Barcelona, 26 de marzo del 1890. El diario
Esta parte del patrimonio de la ciudad quedó completamente enterrada bajo el asfalto y así se había mantenido hasta hace solo unas semanas, cuando las obras de instalación de una nueva red de agua en la avenida del Paralelo sacaron a la luz un tramo de esta fortificación, tal como alertó David Martínez, periodista y autor del popular blog
«Se sabía que existía porque tenemos muchas fotografías y planos de la época donde sale, pero recuperarlo y mantenerlo parece a estas alturas difícil. Si no se puede conservar, estaría bien poder dejar constancia de alguna manera de que se encuentra en este lugar», apunta Gregor Siles, historiador y miembro de Tot Història Associació Cultural. Siles recuerda que Barcelona cuenta desde el 2007 con una parte del antiguo baluarte del Mediodía descubierto y mínimamente museizado junto a la estación de Francia, un espacio que permite hacerse una idea de cómo eran las fortificaciones, pero que está actualmente bastante degradado.
Un blindaje casi infalible
El baluarte del Rey, sin embargo, tenía una serie de peculiaridades que lo hacían destacar por encima del resto de construcciones. Esta fortificación fue la primera que se erigió en la capital catalana en el año 1358, cuando los avances en la artillería llevaron a las autoridades a introducir mejoras en las murallas que permitieran a la ciudad resistir el embate de las tropas enemigas, que cada vez disponían de proyectiles más efectivos y destructivos.
La estrategia se replicó en varios puntos del territorio con el objetivo de blindar Barcelona de estas posibles ofensivas. Tal era la efectividad e importancia de estos baluartes que los adversarios los estudiaban al milímetro para encontrar aquellos puntos más débiles donde merecía la pena concentrar los ataques. Este fue precisamente el caso del asedio del 1714, cuando las tropas borbónicas utilizaron un tramo de muralla de unos 800 metros de longitud que no estaba protegido por el baluarte de Santa Clara, junto al parque de la Ciutadella, para poder sobrepasar las fortificaciones barcelonesas y acceder a la ciudad, que acabaría claudicando poco después.

Durante buena parte de los siglos XV y XVI, el baluarte del Rey sufrió numerosas reformas y reparaciones a causa de los constantes temporales que golpeaban este tramo de muralla, dañando y destruyendo varios puntos de esta fortificación de manera periódica. Entre el 1513 y el 1540 se erigieron tres baluartes más para fortificar la fachada marítima, destruyendo al menos cuatro islas de casas de la antigua calle de las Polleres, hasta que se dio por culminada la defensa barcelonesa con la construcción del portal de Mar.
Derribo contra la opresión
Con el paso de los siglos, esta función de escudo de la ciudad fue perdiendo sentido y tanto los baluartes como las murallas empezaron a verse cada vez más como elementos opresores que no dejaban crecer a la capital catalana y ahogaban a sus vecinos, que vivían en el interior atrincherados. «A finales del siglo XIX la densidad de población de Barcelona superaba la de ciudades como Londres o París. Las murallas medievales eran sinónimo de angustia y su derribo supuso una pérdida de patrimonio, pero también un alivio para los vecinos. Entonces, fue un signo de modernidad«, remarca Siles, que considera que estas actuaciones destructivas se tienen que entender desde la perspectiva de la época.

A la espera de conocer como avanzan las obras de renovación de la red de agua, los peatones que se acerquen estos días al tramo final de la avenida del Paralelo podrán deleitarse temporalmente con una parte de los cimientos y de los restos del primer y último gran baluarte que desapareció en la capital catalana. Esta vista, sin embargo, será efímera. Si no hay ningún contratiempo, esta parte de la historia de la ciudad volverá en unas semanas a quedar sepultada una vez más bajo el asfalto como un vestigio de la Barcelona que quiso romper con el pasado para mirar más allá de sus murallas.