Institución San Isidoro, un colegio fundado para garantizar la formación a los hijos huérfanos de periodistas y sufragado por la antigua Asociación de la Prensa, el pequeño de la familia protagonista de esta historia volvió a Barcelona para estudiar Económicas en la Universitat de Barcelona (UB). El hombre vivió en el domicilio familiar hasta el año 1969, cuando se casó y se marchó a vivir primero a Sant Cugat y después a Tarragona, donde estuvo cerca de cuarenta años trabajando a la Diputació. Allí coincidió con José Clua Queixalós, un reputado abogado de la Terra Alta que entonces ocupaba el cargo de presidente y que años después sería diputado en el Parlament durante una legislatura.
Clua Queixalós fue casualmente uno de los últimos propietarios de la Casa Urrutia. Su familia habría cogido el relevo de los Vedruna como titulares del terreno y se habrían mantenido como responsables casi hasta que el edificio acabó en manos de la promotora inmobiliaria que actualmente lo está reformando para convertir la finca en pisos de lujo. Antes de poder iniciar los trabajos, sin embargo, los nuevos propietarios tuvieron que negociar con los únicos inquilinos que quedaban en el edificio centenario. Joaquín Fernández Ventura -el sexto hijo de la familia- estuvo viviendo en los bajos del inmueble con su familia hasta mayo del 2022. Su contrato de alquiler indefinido de renta antigua obligó a los inversores a indemnizarlo para llegar a un acuerdo y conseguir que se marchara.

Mucho más que un libro
A pesar de que este último inquilino mantenía tanto su domicilio como el patio en buenas condiciones, las plantas superiores de la casa hacía tiempo que estaban abandonadas y bastante destartaladas. De hecho, el edificio en general ha presentado durante las últimas décadas un aspecto decadente y desangelado, una imagen que contrasta con la majestuosidad original del inmueble y con la protección como Bien de Interés Urbanístico (BIU) que ostenta, tal como figura al Portal de Información Urbanística (PIU) del Ayuntamiento de Barcelona. Recuperar este esplendor perdido sin perder la esencia de la casa será precisamente uno de los retos del despacho de arquitectura Ágora, la compañía encargada de la reforma. «Mientras mantengan la estructura y la fachada, todo lo que hagan estará bien», apunta el pequeño de los hermanos Fernández Ventura.

Desde el estallido de la pandemia, este hombre guarda como un tesoro una compilación de fotografías familiares y recortes de artículos que escribió su padre. Todos estos documentos forman parte de un libro recopilatorio que se propuso escribir para poner en valor la figura de Lope F. Martínez de Ribera y que le ha servido para conocer a un personaje del cual prácticamente no guarda recuerdos. «Me di cuenta de que no sabía casi nada de él. Hacer este libro me ha permitido conocer a mi padre y su obra», afirma. En este proceso de investigación, sin embargo, hay un misterio que no ha podido resolver. Fernández Ventura no ha conseguido averiguar nada sobro el antiguo casino de las Tres Torres que habría albergado la casa durante los inicios del siglo XX. «No sale en ninguna parte y las personas que podrían saber algo ya no están. Estos primeros años del edificio todavía son una incógnita», remarca.

