La Barcelona más canalla también existe, y ha existido. Y en la ciudad había un edificio que, cuando fue derribado, se llevó un montón de secretos. De amores furtivos, la mayoría prohibidos. La Casita Blanca, en la calle Bolívar, 2-4, esquina República Argentina, fue un «hotel por horas» que muchos barceloneses y barcelonesas conocerán, de primera mano o de oídas, y que cerró sus puertas en el año 2011. Fue toda una institución en la ciudad. Tanto para quienes habían conocido sus habitaciones, con espejos en el techo y las paredes, o su aparcamiento, donde los coches esperaban a sus dueños con la matrícula tapada para no ser delatados, como para quienes conocían a alguien que había buscado allí refugio para un amor prohibido.
Un siglo de secretos amorosos
Comenzó a funcionar en el año 1912, cuando la finca fue adquirida por la familia Sendra, que transformó la marisquería que había hasta entonces en un meublé. Pero fue derribado en el año 2011 debido a un proyecto de reforma urbanística que lo afectaba. La Casita Blanca –su nombre podría venir del hecho de que en la azotea siempre había sábanas blancas tendidas– había sobrevivido a los años de guerra y al franquismo, hasta el punto de que en 1945 se convirtió oficialmente en un hotel con habitaciones por horas. Pero entre 1970 y 1977 fue clausurado porque un juez interpretó que se trataba de un local donde se ejercía la prostitución.
Reabrió y sobrevivió hasta que en 2011 tuvo su sentencia de muerte, no porque no tuviera demanda, sino por razones urbanísticas. El Ayuntamiento expropió el edificio por 7,4 millones de euros y puso fin a toda una institución en la ciudad. Sea como sea, la memoria popular de la ciudad incluye este edificio, pero también ha dado lugar a películas como La Casita Blanca, la ciutat oculta de Carles Balagué (2002) o Meublé. La Casita Blanca de Sílvia Munt.
Incluso tiene una canción de Joan Manuel Serrat: