El 20 de noviembre se cumplirá el cincuenta aniversario de la muerte de Francisco Franco. La conmemoración del fallecimiento del dictador español prevé toda una serie de actos, jornadas y charlas que tratarán la transformación social, económica e institucional que ha experimentado España desde el inicio de la Transición en 1975. Uno de los enfoques quizás más interesantes sobre el legado del franquismo es el que plantea Eroding Franco, un proyecto del periodista y fotógrafo documentalista Jordi Jon Pardo (Cambrils, 1996) que reflexiona sobre la huella ambiental que dejó la dictadura (1939-1975) sobre el territorio y el modelo económico que aún predomina en el Estado.
Una serie de casualidades afortunadas han hecho que esta iniciativa -que se remonta a 2019- haya terminado fructificando el mismo año que se celebra la primera mitad de siglo desde la muerte del dictador. Lo hace a través de una exposición eminentemente fotográfica que se puede ver gratuitamente hasta el próximo 15 de marzo en el Centre Cívic Pati Llimona, en pleno barrio Gótico, y que sirve como un grito de alerta sobre el aparentemente imparable avance de la desertificación. El TOT Barcelona visita la muestra de la mano de su joven autor, flamante ganador de la quinta edición de la Beca Joana Biarnés que impulsa la Fundación Photographic Social Vision, responsable del World Press Photo Barcelona.

La alerta desoída y mantras perpetuados
El recorrido arranca con un artículo del geógrafo James J. Parsons, que en 1973 ya alertaba sobre el impacto que el turismo de masas podría acabar teniendo sobre la costa catalana y española. La apertura sin medida del régimen franquista a este modelo turístico marcaría junto con la agroindustria y la construcción los grandes pilares del desarrollo económico del Estado para las siguientes décadas. «En los años sesenta debería haber habido un espacio de reflexión sobre estas ideas y su impacto medioambiental, pero, en vez de eso, nos dedicamos a potenciarlas sin cuestionarlas«, asegura Pardo. Una recopilación de postales de localidades costeras como Salou o Lloret de Mar muestran la evolución a lo largo de los años de esta marca España, que permitió aumentar el número de turistas de medio millón en los años cincuenta hasta los 35 millones a mediados de los setenta.
Esto se tradujo en la creación de grandes complejos hoteleros y turísticos a lo largo del litoral, generando un impacto innegable en la orografía de lugares como Benidorm o la mallorquina Costa de la Calma, donde actualmente la época vacacional es prácticamente «interminable», no solo por la presencia constante de visitantes, sino también por los efectos del calentamiento global. «Tenemos una cultura de la destrucción. Ningún otro estado europeo ha podido construir un imperio turístico de la manera en que se hizo aquí y a costa de un entorno que ya era frágil de por sí», afirma el periodista, que relaciona directamente esta construcción desbocada con muchos de los conflictos medioambientales que sufre hoy en día el territorio. A la cabeza de estos problemas se erige la desertificación, que -según datos del Ministerio de Medio Ambiente- podría afectar al 80% de la superficie de la península a finales de este siglo. Una proyección extremadamente preocupante que contrasta con una enfermiza obsesión española por las piscinas, que hace que ahora mismo haya una por cada 35 habitantes.

La paradoja del olvido
Más allá del boom turístico, la apuesta por la agroindustria del régimen franquista convirtió el sur de la península en el mal llamado «huerto de Europa», pasando de un modelo basado en la autarquía y la autosuficiencia a otro expansivo, poniendo sobre la mesa unas prácticas insostenibles que son en buena parte responsables de los problemas actuales con la gestión del agua, tal como defiende Pardo y ya alertaban científicos como Parsons hace prácticamente medio siglo. Son pruebas fehacientes el inabarcable mar de plástico almeriense, considerado el invernadero más grande del mundo y cultivado por un ejército de temporeros en condiciones muy precarias, o los cerca de 500 pueblos engullidos por la construcción de presas y embalses. En una exposición donde el territorio es el gran protagonista, una de las pocas voces humanas que asoma es la de Teresa, una de las vecinas de Argusino (Zamora), uno de estos pueblos desaparecidos en 1969. «Ella me explicaba que su madre estaba bajo el agua y que, cuando había épocas de sequía, iba a visitarla al cementerio. La desertificación también es eso, un fenómeno que nos ha deshumanizado mucho», reflexiona el periodista.

El ejemplo quizás más claro de estos vestigios deshumanizadores que expone el autor lo encontramos en Torremolinos (Málaga). El parque acuático Aqualand se erige actualmente sobre el terreno que antes ocupó un campo de concentración franquista sin que haya ninguna referencia al pasado oscuro de este lugar. «Donde debería haber un espacio de memoria hay un parque temático dedicado al turismo de masas. Creo que esto refleja muy bien el alma del proyecto: esta erosión de la memoria que también es la desertificación», apunta Pardo. Esta especie de olvido impuesto tiene su contrapunto perfecto en Monteagudo (Murcia), donde la figura de un Cristo corona los cimientos de un antiguo castillo islámico. El periodista presenta este vestigio franquista -que fue construido durante la dictadura de Primo de Rivera, derruido durante la Guerra Civil y reconstruido por Franco en 1951- de una manera bastante peculiar, a través del reflejo de un escaparate donde un maniquí parece observar detenidamente la escena. «Es como un creyente que no cuestiona todo este legado de la dictadura», subraya.

La técnica del reflejo es una de las pocas licencias artísticas que Pardo se ha permitido en un trabajo profundamente periodístico y de investigación, donde no ha utilizado ningún tipo de postproducción, más allá de la superposición de algunas imágenes, o de la intervención lumínica puntual en fotografías como la de la encina del Valle del Almanzora (Almería), el árbol más grande de Andalucía que, después de siglos de historia, ahora luce apuntalado porque se está muriendo por los efectos de la desertificación que asola la zona. Todo un aviso para navegantes de las consecuencias catastróficas que puede tener la crisis de desertificación en el Estado, sobre todo si tenemos en cuenta fenómenos climáticos que parecen cada vez más frecuentes como las lluvias torrenciales o los incendios forestales. «No sé si me toca a mí ser optimista o no. Yo dejo las evidencias del proyecto para que cada uno saque su propia conclusión. ¿Si me preguntas? Pienso que es imparable y que la desertificación ya va más allá del avance del desierto», sentencia el autor.