Barcelona, noviembre del 2009. El derribo inminente del cuartel de los Bomberos de la calle de Provença pone en alerta diferentes colectivos vinculados al cuerpo de emergencias de la capital catalana. La demolición de este edificio proyectado en el año 1932 no solo suponía perder un recinto único en todo el Estado, sino que también ponía en peligro la colección de vehículos históricos y material antiguo que se había preservado a lo largo de los años gracias al esfuerzo de un grupo de efectivos. La cruzada para salvar las instalaciones no dio sus frutos, pero sí que se pudo conservar esta pequeña parte del patrimonio del cuerpo, que en una operación prácticamente clandestina se trasladó al Parc de la Vall d’Hebron.
La derrota con el cuartel del Eixample, que todavía hoy en día colea por las dificultades que ha tenido el consistorio para encontrar un emplazamiento alternativo, espoleó la lucha hasta entonces latente para garantizar la preservación del patrimonio del cuerpo. Agrupados bajo la Plataforma para la Defensa del Patrimonio Histórico de los Bomberos de Barcelona, varios efectivos jubilados y en activo y otras personas vinculadas al servicio centraron desde entonces sus esfuerzos en recuperar el Parque del Poble-sec, el más antiguo del Estado construido expresamente con esta función y que ya había sido cedido por parte del Ayuntamiento en la Generalitat para poder ampliar la vecina Escuela Jacint Verdaguer. Las instalaciones de la calle de Lleida -que datan del 1929, coincidiendo con la Exposición Universal- se pudieron repatriar y con los años se convirtieron en el Espai Bombers – Parque de la Prevención, un centro de divulgación tanto de la historia del cuerpo como de consejos para evitar situaciones de riesgo.

Sin embargo, qué pasó con los vehículos históricos y el material trasladado al cuartel de la Vall d’Hebron? Pues, un grupo de efectivos jubilados, médicas y entusiastas del cuerpo de emergencias barcelonés decidieron dedicarse a la restauración y conservación de esta colección. Poco a poco, estos voluntarios fueron poniendo al día los camiones, carros, bombas y escaleras para devolverles el esplendor perdido y los fueron colocando en uno de los subterráneos de este parque de los Bomberos de Barcelona. Con los años, este espacio provisional se ha convertido en una especie de museo improvisado donde se exponen hasta unos treinta vehículos antiguos e instrumentos de todo tipo, algunos con casi 200 años de historia.

Voluntarios a pie y a caballo
El TOT Barcelona pudo visitar hace unas semanas estas instalaciones de la mano de cinco de los voluntarios que integran este equipo de restauración y conservación del patrimonio del cuerpo. Pere González, bombero jubilado y alma mater de la plataforma, nos hace de guía por un espacio a rebosar donde apenas hay un metro entre cada ejemplar. Empezamos el recorrido en la Barcelona que no tenía todavía cuerpo de emergencias profesional. «La ciudad no tiene bomberos propiamente dichos hasta el siglo XIX. Eran carpinteros, cerrajeros… Con el desarrollo de la industria textil hay cada vez más incendios y, después de un primer intento fallido en 1825, se acaba creando un cuerpo de bomberos fijos, pero voluntarios en 1833«, explica.
Este primer equipo primigenio constaba de unas treinta personas, que inicialmente utilizaban bombas de agua de madera para poder extinguir las llamas. Los primeros aparatos no se han podido recuperar, pero sí que se han restaurado dos bombas manuales de aquella época, que los efectivos cargaban a los hombros mientras corrían por las calles de la ciudad hasta el lugar donde se estaba produciendo el incendio. Una de las primeras grandes revoluciones tecnológicas que sufrió el servicio fue la llegada del vapor en 1835. De aquel tiempo se conserva una bomba todavía funcional capaz de expulsar 1.000 litros por minuto. La principal problemática de aquella época era la obtención del agua, puesto que no había una red que fuera a cada casa y se tenía que ir a las fuentes o a los pozos para poder conseguir y repetir este proceso cada vez que se quería recargar.

