Un grupo de afortunados pudo visitar esta semana quizá la más célebre de las llamadas paradas “fantasma” del metro de Barcelona. Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) organizó con motivo del centenario de la red del subsuelo de la capital catalana una serie de visitas durante la madrugada del lunes al martes a la estación de Correus, que llevaba 53 años cerrada al público. Las expediciones debían realizarse en este horario intempestivo porque los andenes de esta parada están ubicados entre los de Jaume I y Barceloneta de la actual línea L4. Esto implica que solo se puede acceder recorriendo las vías sin tensión desde la estación de Jaume I hasta la ubicación de la parada abandonada, aproximadamente a la altura del edificio de Correus, del cual toma el nombre.

El TOT Barcelona pudo participar en una de estas visitas, cuya crónica está recogida en este artículo. Tuvo lugar alrededor de las tres de la madrugada, a poco más de tres horas del inicio del paso de los convoyes por los mismos túneles. Al cabo de unos minutos caminando por las vías desde Jaume I, se llega a la estación de Correus. En este lugar, el tiempo se ha quedado detenido en el 20 de marzo de 1972, último día que estuvo en funcionamiento tras una trayectoria de casi cuatro décadas. Uno de los detalles que destacan del trayecto de cerca de 250 metros hasta la parada es la importante presencia de humedades que engullen gran parte de la bóveda del techo y de las paredes. Esto explica por qué los trabajadores tuvieron tantos problemas con inundaciones cuando se excavaron los túneles, aprovechando los surcos ya abiertos entre los años 1908 y 1913 durante la apertura de la Via Laietana.

La molestia acuática del equipo de mantenimiento
Más allá de las humedades, uno de los detalles que recuerdan estos problemas con el agua lo encontramos en la misma estación de Correus, en uno de los extremos del andén sobreviviente. En el lado que se encuentra más cerca de la estación de Barceloneta, muy cerca de los restos de un cartel que indicaba dónde estaba la entrada y salida de la parada, el murmullo de agua es constante. Si nos acercamos a la pared que separa este andén de servicios del espacio donde antes estaba el de pasajeros -destruido para poder hacer pasar las vías de la línea L4 en sentido montaña- vemos en el suelo una canalización por donde baja con velocidad agua que brota sin parar. Se trata de un río subterráneo, es decir, agua que proviene de la capa freática y no del mar, a pesar de la proximidad de la infraestructura con la costa.

Este río freático ha sido durante décadas uno de los grandes dolores de cabeza para los trabajadores de mantenimiento de esta parte de la red del metro. Así lo explicaba a este medio la madrugada del lunes al martes uno de los empleados del operador metropolitano que se ha enfrentado a él durante casi veinte años: «Ahora todo está canalizado, pero antes, en esa parte [dice señalando un recodo en el trazado previo a la estación de Barceloneta], se acumulaba el agua e invadía todas las vías. Tenías que sacarla con bombas». Actualmente, el visitante únicamente ve este surtidor constante de agua, que va a parar a una especie de canal que transcurre paralelo a las vías y entre ambos sentidos de la marcha.

