Si eres de Barcelona, es difícil que no hayas visto una de sus obras. En la calle, engalanando el escaparate de los principales teatros y cines de la ciudad, los pósters de Lluís Pesarodona Cortada (Barcelona, 1929 – 2024) actuaron durante más de dos décadas como reclamo para los espectadores. El antiguo cine Comèdia, el Fémina, el Kursaal o el Borràs y teatros como el Victòria, el Apolo, el Romea, el Arnau, el Tívoli, el Astoria o el Coliseum. Estos son solo algunos de los nombres de las salas que promocionaron películas o espectáculos teatrales con los magníficos dibujos del artista, que firmaba sus piezas con el seudónimo Pessa. Fuera de esta actividad profesional, el pintor y grabador exploraba su faceta más personal a través de las litografías y los lienzos al óleo. Lo hacía en su tiempo libre, sin ninguna pretensión de vender su producción, solo por la necesidad de crear.

«Sí que tenía un marchante en Suiza y allí vendía alguna cosa, pero él primero pintaba y, después, si se podía vender, pues bien […] Lo poco que tenía lo invertía en pintura», apunta Lydia Pesarodona en una conversación con el TOT Barcelona. Desde que su padre muriera el 24 de diciembre del 2024 a los 95 años, la única hija del artista ha iniciado una cruzada para situar la figura de su progenitor en el lugar que se merece como uno de los grandes grabadores contemporáneos de nuestro país. Para hacerlo, ha contactado con museos, fundaciones y diversas entidades para ofrecer una parte de la enorme colección de obras que llegó a aglutinar Pessa entre su taller en el número 9 de la calle dels Tallers y su domicilio en el Eixample. En la gran mayoría de los casos, sin embargo, la respuesta ha sido negativa. «Te encuentras con muchas puertas cerradas. Me han llegado a decir que, si no estaba cotizado, no interesaba, por mucho que fuera una donación», explica.

Ni siquiera la Fundación Joan Brossa, con quien colaboró en múltiples ocasiones tejiendo una fuerte amistad, ha querido saber nada de su obra. «Brossa no trabajaba con cualquiera. Estuvieron siete años codo a codo junto con el artista Fusako Yasuda hasta el punto que el poeta bromeaba diciendo que debían dejarlo porque parecían una sociedad limitada», rememora Damià Amorós, historiador del arte y museólogo. Amorós es una de las personas que está ayudando a la hija de Pessa en esta difícil empresa.

Con el pintor le unía un vínculo especial que se remonta a sus antepasados comunes en el pueblo de Sarral (Conca de Barberà). El historiador nació allí y nuestro protagonista pasó parte de su infancia con su madre y su abuela, que también provenían de esta localidad y se trasladaron allí con el estallido de la Guerra Civil. «Siempre digo que aprendí más en tres horas en su taller que en los años de carrera. Él era muy interesante por polifacético -no se casó nunca con un estilo, tocaba muchos palos y los tocaba bien- y por la pureza de su creación, que no estaba pensada para vender ni para una galería, sino que nacía de una necesidad vital«, subraya Amorós.

Parte de un legado con 578 años de historia
El vínculo entre el historiador del arte y Pessa ha sido clave para que al menos una parte del inmenso fondo artístico del pintor y grabador vea la luz en forma de dos exposiciones. La primera de la mano del Ayuntamiento de Sarral, que se ha quedado una parte de las obras y las expuso el pasado mes de mayo, y la segunda gracias a la Associació Antic Gremi Revenedors 1447. La entidad que puede presumir de ser la más antigua de Barcelona se ha hecho con una colección de hasta 130 piezas del artista, entre óleos, litografías, dibujos, carteles, folletos y planchas de grabado. La primera tanda de estas obras -22 litografías- se pueden ver en la sala gremial como parte de una muestra monográfica titulada La huella de Pessa. Grabar la memoria. «El Gremio es la entidad más libre porque no depende de nadie, por eso pensamos que sería un buen lugar para exponer», señala Amorós, comisario de la muestra. «Ni lo haremos, en 578 años aprendes mucho… Hasta 1936 tenían todo el dinero en bonos del Ayuntamiento, pero nunca más», se apresura a afirmar Francesc Sendil, presidente de la asociación.

Desde el Gremio de Revendedores recibieron con los brazos abiertos la donación de estas obras, que engrosarán una colección privada bastante destacada. «Como entidad promotora de la cultura, recogemos todo lo que podemos para protegerlo. No entendemos el patrimonio como un bien especulativo, sino como un legado que tenemos la obligación de cuidar y traspasarlo a las siguientes generaciones mejor de lo que lo hemos encontrado», asegura Sendil, que también ve en esta actividad una forma de mantener la «identidad como país». Y añade: «Lo que entra aquí tiene la gran ventaja de pasar a formar parte de un paquete que ha aguantado cinco siglos y aguantará unos cuantos más. La obra de Pessa ahora es parte de este engranaje».

El presidente de la entidad ve en el pintor y grabador barcelonés un personaje desconocido que «vale la pena dar a conocer» y por eso prevén impulsar próximamente nuevas exposiciones con el resto de las piezas adquiridas. Por ahora, esta primera muestra se puede visitar hasta el 4 de diciembre e incluye creaciones que van desde el año 1958, poco después de que el artista concluyera su formación en la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts de París, hasta 1997, cuando ya tenía 68 años.

Un maestro en la sombra
Más allá de su actividad profesional y artística, Pessa quiso devolver lo aprendido tanto en París como en la Escuela de la Llotja y la Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi dando clases en la Escuela Massana a partir de la década de los setenta. «Él disfrutaba explicando y enseñando […] La mayoría de artistas tienen un ego tremendo, pero él no», remarca Amorós. «Hizo crecer a mucha gente, pero siempre quedó en un segundo plano. Es un legado que es una lástima que no sea reconocido», dice su hija. Sobre el cartelismo para teatros y cines, quizás su huella anónima más visible, Pesarodona tiene claro que su padre no se dedicaba a ello por pasión. «Lo hacía porque necesitábamos un sueldo en casa y porque odiaba hacer retratos, hubiera preferido morir de hambre», afirma convencida. «Su arte lo han visto y reconocido muchos barceloneses sin saberlo, pero estamos en una ciudad que gentrifica incluso a sus artistas», reflexiona el historiador, que recuerda que Pessa llegó a hacer hasta 35 exposiciones individuales y colectivas, siendo más valorado fuera que en nuestra casa.

Tanto Pesarodona como Amorós coinciden en apuntar que el pintor debió acabar saturado y cansado del funcionamiento del circuito de galerías y de las puertas cerradas. Hasta 2015 estuvo dibujando con regularidad, siempre guardando las obras para sí mismo. Solo la demencia que le afectó en sus últimos años de vida le quitó las ganas de crear. Casi un año después de su muerte, la hija comienza a ver los frutos de su cruzada particular. «A veces te desanimas, pero, cuando ves exposiciones como esta, piensas que quizás sí vale la pena luchar para que no quede en el olvido. Él se merece que se le reconozca, lo sacrificó todo por su obra. Le debo al menos eso, no puedo no hacerlo«, reconoce emocionada.