Desde su creación hasta finales del siglo XIX, el cuerpo tenía su única sede en la calle de la Ciutat y desde este punto salían los efectivos para apagar cualquier fuego que se declarara en la ciudad. A finales de siglo, sin embargo, empezaron a crearse nuevos cuarteles en las principales arterias urbanas de la época, como la ronda de Sant Pau, la ronda de Sant Pere o el Portal del Ángel, hecho que facilitaba una respuesta rápida ante las situaciones de emergencia. En las postrimerías de este centenio también empiezan a utilizarse carros con caballos para transportar los aparatos y, por primera vez, también a los efectivos, que hasta entonces iban a pie a los lugares. Este sistema se mantuvo hasta principios del siglo XX y se utilizó durante los primeros años de vida del Eixample, cuando la construcción de pisos cada vez más altos forzó a los bomberos a agudizar el ingenio para poder llegar más arriba utilizando escaleras desplegables. «Entre dos bomberos la podías levantar. Ahora bien, lo más difícil era después estabilizarlas», puntualiza Joan Pedreny, otro de los efectivos jubilados que forman parte de este grupo.
La revolución de los camiones
Con el cambio de siglo, aterrizan los primeros camiones en el cuerpo de Bomberos de Barcelona. De los primeros ejemplares, que eran de la marca Durkopp, no se guarda un gran recuerdo y tampoco se conserva hoy en día ninguno. Inicialmente, los vehículos solo servían para transportar al personal, puesto que las bombas de agua y las escaleras todavía se llevaban con carros de caballos. La gran revolución, no obstante, se produce en los años 20, cuando llegan los primeros camiones de bomberos propiamente dichos. La compra por parte del Ayuntamiento de seis camiones de la marca Laie, del mismo modelo que se estaba utilizando entonces en París, culminó el proceso de profesionalización iniciado siete años antes, cuando los efectivos dejaron de ser voluntarios para convertirse en un cuerpo profesional.

Las 108.000 pesetas invertidas en los vehículos franceses quedaron en nada con la Exposición Universal del 1929, cuando se adquirieron catorce camiones Magirus, de los cuales se conservan todavía dos completos. Estos vehículos iban equipados con una cisterna de 6.000 litros, un sistema que se mantuvo hasta los 60 y que requería que mientras uno de los transportes extinguía las llamas, los otros estuvieran recargando para poder tener un flujo continuo de agua. En esta época también se compran dos tractores, que iban equipados con material de segunda y que se utilizaban para dar respuesta a avisos que no requerían una actuación de urgencia. En este punto, hay un vacío de vehículos y material marcado por el estallido de la Guerra Civil. «En los años 40 todavía se utilizaban los mismos camiones. De hecho, actuaron en la defensa pasiva, trabajando en derribos e incendios«, apunta González.
La nueva tongada de transportes no llega hasta el 1952, cuando se compran dos camiones Dennis como parte de la política de intercambio de naranjas españolas por material británico, muy frecuente en aquellos tiempos. Antes, se había adquirido puntualmente en 1948 un vehículo Ford diseñado para apagar incendios de aviones y que fue utilizado durante la Segunda Guerra Mundial. Este ejemplar tenía la peculiaridad que era capaz de ir a casi 120 kilómetros por hora, pero solo tenía capacidad para 1.400 litros. Durante la posguerra, el cambio de régimen lleva a apostar por la industria nacional y se compran algunos Pegaso. Sin embargo, con los años se volvería a confiar en los Magirus, que eran más fiables y, ya en las postrimerías del siglo XX y principios XXI, también se abriría el mercado a otras marcas como Mercedes Benz, por ejemplo. También se compraron otros vehículos específicos como una bomba urbana ligera o una ambulancia.

