El Mercado de Sant Andreu aguantaba cómo podía a la carpa de la calle Sant Adrià. Un espacio provisional, pequeño, con poca luz, pero muy bien ubicado. Allá se estuvieron los paradistas cinco años, mientras la reforma del antiguo recinto iba avanzando. El nuevo mercado se estrenaró el 9 de septiembre del año pasado a la plaza Mercadal, su ubicación tradicional. El nuevo recinto, muy luminoso, moderno y mucho más grande, llamó la atención de los vecinos, que lo llenaron el día de la inauguración. Todo eran sonrisas y optimismo. Pero medio año más tarde, ya aparecen algunas voces que vuelven a evocar al sufrimiento.
La nueva ubicación no ayuda a muchos de los paradistes. En Sant Adrià, el mercado consiguió atraer un nuevo tipo de público. Era una zona de paso, a tocar de la estación de metro y de Cercanías, junto a la Biblioteca de Can Fabra. «Cuando nos trasladaron, la gente se extrañaba, no sabían que había un mercado a Sant Andreu», explica ahora al TOT Barcelona la carnicera y presidenta de los vendedores del mercado andreuense, Elisenda Pons. Durante estos cinco años de transición, fidelizaron muchas familias jóvenes. Familias que se han perdido con el cambio. «A la gente le cuesta mucho desplazarse», se resigna Pons.
Más gasto, menos clientes
La plaza del Mercadal es muy diferente. El nuevo recinto, con un soportal lleno de arcos que recuerda el antiguo pueblo de Sant Andreu, aporta al mercado un romanticismo que no tenía la carpa, pero a la vez lo aleja de las zonas de paso. «Es muy guapa [la plaza], pero está muerta», sentencia Pons. El pasado mes de marzo, el mercado tuvo 28.952 clientes, el octavo (de 43) que menos tuvo de toda la ciudad. Y además, esta clientela se ha envejecido, un hecho que la presidenta de los vendedores cree que los perjudica. «No compra el mismo una madre con criaturas que una persona grande», dice. La facturación, asegura, ha bajado alrededor del 30% con la nueva ubicación.
A la disminución de ingresos hay que añadir un aumento de los gastos. Gastos, eso sí, que los paradistass ya conocían antes del cambio y que asumen con naturalidad. Pons cifra en más de un 40% los costes del nuevo mercado. «El espacio es más grande, necesitamos más limpieza, más luz y, evidentemente, pagamos un canon mucho más elevado; se supone que tenemos ahora un mercado de primera», explica. Este hecho genera preocupación entre algunos paradistas, que ven un horizonte negro. «Claro que hace sufrir, y aún suerte que no tenemos gente a cargo a quién pagar un sueldo y podemos subsistir», deja claro una presidenta que, a pesar de ser «siempre optimista», no se atreve a pronosticar qué les ofrecerá el futuro.
En la misma línea se pronuncian los hermanos Toni y Juanjo, tercera generación de paradistas de la familia. «No nos podemos preocupar por el futuro, es demasiado incierto», explican al TOT. Coinciden en el hecho que el gasto «ha subido mucho» y que la clientela no ha aumentado. «No sé si se pensaban que viniendo aquí habría más gente, ya se podía saber que no», dice en Juanjo. «Si hubiera un parking debajo, quizás vendría más, pero no hay», responde Toni.
Un punto de optimismo
El punto de optimismo lo ponen a la parada de Pep y Eulàlia, hijo y madre, que acaban todas sus respuestas con uno «pero estamos bien». «Quizás hay gente que sí que no tenía tanta clientela y ahora nota el hecho de estar en un lugar más cerrado», dice el hijo, que cree que no es su caso. «Diría que hemos aumentado clientes y todo», concluye.
Al otro extremo del mercado está Marc. Es la primera parada que ven los clientes que entran por el acceso que mujer a la calle Gran de Sant Andreu. «Estar aquí no es el sueño de mi vida, pero estamos bien», ironiza. «No todo es el dinero, la carpa era una porquería. Aquí hay espacio, luz, se trabaja mejor», continúa. Asegura que, medio año más tarde, todavía quedan pequeños desperfectos para solucionar, «son lentos», pero se lo ve conformado con el que tiene. Y, como ya era de esperar, sigue la línea del resto de paradistas y se niega a prever cuál será el futuro del mercado.
