Cuando pasan unos minutos de las nueve de la mañana, la plaza del Sol está prácticamente desierta. Debe ser uno de los pocos momentos en los que este punto neurálgico de la Vila de Gràcia presenta este estado letárgico. El pavimento aún está mojado por el paso de los servicios de limpieza y los establecimientos comienzan a subir tímidamente las persianas. Nada que ver con el bullicio que tendrá cuando se acerque el mediodía y las terrazas acaben invadidas por turistas, una ocupación que se prolongará hasta la madrugada. No hay lugar más idóneo para citarnos con Alba Gómez Gabriel, flamante ganadora del 44º Premio BBVA Sant Joan con su novela debut Jo soc l’última plaça (Edicions 62). Aprovechamos este momento de tranquilidad para observar detenidamente la plaza en la que la periodista vivió hasta hace seis años y que ha convertido en escenario de su ópera prima, que ha visto la luz después de ocho años de confección.
Algunos vecinos nos miran desde sus ventanas y balcones, un poco como la protagonista de la novela, una vecina que tras ser desahuciada se instala en el hotel -entonces aún en obras- de la plaza y observa con sus prismáticos todo lo que ocurre. Nos dirigimos en busca de una cafetería abierta [«Aquí no hay ninguna que sea de currelas, si no abrirían a las diez«, dice]. Por el camino descubrimos que un restaurante de menú clásico se ha transformado en un local de ramen y acabamos en un pequeño bar donde cobran suplemento por la leche de avena. Todo un buen caldo de cultivo para una conversación que girará en torno al derecho a la vivienda, la gentrificación y una ciudad escaparate que expulsa a sus vecinos y borra su rastro.
¿Vuelves a menudo a la plaza del Sol?
A veces, paso paseando.
¿Cómo era vivir allí?
Lo vivía como una experiencia interesante y sugerente. Encontraba inspirador vivir en una plaza. Quizás por eso quise que apareciera este ecosistema en la novela, porque ocurren muchas cosas.
En este tiempo debe haber cambiado bastante.
Cuando yo vivía allí aún no era muy hostil. Sí que se estaba transformando, había mucho ruido y algunos vecinos ya estaban organizados contra eso, pero yo todavía le veía un punto de pueblo. Veía a las abuelas que iban a comprar, la calma, las familias… Y luego por la noche cómo se transformaba en un espacio de encuentro más festivo. Pensaba que tenía muchas caras y eso me gustaba.
La protagonista de la novela la observa desde una ventana, un poco como en La ventana indiscreta (1954) de Hitchcock. ¿Hacías lo mismo?
Mi balcón daba a la plaza y salía mucho a mirarla, pero nunca con una intención más profunda como en la novela. Sí que veía ese hotel que ahora está en funcionamiento y en aquel momento eran unas obras…
Y te lo imaginabas como uno de los escenarios.
Sí. Todos los escenarios que tienen mucho peso en la novela tienen una parte de verdad y una de imaginada. Quería que tanto la plaza como el resto de espacios fueran un poco simbólicos. El hotel tenía un punto metafórico porque estaba pensado para extranjeros y se estaba construyendo para acabar de gentrificar un poco más la plaza. Encontré que era adecuado que hubiera un personaje que se instalara dentro.
La inspiración de la novela, sin embargo, viene de una anécdota personal.
Pocos días después de ir a vivir a un piso de alquiler, se me presentó una mujer que explicaba que ella había vivido en ese piso y que le habían subido tanto el alquiler que al final no había podido pagar. Fue muy impactante. Normalmente, vas a vivir a un lugar y no sabes muchos detalles. Me quedé impactada con la conversación y comencé a imaginar cómo es la vida de una persona así. A partir de ahí todo es inventado, no sé nada de esta mujer y tampoco hubo manera de ayudarla.
Casos como este parecen estar a la orden del día.
Tú puedes querer arraigar en un lugar y el sistema no te deja. Es una de las vulnerabilidades más profundas que sufrimos las vecinas de Barcelona. Hace ocho años no tenía esta visión tan catastrófica. Cuando empecé a construir la historia pensaba más en los personajes, en una plaza que sí que estaba en transformación… Pero, como mi proceso de creación se alargó, mi mirada sobre la ciudad se fue transformando un poco inconscientemente y al final acabé haciendo algunos giros en la historia que respondían a lo que veía que estaba pasando.
Sin hacer spoilers, ¿de ahí viene el giro final?
Sí, lo hice hace poco relativamente. Veo que la ciudad nos la están quitando a las personas que solo quieren vivir dignamente. Cada vez es más inaccesible. Si yo estoy narrando la ciudad, tiene que pasar algo en mis personajes, en su finca, en su espacio, que refleje también eso.