Tragedias que marcan y el techo de vidrio
La segunda mitad del siglo XX fue una etapa marcada por un fuerte carácter reivindicativo en el cuerpo de emergencias barcelonés, desembocando en varias mejoras sin las cuales el servicio sería impensable actualmente. «Los bomberos han sido históricamente el altavoz de muchas de las carencias de la ciudad. El año 1962, conscientes del problema que tenían por la falta de agua y con la mirada puesta en lo que se estaba haciendo en grandes metrópolis como Nueva York, en Barcelona pidieron tener bocas de incendio específicas en vez de las de riego», afirma Pedreny. Fruto de estas peticiones, se aprobó una ordenanza que obligaba a cualquier nueva actividad o industria que abriera en la capital catalana a tener un hidrato de incendio a menos de 100 metros. Gracias a esta primera normativa, que marcó el camino a seguir en los años siguientes, hoy en día hay 4.000 bocas específicas para los bomberos repartidas por toda la ciudad. Hasta el 2015, la ubicación de todos estos hidratos y la ruta para acceder a diferentes calles y lugares del municipio estaban marcadas en una especie de fichas con indicaciones que ahora ya se han sustituido por un navegador digital, pero que todavía se conservan en el sótano del Parc de la Vall d’Hebron.

En este museo improvisado también hay referencias a una de las grandes tragedias que ha vivido el cuerpo como fue el incendio de Iberia Radio del 24 noviembre del 1971. En este incidente murieron tres efectivos, que quedaron sepultados al hundirse parte del edificio. Estas muertes causaron mucha indignación entre los agentes, que pedían más seguridad en casos como estos, y acabaron precipitando la aprobación de la primera normativa obligatoria que marcaba las condiciones en las cuales se tiene que actuar cuando hay fuegos declarados en edificios. Otra efeméride que tiene su lugar privilegiado en esta colección de los bomberos es el incendio que destruyó el Liceo el 31 de diciembre del 1994. En el sótano se conservan todavía dos impresionantes vigas de hierro del viejo teatro completamente deformadas en una muestra del poder que tienen las llamas y de cómo pueden afectar a estructuras como estas.

A pesar de que buena parte de la trayectoria del cuerpo está escrita en masculino, las mujeres consiguieron romper este techo de vidrio en la década de los ochenta, cuando entraron a formar parte del servicio las primeras sanitarias, algunas por oposición directa y otras derivadas de hospitales barceloneses. «Dice la leyenda que se olvidaron de poner en las bases de convocatoria de plazas que ser hombre era un requisito y aprobaron las pruebas seis mujeres», relata Dolors Minguell, una de las médicas que se pasaron al cuerpo desde otro centro sanitario. A pesar de no ser un bombero jubilado como sus homólogos masculinos, Minguell participa del grupo de restauración y se siente parte de la «familia» de los bomberos barceloneses. «Me pensaba que tenía el mejor oficio del mundo hasta que llegué al cuerpo. Me hubiera gustado ser bombera, pero eran otros tiempos. Tengo un hijo que lo es y una nieta que lo quiere ser. Ahora estoy aquí para hacer visible el papel de la mujer y porque muchas chicas no saben que pueden serlo«, señala.
La proeza de la falta de fondos
Pasear por el sótano del Parc de la Vall d’Hebron habilitado extraordinariamente como museo es una experiencia fascinante. Conseguir recolpilar y restaurar una colección de este calibre ya es una gesta de por si, pero hacerlo prácticamente sin recursos frota la proeza. Mucho del material conseguido proviene de donaciones de particulares, asociaciones u otros cuerpos de bomberos, que al ver el buen trabajo que hace el equipo de conservación han decidido poner en sus manos aparatos e incluso algún vehículo. Las reparaciones y rehabilitaciones se pagan su gran mayoría gracias a el sobrante del presupuesto anual del cuerpo, que si se cuadra en números verdes va a parar a la plataforma, que utilizando fondos particulares y otras subvenciones y ayudas se las apaña para ir adquiriendo piezas.

Con esta estretègia se han conseguido recuperar en los últimos años algunos de los vehículos donados en 1995 al Museo del Transporte de Castellar de n’Hug, que se encontraban en muy mal estado por haber estado expuestos a las inclemencias climáticas y que fueron repatriados por el consistorio, o una escalera que se remonta hasta el 1909 y que proviene de la antigua fábrica Fabra y Coats de Sant Andreu, que como era una industria textil importante tenía su propio equipo de bomberos. Uno de los objetivos que tienen en mente para incorporar próximamente a la colección es una escalera de 50 metros completamente restaurada que un particular compró en una desechería en el año 1955. «Todavía estamos negociando. Mejor no os digo cuando pedía…», lamenta González.