El año 1981, el alcalde Pasqual Maragall tenía una obsesión. Narcís Serra se había justo marchado a Madrid, llamado a formar parte del Consejo de Ministros de Felipe González, y su sucesor quería «llenar las calles de vida». Es el recuerdo que tienen los primeros trabucaires de Barcelona, entonces consejeros socialistas del distrito de Sant Andreu. «De los diez que fundamos la ‘colla’ lo éramos todos menos uno», recuerda años más tarde Joan Damià. «El único objetivo era recuperar la calle, después de que el 1981 se organizara el primer pasacalle de la democracia, con cuatro castelleros, una banda de música y unos cabezudos hechos en una escuela. Simplemente, había ganas de salir a la calle», comenta Joan en conversación con el Tot Barcelona. El distrito debía de quedar embelesado, pues semanas después encargó a los gigantes de Sant Andreu, la chispa que creó lo que ahora conocemos como Germandat Andreuenca. Curiosamente –nos lo explicará más tarde– los permisos, un cambio de mentalidad y los gastos amenazan ahora la tradición.
«El distrito los había comprado, tenía los gigantes y nada más», continúa recordando Joan. «Y esto que la intención inicial era hacer de trabucaires, porque no había gigantes», añade Ricard Pla, uno de los que cogió el relevo. «El PSC nos dijo que ya los tenía, pero necesitaba alguien que los hiciera bailar. Me dicen: ¿No tenéis pensado hacer un grupo de trabucaires? Sí. ¿Cuántos sueldo? Diez. ¿Pues porque no los sacáis vosotros a bailar?». Así empieza todo, dice Joan, que recuerda con nostalgia aquella primera salida. «Fue casi una imposición», le dice Ricard. «Todos habíamos estado escuchas de Sant Lluís de Sant Andreu. Éramos todos amigos, desde el regidor a los consejeros».

La entidad andreuensa empezó su camino el 1982 con la ilusión de acercar la cultura trabucaire en Sant Andreu, se inició en el mundo geganter y ha incorporado a los grallers. La Germandat de Trabucaires, Geganters y Grallers de San Andreu se refundó el año pasado en la Germandat Andreuenca, para ser «más transversales y representativos», y ahora cuenta ahora con cerca de cien socios, la mayoría geganters. Lejos queda de aquella época en que una decena de trabucaires abrieron a otras colles de Barcelona. A los trabucaires de Sant Andreu, ahora hay que sumar los de Perot Rocaguinarda, los de Gracia y una colla más en Sant Antoni.
Cambio de mentalidad
De los años ochenta ha quedado un recuerdo nostálgico que mezcla inconsciencia e ilusión. «Conseguí el permiso de arma y me pensaba que ya podía hacer lo que quería», dice ahora Joan Damià. Con nostalgia, rememora la inocencia de una época que lo llevó a comprar un trabuco en una tienda de antigüedades de Calafell y a sufrir un choque con la Guardia Civil. «¿Oiga, pero qué hacen ustedes aquí?», dice que les preguntó un agente cuando se disponían a usar los trabucs en Collserola. «No teníamos ningún trámite hecho, solo un trabuc comprado en una casa de recuerdos». Aquella anécdota precede los pasacalles de 1982 y toda la historia trabucaire que va detrás. Joan Damià asegura que en Sant Andreu también nació la Coordinadora de Trabucaires de Cataluña, después de un primer encuentro de éxito a Vilanova. «Hubo un iluminado de Vilanova que hizo un encuentro de toda Cataluña. Y de allá salió la idea de hacerlo cada año. Nos encargamos nosotros porque, estando en Barcelona, era más fácil y rápido conseguir permisos. Imagínate las ganas de la gente de salir a la calle». De aquello ya hace más de treinta años.

Obviamente, era otra época, mucho más machista. La de Sant Andreu es una de las primeras ‘colles’ trabucaires que acepta mujeres, una decisión que generó controversia en la Coordinadora de Trabucaires de Cataluña, según el que explican Joan Damià y Ricard Pla. «Aquello de dejar entrar una mujer en la ‘colla’ era demasiada. Era una pasa, había mucho machismo», comenta el primero. «Incluso algunas pandillas se dividieron porque algunas mujeres se querían apuntar», explica el segundo, más joven. Pero Sant Andreu tampoco era un barrio idílico ni una burbuja impermeable al machismo de la época. «En un inicio también costaba, estábamos baldados de aquel machismo», comenta Joan, que todavía recuerda el nombre de trabucaires pioneras. «Pero después sí que queríamos que entraran, entraron Helena y Teresa. Y a partir de aquí continuaron entrando más».

«Es demasiado caro»
La tradición trabucaire ha ido adaptándose y modernizándose. Ricard relata toda una serie de adaptaciones que las ‘colles’ han ido incorporando a los desfiles, desde zonas libres de ruido a trabucos menos explosivos. Por este u otros motivos, la tradición que empieza en los años 1600 en Solsona y Súria, que ha sufrido las embestidas de las crisis económicas, ya no es tan popular como antes. Los trabucaries no son la explosión que eran en los años ochenta y viven a rebufo de los castelleros o los gigantes, más extendidos en Barcelona y, en ciertos sectores de la sociedad, incluso más aplaudidos. «Todavía se incorporan los hijos de algún miembro de la ‘colla'», comenta Ricard, reticente en todo caso a aceptar una falta de relevo generacional. Sea como fuere, la afición por el trabuco es muy cara, hecho que dificulta la incorporación de personas ajenas a la cultura popular.
En la Germandat Andreuenca solo quedan una quincena de trabucaires. «Ser geganter no es caro, pero ser trabucaire sí. Entre una cosa y otra, de entrada te puede costar 1.600 euros», explican. Los 800 euros de una arma, los 400 del uniforme y los 78 de la pólvora –que además, hay que seguir comprando de nueva para cada fiesta– son un gasto inicial que frena nuevas incorporaciones. Y después suma el permiso de armas y un cursillo, que se hace con la Coordinadora y la Curada Civil. Mucho gasto, pero también mucha logística. ¿Os cuesta, pues, mucho convencer la gente? «Imagínate que quieres ser trabucaire y vengo yo y te digo: Mire, haz la revisión del médico, sácate el permiso de arma, cómprate el arma, el uniforme, la pólvora… ¡qué me tienes que decir!».