No te gusta hablar de novela-denuncia, pero ¿no crees que esto suena a grito de alerta?
No es que no me guste y que no crea en la literatura social o política. Precisamente porque creo en ella, me da miedo que si la novela se explica solo desde un intento de denunciar pueda generar falsas expectativas. Creo que la he construido diferente, mucho desde el estilo, los personajes y las emociones. Pero, es evidente, que no es neutral y que sitúo un escenario en el que está mi mirada sobre la ciudad.

Utilizas el colapso de un espacio pequeño para explicar el de una ciudad.
Es muy complejo hablar de la ciudad. Por eso decidí ir recortando el espacio que aparece en la novela hasta la plaza, que es un escenario interesante porque ocurren muchos tipos de personajes y puedes mostrar cómo se transforma. Es un ecosistema. Y quise aún poner más el foco en una finca, en lo que ocurre dentro y fuera. Una doble mirada.
En esta finca también conviven la vulnerabilidad y la resistencia.
Estamos narrando un proceso de degradación o de pérdida, pero al mismo tiempo quería que tuviera un punto de luz. Algunos personajes se resisten y deciden no marcharse porque se sienten vecinos. Aunque alguien te expulse, nadie puede decidir que no eres vecino. Esta ciudad tiene memoria, no la podemos liquidar así como así cada vez que desaparecen personas, vínculos o vidas. Las tenemos que recordar y, por eso, el hecho de negarse a ser expulsados es un mensaje de resistencia.
¿Y de esperanza?
Como vecina pienso que también hay un espacio de resistencia individual. A veces no nos damos cuenta de que nuestras decisiones tienen efectos sobre los demás. Quizás algo tan sencillo como pensar en ello, ya supondría un cambio. Hay una fuerza centrífuga que nos hace vivir una vida muy individualista.
Otra fuerza centrífuga presente en la novela es la gentrificación.
Aparece de manera bastante sutil, a través de algunos matices y de las lenguas que se pueden escuchar en la plaza, pero no es el tema de fondo. La gentrificación es una fuerza que expulsa a mucha gente que intenta hacer vida en la ciudad. Quería que estuviera presente, pero en la atmósfera, no de manera descarada porque no es un retrato sobre eso.
Los diferentes personajes parecen poner rostro a estas problemáticas. ¿Buscabas humanizarlas?
No quería que a los personajes les pasaran cosas muy extraordinarias, sino que pudieran ser vecinos o nosotros mismos. Sí que hice un poco de trampas, construyéndoles a todos un destino similar sin que ellos lo supieran. Cada uno vive una batalla íntima personal, está perdiendo algo que los llevará a un lugar nuevo. Me interesaban sus luchas cotidianas, como perder el trabajo, intentar vivir un duelo o tener una relación sexoafectiva digna. Todo mientras pierden en el fondo su ecosistema y esta ciudad vivible.

Uno de estos personajes es precisamente la misma plaza.
Al principio no hablaba la plaza, pero pensé que, si quería que hubiera muchas voces conviviendo -quien vive dentro, quien vive fuera, quien ha sido borrado, quien está intentando subsistir-, el escenario podía hablar. La construí como una especie de coro griego que sabe lo que ocurrirá, conoce cosas que los otros personajes no pueden explicar y nos va acompañando, estructurando un poco la acción. Anticipa lo que pasará y puede explicarnos el final de algunos personajes. Quería combinar un plano muy realista con otro más onírico, que no todo fuera costumbrista.
Nuestros hogares en muchos casos nos sobrevivirán. ¿No estamos todos un poco condenados a convertirnos en personajes borrados?
Hay muchas formas de liquidar, de ser apartado de la mirada de los demás. No es lo mismo intentar sobrevivir en la calle y que nadie te mire cuando pasa por ahí que ser víctima de un sistema depredador que te expulsa de un lugar y borra tu memoria. Hay muchos niveles de precariedad y de invisibilización y el sistema nos podría borrar a todos.
Todos somos potencialmente vulnerables.
A veces vivimos un poco desde la superioridad moral. No miras a una persona porque piensas que está tan degradada que no tiene una vida. Pero ella también te mira y ve tus miserias, aquellas que no ves porque estás en la rueda del sistema.
Ya hace seis años que no vives en la plaza del Sol. ¿Piensas alguna vez en la persona que ocupa ahora tu piso?
Es interesante eso… Esa persona no debe saber nada de mí. Sé seguro que paga más de lo que pagaba yo. Cuando paso por allí, se me mezcla la nostalgia de mirarme un espacio donde he vivido con una sensación de no saber exactamente qué debe ocurrir ahora dentro. Quizás es un poco este enigma lo que nos inspira a escribir, querer entrar dentro de un espacio y hablar de lo que hay más allá de la superficie.