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El pintor barcelonés que nunca dejó la ‘fiesta’ de París

París era una fiesta y la fiesta estaba en París. Este juego de palabras -parafraseando la mítica obra autobiográfica de Ernest Hemingway- explica muy bien el impulso casi místico que sintieron muchos artistas catalanes a principios del siglo XX, cuando se dirigieron a la capital francesa para formar parte de aquel universo creativo en plena efervescencia que daría lugar a las vanguardias. Los suburbios de la llamada Ciudad de la Luz acogieron hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 a una numerosa colonia de pintores, ilustradores, músicos, intérpretes, escritores y periodistas de nuestra tierra que encontraron en los bajos fondos parisinos el ecosistema ideal para dar alas a su libertad creativa y de pensamiento, al tiempo que se hacían un lugar en el gran escaparate cultural y artístico de la época.

Nombres como Santiago Rusiñol, Ramon Casas, Isidre Nonell, Pau Casals, Lluïsa Vidal o Enric Granados vivieron una temporada a una orilla y otra del Sena, entre las cimas urbanas de Montmartre y Montparnasse. Allí coincidieron con un barcelonés de adopción como era Pablo Picasso, que con solo 19 años hacía su primer viaje a la capital francesa de la mano de uno de sus mejores amigos del momento, el también pintor Carles Casagemas. Ambos formaron parte de esta colonia catalana en París, que ha inspirado la exposición De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914. En esta muestra, que se puede ver hasta el próximo 30 de marzo en el Museo Picasso de Barcelona, se entrelazan obras de una veintena de autores con fotografías, vídeos y música de la época, todo con la voluntad de ofrecer al visitante una pequeña ventana a aquella vida bohemia de cafeterías, burdeles y cabaret.

Una de las salas de la exposición De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914 / Miquel Coll (Museu Picasso de Barcelona)
Una de las salas de la exposición De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914 / Miquel Coll (Museu Picasso de Barcelona)

Casagemas es uno de los protagonistas secundarios que pasan de cierta manera de puntillas por la exposición. Su corta trayectoria -tenía solo 20 años cuando aterriza en la capital francesa- y su final trágico lo han convertido en una especie de mito, ligando de manera indisoluble su figura a la de Picasso y eclipsando una producción artística breve, pero nada desdeñable. Ahora hace justo 10 años, la exposición Carles Casagemas. El artista bajo el mito, que tuvo lugar en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), ya exploraba la faceta más creativa de este controvertido personaje. Un talento prometedor truncado por los excesos y la vorágine autodestructiva de aquellos primeros años en los suburbios de la capital francesa que pasaría a la historia como gran impulsor del período azul del pintor malagueño.

Pablo Picasso. Retrato de Carles Casagemas. 1900. Óleo sobre lienzo / MPB-110.022
Pablo Picasso. Retrato de Carles Casagemas. 1900. Óleo sobre lienzo / MPB-110.022

Un burgués entregado a la bohemia

La trayectoria vital de Casagemas la podemos trazar en detalle gracias a la investigación del historiador Eduard Vallès, que fue comisario de la muestra de 2014 en el MNAC. Él llegó a la figura del artista barcelonés a través de Picasso y pudo profundizar gracias al contacto con un familiar del pintor catalán en agosto de 2008. A partir de ahí se gestó durante seis años el contenido que acabaría exponiéndose en este monográfico del joven retratista. Nuestro protagonista nace el 28 de septiembre de 1880 en la finca del número 57 de la calle del Conde del Asalto de la capital catalana, la actual Nou de la Rambla, en el seno de una familia acomodada. Su padre era el empresario Manuel Casagemas, vicecónsul de Estados Unidos en Barcelona y administrador del Banco de Cataluña. Su madre Neus Coll, hija de una familia con propiedades en Sitges. Tenía seis hermanos, entre los cuales destaca la compositora Lluïsa Casagemas.

Se formó artísticamente a los 16 años en el taller de escenografía de Fèlix Urgellès y tuvo mucha relación con algunos de los miembros de la llamada Colla del Safrà, un grupo de pintores integrado por personalidades del calibre de Joaquim Mir, Ramon Pichot o Isidre Nonell. Casagemas era uno de los parroquianos habituales de la taberna Els Quatre Gats, uno de los puntos neurálgicos de la bohemia barcelonesa de la época y donde expuso su obra aún incipiente en hasta cuatro ocasiones, recibiendo una acogida notable entre el público y la prensa. Es en este ambiente creativo de finales del siglo XIX cuando conoce Picasso, de casi la misma edad y con quien encaja de inmediato. El vínculo entre ambos se hizo tan estrecho que desde enero de 1900 hasta el otoño compartieron taller en un local del número 17 de la calle de la Riera de Sant Joan. Antes, el barcelonés estaba instalado en un espacio en los bajos de la finca familiar.

Picasso, Ángel F. de Soto y Carles Casagemas en la terraza familiar del primero, en la calle de la Mercè c. 1900. Fuente: Archivo Eduard Vallès, Barcelona
Picasso, Ángel F. de Soto y Carles Casagemas en la terraza familiar del primero, en la calle de la Mercè c. 1900. Fuente: Archivo Eduard Vallès, Barcelona

París estaba en boca de todos desde la celebración de la Exposición Universal de 1889. No solo el panorama cultural tenía los ojos puestos en la capital francesa, sino que prácticamente el mundo entero deseaba conocer más del latido de sus calles, plazas y locales. Era la cuna de la Belle Époque. Con el anuncio de la Exposición Universal de 1900, esta fascinación no hizo más que aumentar como demuestran las crónicas de aquellos años que tanto Casas, en la revista Pèl & Ploma, como Rusiñol, en La Vanguardia y L’Avens, enviaron desde tierras parisinas. Casagemas y Picasso soñaban con respirar aquel aire de modernidad y entre finales de septiembre y principios de octubre de ese mismo año se embarcaron en su primera aventura en la Ciudad de la Luz.

