El Bar La Plata es un superviviente. Este negocio abierto en el año 1945 de la mano de Josep Marjanet y Joaquima Planas es de los pocos comercios de toda la vida que aún mantienen la persiana levantada en la tierra quemada de establecimientos en que se ha convertido el barrio Gòtic a causa de la gentrificación. El pasado 31 de octubre, la segunda generación de la familia al frente del local ubicado en los bajos del número 28 de la calle de la Mercè celebró sus 80 años de historia invitando al día siguiente a casi dos horas de barra libre de bebida y peixet frito, uno de los platos estrella de la casa.
El negocio mantiene esta receta marinera como el gran reclamo de una carta que solo cuenta con tres platos más: la ensalada de tomate, cebolla y aceitunas; las barquetas de anchoa y el pincho de butifarra. El resto son bebidas, principalmente un imperdible vermut de la casa –«sin hielo ni naranja ni aceitunas, para no alterar su sabor único»- y el vino que sirven «de la bota al porrón». Tampoco sirven cafés. Se mantienen fieles a un abc culinario que les ha permitido sobrevivir durante más de ocho décadas.
Ruta por una treintena de bares
Hace unos días, el establecimiento compartió a través de las redes sociales un precioso recuerdo que hacía referencia a todos aquellos negocios históricos del barrio que a lo largo de los años habían desaparecido o cambiado de manos hasta perder su esencia original. Lo hizo rememorando la ronda de tasques que se popularizó en la década de los sesenta alrededor de las calles de la Mercè, Colom, Regomir y Ample. «Había una treintena de bares que componían la senda de los elefantes, por las trompas que había. Consistía en tomar una tapa y un vaso de vino en cada bar», relataba el local superviviente.
En 1960 se había popularizado hacer la ronda de tascas en la calle Mercè y sus aledañas: Ample, Colom, Regomir… Había una treintena de bares que componían la senda de los elefantes, por la de trompas que había. Consistía en tomar una tapa y un vaso de vino en cada bar (1/8) pic.twitter.com/8zw6eL08c8
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El recorrido por este pasado del Gòtic lo empezaban como no podía ser de otra manera con el peixet frito de La Plata. Entonces, solo había otro bar en la calle de la Mercè, Las Campanas, que era conocido por las chistorras y el loro que había en la puerta. De allí pasaban a La Reixa, famoso por sus picantes rebanadas de pan con chorizo y guindilla, y a La Socarrena, donde el gran protagonista era el queso cabrales. La ruta seguía con el albariño acompañado de pulpo a la gallega del Celta, el jamón canario con vino blanco de La Jarra y la visita a La Siesta y sus veladas musicales con piano.
Para el cierre de la ronda, se podía elegir entre el caldo gallego de la Grelo o la leche de pantera que servían en La Barretina de Xeixa o El Corral. En conjunto, solo un pequeño vistazo de una lista interminable de negocios como el Boga Boga, Bidasoa, Las Guapas, Los Tamara, O’Piñeiro, Lereira, Vendimia, La Rueda, Vasconia, Casa Bautista, La Choza, El Tonel, El Rancho, La Cabaña del Tío Gori, El Molinero, La Flor del Norte, El Agüelo, Los Picos de Europa, El Tropezón, el Salam o el Salamero.

Desde La Plata despiden este recorrido por el pasado del barrio con un mensaje conmovedor, pero que enaltece la resistencia de estos negocios de toda la vida: «Como cantaban los Celtas Cortos, en el barrio Gòtic «ya no queda casi nadie de los de antes y los que hay han cambiado». Pero La Plata sigue igual, con las mismas cuatro tapas y espíritu que entonces: ¡un brindis por los bares auténticos!».


