Solo entrar, a mano izquierda, un escudo con las cuatro barras coronan una muralla medieval que se mantiene casi intacto. Es un aviso de aquello que nos espera pocos metros más allá. La Torre Bellesguard, una de las obras menos conocidas de Antoni Gaudí, es un símbolo de la catalanidad que está inspirado en el rey Martín el Humano –el último de la dinastía Barcelona–, que se alojó en este recinto a finales del siglo XIV. Gaudí se impregnó de la historia que había dentro de estas paredes, abandonadas en 1900, para hacer una «reinterpretación del estilo gótico» que plasmó en un «chalé de verano» que le había encargado el comerciante de harinas Jaume Figueras.
En Bellesguard, Gaudí se siente libre. No se trata de ningún encargo religioso y trabaja para unos amigos. Así, decide emprender un proyecto personal, importante para él. Tal como pasa con las Teresianas o la Cripta de la Colonia Güell, aquí también ensaya algunas técnicas que después aparecerán a la Sagrada Familia. Gaudí acaba su trabajo el 1909. Y ahora, 114 años más tarde, son los visitantes –la mitad extranjeros– los que pasean. Una cincuentena de personas pasan diariamente por la torre. «Son pocas», dice la Anna Mollet, gerente y miembro del Grupo de Investigación Bellesguard, que fija el centenario de la muerte de Gaudí, en 2026, como la fecha definitiva para hacer crecer el museo.

Un anticipo de la investigación: la magia de un vitral
Hasta ahora solo se puede visitar una parte del recinto. El miembro de la cátedra Gaudí, también arquitecto, Galdric Santana, prepara un Plan Director que tiene que servir para poner en marcha la reforma de la parte noble de la casa, que nunca ha salido a la luz. Cuando esto pase, en 2026, la gente conocerá «todos los secretos» que ha descubierto el Grupo de Investigación de Bellesguard en estos últimos años. La lista de sorpresas será larga, dice Santana, que reconoce que la torre «es una de las obras menos conocidas y estudiadas de Gaudí».
Ahora bien, hasta el 2026 todavía queda mucho y el grupo de investigación ha querido enseñar «la punta del iceberg» de sus investigaciones: A la fachada principal, Gaudí diseñó un vitral. ¿Un vitral mágico? La ventana proyecta un juego de luces y sombras muy peculiar que, en función de la estación del año, encaja perfectamente con un óculo situado en una de las columnas. Y por si no hubiera basta, el vitral, que simboliza una estrella de Navidad, coge su máxima brillantez y nitidez el 25 de diciembre. Brillante.

La magia de la estrella podría no acabar aquí. La investigación continúa en marcha y Galdric Santana estudia ahora si el vitral está alineado con Venus. Gaudí sabía que el rey Martín I se había encomendado en Venus, diosa del amor y la fertilidad, porque lo ayudara a tener otro hijo después de la muerte de su único heredero. El vitral podría, pues, incorporar esta parte de la historia. En todo caso, a estas alturas se trata de una simple hipótesis. Pero Gaudí, recuerden, era un amante de los astros. «Siempre decía que un buen arquitecto tiene que saber de astronomía», apunta Santana.
El legado de Martí I
Hace diez años que la Torre Bellesguard está abierta al público. Diez años que han servido al grupo de investigación para ir sumando técnicas y secretos en su libro de anotaciones. El jardín de la casa, por ejemplo, incorpora dos bancos semicirculares que son ejemplo de geometría acústica, una técnica que no se inventa Gaudí, pero que utiliza en diferentes obras. «Podéis sentaros a lado y lado del banco y hablar bajito, da igual, que el de la otra punta te sentirá igual», dice Mollet durante la visita. Un diseño ideal para hacer lavadero que bien aprovechó, dicen los investigadores, Maria Segués y Molins, la viuda de Jaume Figueres.
Esta es solo una de las técnicas que incorpora el arquitecto en la Torre Bellesguard, que combina naturaleza con religiosidad y catalanidad. Una entrada mariana –Gaudí era devoto de la virgen– precede una escala que va acortándose a medida que va cogiendo altura. No es casualidad. Los castillos medievales construían la parte alta de la escala más estrecha para poder defenderse. Siempre será más fácil luchar en bajada que en subida, y la espada, que acostumbra a ser larga, será imposible de desplegar en un espacio de no más de tres palmos. Nadie nunca se atrevió a atacar la genialidad de Gaudí. Tampoco estaba entre los planes. Simplemente, se trata de otro homenaje del arquitecto catalán al pasado medieval de la finca.

Bellesguard, símbolo de la catalanidad
Arriba de todo, el pináculo –pareciendo a los que coronan la Sagrada Familia– también deja detalles de la Cataluña medieval. A la cruz superior aparece la corona de Aragón, la cual tenía seis puntas. «Cuando lo descubrimos, empezamos a ver coronas a los techos, troceado [trencadís en catalán] y por todas partes», explica Mollet. La parte inferior de la punta acaba con una nueva señera, que Franco, por cierto, obligó a «tapar de gris» durante la dictadura.
El último secreto de la torre –como mínimo, por ahora– también está en el tejado. «Nos costó mucho encontrar. Todos los Gaudí tienen un dragón, pero aquí no lo vemos«, explica a los medios Mollet. El arquitecto no lo diseñó en un troceado, tampoco lo pintó a la fachada. Son dos ventanas acompañando la esquina superior del edificio; vistas con perspectiva, recrean la cara de un dragón. «Siempre hay uno», insiste Anna Mollet, orgullosa del hallazgo, mientras sube a la terraza superior del edificio para cerrar la visita. «Bellesguard debe su nombre en este espacio», anticipa la guía. Allá esperan unas visitas 360 magníficas de la ciudad de Barcelona. «Recordamos que Bellesguard se puede traducir por ‘Buen resguardo’ o por ‘Bella Vista'», se oye de fondo.