París, su femme fatale

Las primeras jornadas en la capital francesa fueron frenéticas. Los dos jóvenes fueron saltando de alojamiento en alojamiento al ritmo de la comparsa parisina hasta que se pudieron instalar en un estudio en el número 49 de la Rue Gabrielle, a los pies de Montmartre, que les acabó cediendo Nonell tras abandonar la ciudad. Allí conocieron a algunas de las modelos que habían posado para el pintor también barcelonés, entre ellas Laure Gargallo, más conocida por el apodo de Germaine. Casagemas se enamoró locamente de esta joven, que trabajaba como bailarina en algunos cabarets y a quien le dedicará varios retratos. Estas obras son de las pocas que se conservan de esta etapa del artista, más allá de dos paisajes al óleo magníficos de Montmartre y un pastel de una escena de baile. En noviembre, reciben la visita del marchante Pere Mañach, que le compra algunas piezas, y del también pintor Manuel Pallarès, a quien la madre de Casagemas, preocupada por su hijo, encarga antes de partir desde Barcelona que le eche un vistazo.

Germaine Gargallo en una fotografía de autor desconocido del año 1905
Germaine Gargallo en una fotografía de autor desconocido del año 1900

La preocupación de la progenitora no era fútil. Con cada borrachera, la obsesión enfermiza por la Germaine crecía. La llegada de las fiestas de Navidad se dibujaba como un pequeño oasis para tomar distancia del ritmo frenético parisino. Casagemas y Picasso vuelven a la capital catalana para ver a la familia y se van a pasar el Año Nuevo en Málaga porque el segundo quería pedir dinero a su tío para poder sufragar la exención del servicio militar. Allí, se alojan en el Hostal Las Tres Naciones y frecuentan la noche malagueña. El alcohol continúa haciendo estragos en la salud mental del pintor barcelonés, que no deja de escribir cartas a su amante parisina, que estaba casada y que no podía corresponderle como él quería. Una discusión entre los dos acaba con Picasso abandonando a su amigo para ir a Madrid. Casagemas vuelve a Barcelona, donde recibe una visita fugaz de la joven francesa antes de trasladarse a la capital española, en un intento de hacer las paces con el genio malagueño.

Carles Casagemas / Mujer en un café [Germaine Gargallo] (1901) / Museu Picasso de Barcelona
Carles Casagemas / ‘Mujer en un café’ [Germaine Gargallo] (1901) / Museu Picasso de Barcelona

El resultado fue infructuoso y, a mediados de febrero, el artista barcelonés tomó rumbo a París por segunda y última vez. Se alojó en el nuevo taller de Pallarès, en el número 130 del Boulevard de Clichy. Después de solo unos días en la capital francesa, el 17 de febrero de 1901, Casagemas decide invitar a sus amigos a cenar en el Café de l’Hyppodrome, justo debajo del estudio. Acuden Pallarès, el escultor Manolo Hugué y Germaine acompañada de una amiga. Tras la velada, en medio de una discusión con su amante parisina, nuestro protagonista sacó una pistola que llevaba en la chaqueta y disparó contra la mujer, que resultó ilesa. A continuación, se colocó el arma a la altura de la frente, en la sien derecha, y disparó un segundo tiro para suicidarse.

Picasso, Pichot y las cartas

La investigación de Vallès permitió arrojar un poco de luz sobre los últimos instantes de vida de Casagemas. Justo antes de disparar los dos tiros, el pintor puso sobre la mesa siete cartas, una de las cuales dirigida al prefecto de policía de París del momento, Louis Lépine, y las otras dirigidas a amigos suyos que entonces vivían en la capital francesa o en Madrid, lo que hace suponer que una de las misivas iba dirigida a Picasso. El contenido de estos escritos, sin embargo, es desconocido. Las cartas eran pruebas policiales que se destruyeron años después. Sobre nuestro protagonista, sabemos que este no era el primer intento de suicidio. Ya había tenido uno antes de los 16 años en Barcelona, según recoge el testimonio de Hugué. Este hecho explicaría la preocupación de su madre y el encargo que hizo a Pallarès. En este segundo intento, lo logró, pero no de manera instantánea. Fue trasladado gravemente herido al Hospital Bichat, donde terminó falleciendo a las once de la noche de ese mismo día.

El trastorno por la muerte de Casagemas generó un impacto indudable en la vida y la obra de Picasso, quien le dedicó varias obras como Casagemas en su ataúd (1901), La muerte de Casagemas (1901) y El entierro de Casagemas (1901). Como si quisiera repetir los pasos de su amigo, el malagueño tuvo una breve relación de unos meses con Germaine tras el fallecimiento del artista barcelonés. La mujer lo dejó en 1902 por otro de los miembros de aquella colonia catalana en la capital francesa como era Pichot, con quien se casaría en 1908 y residiría hasta la muerte del pintor en 1925. Germaine y Picasso retomarían años más tarde la amistad, manteniendo contacto epistolar hasta el fallecimiento de la francesa en 1948. En cuanto a Casagemas, su cuerpo sin vida nunca abandonó París. Las indagaciones de la historiadora del arte Dolors R. Roig permitieron localizar su tumba en el Cementerio de Saint-Ouen, en las afueras de la ciudad francesa.

Carles Casagemas, 'Autorretrato', c. 1900. Colección Artur Ramon, Barcelona (MNAC)
Carles Casagemas, ‘Autorretrato’, c. 1900. Colección Artur Ramon, Barcelona (MNAC)

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